El huracán Nathy Peluso cierra a lo grande un Sónar abierto al debate y la reflexión

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La última noche del Sónar arrancó con el vendaval Nathy Peluso . La estrella argentina visitó el Sónar por primera vez hace unos años, en uno de los escenarios más pequeños de día. Ayer regresó convertida en la gran cabeza de cartel del festival. Magnetismo, energía y furia absoluta, la cantante desgranó los temas de su nuevo disco, ‘Grasa’. Viajó del hip hop a los ritmos urbanos, de las rancheras a la tropicalia, de la salsa al pop de los ochenta, y todo lo hizo bien. Vestida con camiseta de tirantes negra y roja, junto a unas enormes botas de tacón, no dejó de bailar y moverse un segundo, incluso cantó a centímetros de su público ante el delirio colectivo. «A mí me llaman de muchas maneras, pero hay una en que tienen razón… Cu cu cu», gritaba convirtiendo el escenario en un peculiar cabaret latino, en el que ella se postulaba como una Carmen del siglo XXI y los hombres de su cuerpo de baile simples comparsas a sus caprichos. Teatro, expresionismo y empoderamiento femenino en un segmento de la actuación que tuvo mil aristas. Al final, una pausa para coger fuerzas y otra vez a la guerra. Regresó con una enorme bandera blanca con la palabra grasa en rojo eléctrico. Aquí dejó los tópicos latinos a un lado y se acercó más al autotune, los ritmos urbanos y al hip hop, algo más afín al público del Sónar, que despertó de su letargo y se volvió loco. «¿Dónde están mis féminas de Barcelona?», preguntó Nathy Peluso y empezó una aeróbica exhibición de electrónica tropical y ‘guerreras de museo’. Tanta intensidad aturde y al final la cantante frenó en seco. «Venir aquí es como estar en casa», gritó y empezó un medio tiempo ochentero donde dejó la actitud a un lado y demostró su enorme calidez vocal. Acabó con una versión de ‘Vivir así es morir de amor’, de Camilo Sesto , con la que consiguió que todo el público cantara con ella. A escasos metros, el escenario Sónar Lab demostró ser el más puro a la estética electrónica del festival. Con una gigantes torres lumínicas, la sesión de la icónica Hiroko Yamamura demostró que el techno y el House original de Chicago tienen muchas cosas que decir todavía. Las proyecciones y los efectos lumínicos ayudaban a convertir este espacio al aire libre en una hipnótica rave. El público se acercaba atraído como un oso a la miel. El efecto llamada era impresionante. Se cerraba así la edición de la polémica, con éxito de público y muchas referencias de apoyo de los artistas a Palestina. En total, 161.000 espectadores , 7.000 más que la edición pasada, que demuestran la estabilización de un festival que el próximo año se celebrará únicamente en la Fira 2 de Gran Vía. ¿Será el adiós a la tradicional diferenciación del Sónar día y el Sónar noche? El calor fue el gran protagonista del arranque de la última jornada de tarde del Sónar. El dúo inglés Paranoid London devolvió al público a la efervescencia electrónica de los 90 con una imponente sesión de Detroit techno y house rudo e industrial. Uno es alto y desgarbado, el otro es pequeño y saltarín, y juntos se lo hacen pasar en grande a su público. Como Epi y Blas, vamos. Más tribal y desvergonzado fue Pierre Kwenders , que mezcló sonoridades africanas con ritmos caribeños, espíritu reguetonero y pop electrónico. “Suave, sigue, nunca te pares”, pinchaba y oye, la gente, suave o no, seguía y no se paraba. Este congoleño/canadiense no dio tregua, siempre con los brazos en alto, e invitando a todo el mundo a unirse a la fiesta. En la plaza grande, donde la fiesta es obligatoria y el sudor general crea fantasmas, el escocés Ewan McVicar dejaba claro que es un maestro en la mezcla del underground más entusiasta y la electrónica más popular y pasada de vueltas. No defraudó. Mientras tanto, DJ Heartstring se atrevían a pinchar éxitos de los 80 para un público que a estas alturas no quería pensar demasiado Paralelamente, bajo una audiencia reducida, el productor R-010 y la vocalista Giulia Venerandi mezclaban sonidos orgánicos e IA generativa para el proyecto ‘Phenomena’. La voz humana y las redes neuronales digitales se enfrentaban en una atmósfera sonora entre el ambient y el noise. ¿Quién ganó? Ella, en el centro, moviéndose sinuosamente como si fuese una figura mítica y él, en la retaguardia, escondido tras el humo y los focos. Ambos crearon una experiencia onírica similar a desembarcar en Ítaca y encontrarte con una sirena con cuerpo de serpiente. En las pantallas, imágenes de interminables caminos como si estuvieses en la mismísima ‘Carretera Perdida’ de David Lynch. Entonces llegó la gran sorpresa del festival, un torbellino llegado de Kenia llamado Lord Spikeheart . El músico ha creado un cruce brutal de death metal y electrónica o como si la música industrial de Ministry se reprodujera a 100 revoluciones por minuto. Mucho grito gutural, mucha música pregrabada y un auténtico demonio de Tasmania sobre el escenario. Una locura, pero una locura refrescante. ‘Anda que no, ¡Yerai Cortés señores!’ , gritaba, al atardecer, una de las mujeres del coro del guitarrista y el jaleo en el público fue espectacular. El nuevo maestro de la guitarra flamenca contemporánea se vistió de estrella universal para conseguir uno de los conciertos con más público de esta edición del Sónar. Flamenco sin matices, sin mestizajes, directo, con palmas, con voces, con zapateao, y con las seis cuerdas del maestro demostrando virtuosismo, sensibilidad y duende, mucho duende. A veces se amplificaba las percusiones y se distorsionaba el sonido, pero era flamenco puro igual. ‘Sabes mi refrán favorito, no soy frágil como una flor, soy frágil como una bomba’, dijo una de las cantaoras y así fue precisamente el concierto. Una maravilla para cerrar el Sónar en Montjuïc.