Es de justicia cósmica que el grupo más longevo del rock español, el que ha aguantado más vientos y mareas hasta el día de hoy, sea el que ostente el honor de haber teloneado a los Beatles en el primero de sus dos únicos conciertos en nuestro país . Los Pekenikes , formados en 1959 y por tanto ya casi unos veteranos en aquel verano de 1965 en el que los Fab Four aterrizaron en España, fueron los elegidos. Sesenta años después, este es el relato de las veinticuatro horas que cambiaron su vida, aunque entonces no lo supieran. «Nos enteramos de que íbamos a ser nosotros con un mes de antelación, más o menos», recuerda su bajista y fundador Ignacio Martín Sequeros, el último superviviente de la formación original y poseedor de una memoria asombrosa que le permite narrar hasta el último detalle de aquella gesta. «En ese momento nuestro representante era Francisco Bermúdez , que era el que traía las mejores actuaciones extranjeras a España. Nos llamó por teléfono a todos diciendo que tenía una noticia muy importante que contarnos, y nos citó en sus oficinas, que estaban en una quinta planta de la Gran Vía. ¿Qué es lo que pasa, Paco?, dijimos al llegar. ¡Que vais a tocar con los Beatles!». Los Pekenikes sabían que los cuatro de Liverpool habían estado haciendo una gira de conciertos en estadios por Estados Unidos, y pobrecitos ellos, pensaron que cruzarían el océano para telonearles en alguna gran ciudad de la tierra prometida del rock'n'roll. «¡No, no, vienen aquí, a Madrid!, nos dijo Paco. Nos quedamos muy sorprendidos. ¿Aquí? ¿A España? ¿Y dónde va a ser el concierto? ¡Si nunca se ha hecho un concierto para tanta gente! Cuando nos dijo que sería en la plaza de toros, no nos lo podíamos creer. Nunca se había hecho nada remotamente parecido allí». Bermúdez, que estaba exultante porque había sido él mismo quien organizó todo con una inversión total de novecientas mil pesetas («una cantidad importante, pero mucho menor de lo que ya cobraban los Beatles en ese momento), les dijo que no se preocuparan por nada, que todo iba a salir de perlas. Así que los Pekenikes volvieron cada uno a su casa, «sin darle todavía demasiada importancia», asegura Martín Sequeros, y esa noche durmieron como si nada. «Hay que tener en cuenta que los Beatles aún no eran tan famosos en España, no ponían su música en ninguna emisora de radio excepto en La Voz de Madrid, gracias al locutor Ángel Álvarez , que era el único que pinchaba artistas ingleses y norteamericanos», asegura el bajista. «Aquí se les conocía más por sus pelos que por sus canciones, y de hecho, era tan grande el desconocimiento que algunos medios se equivocaron y anunciaron que quienes iban a tocar eran los Beatles de Cádiz, ¡que eran una comparsa! (risas)». Durante el mes que tuvieron para preparar su show telonero, Pekenikes ensayaron a conciencia y se compraron unos trajes y unos zapatos para la ocasión , pero el Régimen se pasó casi todo ese tiempo debatiéndose entre seguir adelante con la idea o echarse atrás. Manuel Fraga, el ministro de Información y Turismo durante aquellos años, estaba empeñado en celebrar el espectáculo para dar una imagen de apertura ante el mundo, pero el Ministerio de Gobernación se resistió a dar el permiso definitivo hasta la la semana anterior, y según cuenta la leyenda el visto bueno llegó porque la Reina Isabel II acababa de condecorar a los Beatles como Caballeros de la Orden del Imperio Británico. Ya no eran unos melenudos cualquiera, y negarles la entrada podría interpretarse como un conflicto diplomático. «Según se fue acercando el día los nervios fueron creciendo y creciendo, lo cual es normal creo yo», ríe Martín Sequeros. «Es que ya no era sólo telonear a los Beatles, era una experiencia nueva, única, y no teníamos ni idea de cómo iba a salir. Pero insisto, no teníamos la conciencia de que íbamos a tocar con la que sería la banda más importante del siglo XX». El 1 de julio de 1965, el avión de los Beatles aterrizó en el aeropuerto de Barajas a las 17.40 horas , con un par de centenares de fans esperándoles bajo un sol abrasador. Un Cadillac los llevó al Hotel Gran Meliá Fénix en la Plaza de Colón, donde se celebró una rueda de prensa con preguntas tan absurdas como «¿tienen ustedes asegurado el cabello?», y después un extravagante acto patrocinado por el Instituto Sherry, que llevó hasta allí unas barricas de fino para servirles unos vinos a las estrellas del rock. «Paul, John, George y Ringo firmaron unos autógrafos en las cuatro barricas, pero luego ocurrió algo muy curioso», cuenta Martín Sequeros. «Dos de ellas fueron a parar a una bodega de Jerez, pero las otras dos desaparecieron sin dejar rastro, y a día de hoy nadie sabe dónde están. Hay alguien por ahí que debe tenerlas...» . Esa tarde, Pekenikes la emplearon en trasladar sus equipos hasta la plaza de toros y hacer sus pruebas de sonido. «Fue la primera vez que entré en