Durante más de tres décadas, John Barnett trabajó para Boeing , la empresa que durante generaciones ha representado el liderazgo estadounidense en la industria aeronáutica. En sus últimos años dentro de la compañía, sin embargo, su papel cambió drásticamente: de respetado inspector de calidad pasó a convertirse en un denunciante incómodo. Pero sus advertencias sobre la producción del 787 Dreamliner, el avión que se estrelló el jueves en la India nada más despegar, fueron desestimadas por sus superiores y, según él mismo explicó, deliberadamente ignoradas. Su historia, marcada por una lucha interna prolongada y una trágica muerte, vuelve a cobrar actualidad tras el accidente de Air India, que reabre el debate sobre la cultura corporativa de Boeing y su compromiso con la seguridad aérea. Barnett trabajaba en la planta de ensamblaje de North Charleston, en Carolina del Sur, uno de los dos centros donde se fabrican unidades del modelo 787. En 2017, durante una auditoría interna y una serie de revisiones de rutina, detectó lo que describió como «fallos sistemáticos en el control de calidad». Su preocupación se disparó cuando comprobó que algunos componentes que no cumplían con los requisitos de seguridad establecidos estaban siendo instalados en aeronaves comerciales casi listas para entrega. Entre sus hallazgos más alarmantes estaba la supuesta reutilización de tubos de oxígeno desechados, retirados de contenedores de basura, que no habían superado las pruebas de seguridad y que, en una situación de emergencia en cabina, podrían haber fallado. Además, según recoge la prensa local, Barnett detectó virutas metálicas (conocidas como «FOD», «foreign object debris») cerca de sistemas de cableado críticos que controlan las funciones de vuelo del avión. Según sus informes, esas partículas metálicas, derivadas de un mecanizado inadecuado, podían provocar cortocircuitos o interferencias en los sistemas eléctricos, comprometiendo el control de la aeronave. Aunque notificó estos hallazgos a sus superiores y propuso su retirada inmediata, asegura que la dirección de la planta le instó a «dejar pasar» el tema y que se priorizara la entrega del avión al cliente. Uno de los elementos que más claramente ilustran sus denuncias fue la supuesta falsificación de informes de calidad. Según explicó en declaraciones recogidas por varios medios, era habitual que ciertos técnicos firmaran como revisados lotes de piezas sin haberlas examinado físicamente. «El proceso se volvió una formalidad. Se aprobaban sistemas sin pruebas ni verificaciones porque se necesitaba cumplir plazos », aseguró Barnett en una entrevista. También denunció que en al menos un caso se instalaron componentes cuya trazabilidad no estaba documentada, algo que viola los protocolos básicos de seguridad aeronáutica exigidos por la FAA. Estas denuncias, detalladas en la demanda que presentó ante el Departamento de Trabajo de Estados Unidos en 2021, forman parte de un expediente más amplio que describe lo que Barnett consideraba una «cultura de producción acelerada», en la que los objetivos financieros y de entrega pesaban más que la integridad técnica de los productos. Afirmó también que fue víctima de acoso laboral tras negarse a certificar piezas defectuosas, y que fue degradado y marginado cuando insistió en documentar oficialmente los problemas detectados. El informe adjunto a su demanda incluye referencias a correos electrónicos, hojas de inspección y testimonios internos que, según él, prueban que la empresa conocía los fallos pero decidió no actuar. A pesar de la gravedad de sus afirmaciones, Boeing mantuvo que todas las cuestiones señaladas por Barnett fueron investigadas y que no comprometían la seguridad operativa de los aviones. En respuesta a los medios, la compañía sostuvo que cumplía con todos los requisitos regulatorios y que sus sistemas de producción habían sido revisados por organismos externos sin que se encontraran anomalías relevantes. La planta de North Charleston, sin embargo, ya había sido objeto de controversia en años anteriores. Un extenso reportaje de 'The New York Times' publicado en 2019 citaba a trabajadores que corroboraban presiones para no señalar defectos y para reducir el tiempo de inspección a niveles mínimos. Algunas aerolíneas internacionales, como Qatar Airways, llegaron a rechazar decenas de unidades ensambladas en esa fábrica alegando importantes problemas de calidad. Joseph Clayton, técnico en la planta, aseguró que «le he dicho a mi esposa que nunca planeo volar en él. Es simplemente un tema de seguridad». La historia de John Barnett terminó de forma trágica el 9 de marzo del año pasado, cuando fue hallado muerto en el aparcamiento de un hotel de Charleston con una herida de bala. Su fallecimiento ocurrió mientras se encontraba en pleno proceso legal contra Boeing y tenía previsto continuar su declaración ante las autoridades al día siguiente. La Oficina del Forense del Condado de Charleston determinó que la causa de muerte fue suicidio. Su familia sostiene que la presión y el acoso recibido por parte de la empresa contribuyeron de forma directa a su deterioro mental. En marzo de este año, presentaron una demanda en la que acusan a Boeing de haber llevado a cabo una campaña de «acoso, intimidación y humillación sistemática», que derivó en depresión, estrés postraumático y finalmente en suicidio. El caso ha tenido un nuevo eco a raíz del accidente del vuelo AI 171 de Air India, un Boeing 787-8 Dreamliner que se estrelló poco después del despegue en la localidad de Ahmedabad, y que se saldó con la muerte de más de 260 personas, entre sus pasajeros y los vecinos del barrio donde cayó. De los 242 ocupantes del avión, solo se salvó uno . Las causas del siniestro se siguen investigando y no hay pruebas de que estén relacionadas con los problemas denunciados por Barnett. Pero el hecho de que se trate del mismo modelo ha reavivado el debate sobre las prácticas de control de calidad de Boeing y sobre si las advertencias internas, como las que él formuló, fueron atendidas con el rigor necesario.