4 coordenadas pastorales indicadas por el Papa a la Iglesia en Italia (que valen para otros lugares)

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 17.06.2025).- Todo el episcopado italiano ha tenido un encuentro con el Papa León XIV la mañana del martes 17 de junio. Se trata de uno de los encuentros más relevantes y tradicionales del Papa en cuanto obispo de Roma y, en ese sentido, primado de Italia. En la historia reciente casi todos los papas han tenido en los primeros meses de su pontificado un encuentro con los obispos italianos vista la especial cercanía que une a los obispos italianos con el Papa. La audiencia del martes 17 de junio se ha tenido en la Sala de las bendiciones, en la parte superior del ingreso a la basílica vaticana. Ofrecemos a continuación la traducción del discurso del Papa preparado por ZENIT.***Queridos hermanos y hermanas:Estoy muy contento de encontrarme con ustedes. Esta sala, situada entre la basílica y la plaza, está cargada de las emociones que han acompañado los recientes acontecimientos. De hecho, el Papa debe atravesarla para asomarse a la logia central. El querido Papa Francisco lo hizo para su último mensaje pascual Urbi et Orbi, que fue su último e intenso llamamiento a la paz para todos los pueblos. Y yo también, la noche de la elección, quise hacer eco del anuncio del Señor Resucitado: «¡La paz esté con vosotros!» (cf. Lc 24,36; Jn 20,19).Les agradezco sus oraciones y las de sus comunidades: ¡las necesito mucho! Estoy especialmente agradecido al cardenal Zuppi, también por las palabras que me ha dirigido. Saludo a los tres vicepresidentes, al secretario general y a cada uno de ustedes. La historia de la Iglesia en Italia pone de relieve el vínculo especial que os une al Papa y que, según los Estatutos de la CEI [Conferencia Episcopal Italia, ndt], «califica de manera peculiar la comunión de la Conferencia con el Romano Pontífice» (art. 4 § 2). Siguiendo el ejemplo de mis predecesores, yo también percibo la importancia de esta relación «común y particular», como la definió San Pablo VI en su intervención en la primera Asamblea General de la CEI (cf. Discurso, 23 de junio de 1966).Al ejercer mi ministerio junto con vosotros, queridos hermanos, quisiera inspirarme en los principios de la colegialidad, que fueron elaborados por el Concilio Vaticano II. En particular, la Constitución Lumen gentium subraya que el Señor Jesús constituyó a los Apóstoles «a modo de colegio o clase estable, al frente del cual puso a Pedro, elegido de entre ellos» (n. 19). Así es como estáis llamados a vivir vuestro ministerio: colegialidad entre vosotros y colegialidad con el sucesor de Pedro.Este principio de comunión se refleja también en una sana cooperación con las autoridades civiles. La CEI es, de hecho, un lugar de debate y síntesis del pensamiento de los obispos sobre los temas más relevantes para el bien común. Cuando es necesario, orienta y coordina las relaciones de los obispos individuales y de las conferencias episcopales regionales con dichas autoridades a nivel local.El papa Benedicto XVI, en 2006, describió la Iglesia en Italia como «una realidad muy viva, […] que conserva una presencia capilar entre la gente de todas las edades y condiciones» y donde «las tradiciones cristianas siguen a menudo arraigadas y continúan dando frutos» (Discurso en el IV Congreso Eclesial Nacional, 19 de octubre de 2006). No obstante, la comunidad cristiana de este país se enfrenta desde hace tiempo a nuevos retos, relacionados con el secularismo, una cierta desafección hacia la fe y la crisis demográfica. En este contexto —observaba el papa Francisco— «se nos pide audacia para no acostumbrarnos a situaciones tan arraigadas que parecen normales o insuperables. La profecía —decía— no exige rupturas, sino opciones valientes, propias de una verdadera comunidad eclesial: llevan a dejarse «perturbar» por los acontecimientos y las personas y a sumergirse en las situaciones humanas, animados por el espíritu sanador de las Bienaventuranzas» (Discurso en la apertura de la 70ª Asamblea General de la CEI, 22 de mayo de 2017).En virtud del vínculo privilegiado entre el Papa y los obispos italianos, deseo señalar algunas atenciones pastorales que el Señor pone ante nuestro camino y que requieren reflexión, acción concreta y testimonio evangélico.[1]En primer lugar, es necesario un impulso renovado en el anuncio y la transmisión de la fe. Se trata de poner a Jesucristo en el centro y, siguiendo el camino indicado por Evangelii gaudium, ayudar a las personas a vivir una relación personal con Él, para descubrir la alegría del Evangelio. En una época de gran fragmentación, es necesario volver a los fundamentos de nuestra fe, al kerigma. Este es el primer gran compromiso que motiva a todos los demás: llevar a Cristo «en las venas» de la humanidad (cf. Const. ap. Humanae salutis, 3), renovando y compartiendo la misión apostólica: «Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos» (1 Jn 1,3). Y se trata de discernir las formas de hacer llegar la Buena Nueva a todos, con acciones pastorales capaces de interceptar a los más alejados y con instrumentos adecuados para la renovación de la catequesis y los lenguajes del anuncio.