El mundo tiembla en Oriente Próximo y la política arde en España. Israel, que luchaba contra un enemigo muy inferior en Palestina, pelea ahora contra otro de más calibre, Irán, y eso ya no es como quitarle un caramelo a un niño: los misiles que caerán en Teherán caen también sobre Tel Aviv y matan a otras personas igual de inocentes que los civiles que mueren en Gaza. Netanyahu, criminal de guerra reclamado por la justicia internacional, ha llevado su deseo de sangre a un terreno aún más peligroso y el mismo occidente que se lavaba las manos ante el genocidio en toda regla de Palestina ahora mueve la cabeza con preocupación ante lo que pueda suceder entre dos potencias nucleares de cuyo armamento no se sabe de la misa la media. En medio del desastre habrá incluso una parte de la opinión pública que tenga la tentación de alegrarse de la capacidad de respuesta del régimen detestable de los ayatolás, las fatwas y las mujeres obligadas a cubrirse con su hiyab. La realidad es a veces una de esas películas en las que se enfrentan monstruos de historias diferentes: Drácula contra el Hombre-Lobo, King Kong contra Gozilla.En la actualidad de nuestro país ha estallado otra bomba, el caso Cerdán-Ábalos, un drama en el PSOE, para el que los secretarios de organización van a terminar siendo lo que los tesoreros para el PP. La oposición se pregunta si parte del dinero robado habrá ido al partido, que de financiación ilegal ellos saben latín, y la gente se pregunta cómo es posible que si la inmensa mayoría de los casos de corrupción se produce desde siempre en Fomento y Urbanismo, esos departamentos no se vigilan con lupa y sus titulares pueden actuar con semejante facilidad para llevar a cabo sus mordidas y tejemanejes. El daño para el Gobierno, que en el último CIS le sacaba nueve puntos a la derecha, es apocalíptico, porque que esto sea verdad no significa que otras cosas no sean mentira, pero a ver quién pierde aquí el tiempo en separar qué son piedras y qué son lentejas, más aún en plena polarización, que es un ácaro que produce alergia a la reflexión. Tampoco hay que extrañarse, porque lo que hoy le hacen a Sánchez se lo hicieron calcado a Felipe González y a Rodríguez Zapatero, con las dos únicas diferencias de que antes la ultraderecha estaba dentro del PP y ahora está fuera, que los conservadores también se escinden, y que hoy Felipe no se sabe ni dónde está ni para qué equipo juega, aunque a mí me parece que se le está poniendo un poco cara de Figo.Es extraño, sin embargo, en este caso, en el del novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid y en tantos otros, que las informaciones dejen más bien de lado, o al menos en un evidente segundo plano, a las empresas que forman parte de las diferentes tramas: a fin de cuentas, son ellas las que pagan, las que sobornan, las que cometen la mitad del delito y sacan a cambio de la comisión ilegal correspondiente un gran beneficio económico. Sin embargo, se habla de ellas casi como si fueran víctimas de la extorsión y no cómplices de los estafadores.La gran pregunta es si el presidente Sánchez aguantará el fuego amigo y el otro. Hay quien dice que este hombre es de acero y tal vez lleve el destino escrito en el nombre: pones en otro orden las letras de “Pedro” y sale “poder”. Que lo mantenga sería música celestial para quienes avalan sus buenos resultados como gestor de una España que va bien en los números; que lo pierda es lo que intentan a toda costa y sin hacer prisioneros sus adversarios, que de tanto dar palos de ciego han terminado por acertarle a la piñata: cuerpo a tierra y a pelearse por los caramelos. No parece que tengan fácil la renuncia y una moción de censura como la que los sacó a ellos de La Moncloa por corruptos, parece complicada por el modo en que su líder y sus más fieles atacan sin cuartel a los partidos nacionalistas sin los que aquí no salen las cuentas, que si el palacete, que si el idioma catalán.Pedro Sánchez es de carne y hueso, pero tendrá que actuar con mano de hierro en la limpieza de Ferraz, borrar todo contagio, echar a los mercaderes del templo y dejar muy claro que en ese barco no hay sitio para los ladrones. O eso, o el naufragio.