Las Ventas, y me quedé asombrado, claro», cuenta Sequeros, que después volvió a su casa, y de nuevo, durmió tranquilo, sin la conciencia de estar en la víspera de uno de los días más importantes de su vida. «No me quitó el sueño. Puede parecer una locura que diga esto, pero de verdad que en ese momento, para nosotros era una anécdota. A la mañana siguiente me desperté, desayuné, fui a una clase que tenía y después de comer quedé con mis compañeros para ir a la plaza. Fuimos tranquilos, y seguro de lo que íbamos a hacer». Al llegar a Las Ventas, Martín Sequeros se quedó boquiabierto ante el panorama. «Estaba todo repleto de grises, ¡había muchísimos! Pero lo que más estupefacto me dejó fue que al mirar a la fachada de ladrillo visto de la plaza, vi a unos chavales trepando como gatos para colarse en el concierto . Según me contaron después, los policías tenían el mandato de no hacer uso de sus pistolas bajo ningún concepto, entre otras cosas porque había bastante prensa extranjera al ser un evento que nunca había tenido lugar en España. Y claro, con las porras no podían hacer nada para evitar que los chavales siguiesen subiendo por la pared. Así que lo único que pudieron hacer fue gritar, gritar y gritar. «¡Bajaos de ahí, desgraciados!». Fue bastante cómico, aunque también peligroso. ¡Menuda había montada!». Una vez dentro, uno de los Pekenikes intentó acometer la hazaña de colarse en el camerino de los Beatles para conocerlos en persona. «¡No era un camerino porque no había! ¡Los metieron en la enfermería donde curaban a los toreros que sufrían cogidas!», puntualiza Martín Sequeros. «Era el único sitio disponible para que los Beatles pudieran descansar y estar tranquilos antes de salir a tocar. Y no sé si fue Pepe Barranco o Alfonso Sainz , pero uno de los dos lo consiguió y pudo saludarles. Lástima que ya no estén entre nosotros para recordarme quién fue...». Ese detalle, ¡quizá el más importante! Es el único que Sequeros ha olvidado de todo aquello. «En el concierto, yo calculo que la mitad del público eran estadounidenses que trabajaban en la base de Torrejón de Ardoz. Ganaban un buen sueldo y para ellos no eran tanto el dinero que costaban las entradas, que las pusieron muy caras (450 pesetas). Por eso no se llenó la plaza, la gente normal no se lo podía permitir », señala el bajista, que no puede contar casi nada de su actuación «porque nosotros siempre nos concentrábamos muchísimo en lo nuestro, en tocar, y no mirábamos al público casi en ningún momento». Entonces llegó su turno, su momento para intentar intercambiar una palabra con alguno de los chicos de oro del pop. «Al terminar dejé mi guitarra en el suelo, fui corriendo a la escalerilla que había para subir al escenario, y me quedé justo debajo para verles pasar. Recuerdo perfectamente que vino Paul McCartney primero, y los demás detrás. Paul al principio pasó de largo, pero al llegar al último escalón, se giró hacia mí, y exclamó señalándome mientras miraba a sus compañeros: «Mirad, ¡un niño con barba!» . Todo el mundo se partió de risa. Yo tenía cara de niño pero ya llevaba una incipiente barba. Y el caso es que un año después, ¡todos los Beatles se dejaron barba! No digo que fuera por mí, ¡pero quién sabe!». Cuando los de Liverpool empezaron a tocar, aquello sonó como el fin del mundo. Sus equipos eran de lo más básicos, con un total de seiscientos varios de potencia cuando hoy en día, no hay ningún concierto en el que se empleen menos de cincuenta mil. «Sonaron horribles, todo fue un barullo. Usaron unos amplificadores VOX de válvulas, y como los pusieron al máximo distorsionaban que era una barbaridad. Justo al lado tenían otros amplificadores de repuesto, para sustituirlos por si se quemaban. Mientras tanto, en la plaza se formó un griterío ensordecedor, las chicas no hacían más que chillar y chillar. No sé cómo los Beatles consiguieron que les escucháramos algo». Después del concierto, «fue un desconcierto» , asegura el bajista. «Recogimos nuestras cosas a toda prisa porque nos dijeron que si nos despistábamos nos lo podía robar cualquiera. No hubo tiempo ni para brindar. Y después nos fuimos cada uno a su casa». Sequeros no recuerda cuánto les pagaron exactamente, pero sí que a Bermúdez les salieron las cuentas «de milagro». Al día siguiente, la crónica de Televisión Española decía que en Las Ventas «habían actuado unos melenudos que no tenían mucho futuro, aunque como era de esperar, no mucho tiempo después, ese mismo locutor se arrepintió y acabó diciendo que eran el mejor grupo musical de la historia del pop», recuerda Sequeros. Esa noche, los Beatles repitieron en la Monumental de Barcelona, donde, según dice el último Pekenike, alguien grabó la actuación con un magnetofón. «Tengo la certeza de que en Madrid no permitieron hacerlo, pero me contaron que en Barcelona sí, aunque no puedo confirmarlo. ¡Ojalá apareciera esa grabación!».