[2]La relación con Cristo nos llama a desarrollar una atención pastoral sobre el tema de la paz. El Señor, de hecho, nos envía al mundo para llevar su mismo don: «¡La paz esté con vosotros!», y para convertirnos en artífices de la paz en los lugares de la vida cotidiana. Pienso en las parroquias, en los barrios, en las zonas del interior del país, en las periferias urbanas y existenciales. Allí donde las relaciones humanas y sociales se vuelven difíciles y el conflicto toma forma, tal vez de manera sutil, debe hacerse visible una Iglesia capaz de reconciliar. El apóstol Pablo nos exhorta así: «Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, vivid en paz con todos» (Rom 12,18); es una invitación que confía a cada uno una parte concreta de responsabilidad. Espero, pues, que cada diócesis pueda promover itinerarios de educación para la no violencia, iniciativas de mediación en los conflictos locales, proyectos de acogida que transformen el miedo al otro en oportunidad de encuentro. Que cada comunidad se convierta en una «casa de paz», donde se aprenda a desactivar la hostilidad a través del diálogo, donde se practique la justicia y se custodie el perdón. La paz no es una utopía espiritual: es un camino humilde, hecho de gestos cotidianos, que entrelaza la paciencia y el coraje, la escucha y la acción. Y que hoy, más que nunca, exige nuestra presencia vigilante y generativa.[3]Luego están los desafíos que interpelan el respeto por la dignidad de la persona humana. La inteligencia artificial, las biotecnologías, la economía de los datos y las redes sociales están transformando profundamente nuestra percepción y nuestra experiencia de la vida. En este escenario, la dignidad del ser humano corre el riesgo de ser aplastada u olvidada, sustituida por funciones, automatismos, simulaciones. Pero la persona no es un sistema de algoritmos: es criatura, relación, misterio. Me permito, pues, expresar un deseo: que el camino de las Iglesias en Italia incluya, en coherente simbiosis con la centralidad de Jesús, la visión antropológica como instrumento esencial del discernimiento pastoral. Sin una reflexión viva sobre lo humano —en su corporeidad, en su vulnerabilidad, en su sed de infinito y en su capacidad de vínculo—, la ética se reduce a un código y la fe corre el riesgo de desencarnarse.[4]Recomiendo, en particular, cultivar la cultura del diálogo. Es hermoso que todas las realidades eclesiales —parroquias, asociaciones y movimientos— sean espacios de escucha intergeneracional, de confronto con mundos diferentes, de cuidado de las palabras y de las relaciones. Porque solo donde hay escucha puede nacer la comunión, y solo donde hay comunión la verdad se vuelve creíble. ¡Os animo a continuar por este camino!Anuncio del Evangelio, paz, dignidad humana, diálogo: estas son las coordenadas a través de las cuales podréis ser Iglesia que encarna el Evangelio y es signo del Reino de Dios.Para concluir, quisiera dejaros algunas exhortaciones para el futuro próximo. En primer lugar: seguid adelante en la unidad, pensando especialmente en el Camino sinodal. El Señor —escribe san Agustín— «para mantener bien unido y en paz su cuerpo, así se dirige a la Iglesia por boca del Apóstol: El ojo no puede decir a la mano: no te necesito; ni tampoco la cabeza a los pies: no os necesito. Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo el cuerpo fuera oído, ¿dónde estaría el olfato?» (Exposición sobre el Salmo 130, 6). Permaneced unidos y no os defendáis de las provocaciones del Espíritu. Que la sinodalidad se convierta en mentalidad, en el corazón, en los procesos de decisión y en las formas de actuar.En segundo lugar, mirad al mañana con serenidad y no temáis tomar decisiones valientes. Nadie podrá impedir que estéis cerca de la gente, que compartáis la vida, que caminéis con los últimos, que sirváis a los pobres. Nadie podrá impedir que anunciéis el Evangelio, y es el Evangelio lo que estamos enviados a llevar, porque es lo que todos, nosotros los primeros, necesitamos para vivir bien y ser felices.Cuidad de que los fieles laicos, alimentados con la Palabra de Dios y formados en la doctrina social de la Iglesia, sean protagonistas de la evangelización en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en los ambientes sociales y culturales, en la economía, en la política.Queridos hermanos, caminemos juntos, con alegría en el corazón y canto en los labios. Dios es más grande que nuestra mediocridad: ¡dejémonos atraer por Él! Confiemos en su providencia. Os encomiendo a todos a la protección de María Santísima: la Virgen de Loreto, de Pompeya y de los innumerables santuarios que salpican Italia. Y os acompaño con mi bendición. ¡Gracias!Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.Gracias por leer nuestros contenidos. 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