Era un domingo a mediodía en Los Ángeles. Un sol tibio hacía justicia, despejando el aire viciado de las revueltas callejeras . Mi esposa estaba triste porque nos marchábamos de esa ciudad que tanto amaba. -Volveremos el próximo verano -la alenté. Lo que a ella le gustaba de esa ciudad era el clima templado del verano, el gimnasio y la piscina del hotel, un particular restaurante italiano y, sobre todo, irse sola a caminar allá arriba, por las colinas, los senderos arenosos donde cierta gente recia que no temía exponerse al sol sacaba a pasear a sus perros. -En mi próxima vida seré una cuidadora de perros y viviré en Los Ángeles -me decía de vez en cuando, cuando volvía... Ver Más