La metamorfosis madrileña de Feijóo

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El líder del PP cumple poco más de tres años desde que relevó a Pablo Casado con un discurso y una imagen muy diferentes a los que enarboló en 2022, cuando dejó Galicia para intentar, sin éxito, echar a Pedro Sánchez. Con el congreso del partido de la semana que viene, inicia el camino de su segundo y, probablemente, último asalto a la MoncloaLa sombra de la corrupción del PP amenaza la ofensiva de Feijóo contra Sánchez “Soy un político con trazabilidad, que miren lo que soy y lo que he hecho”. La frase la pronunció Alberto Núñez Feijóo en marzo de 2022, justo antes de asumir por aclamación el liderazgo nacional del PP tras el golpe de mano de los barones del partido que finiquitó el mandato de Pablo Casado. Tenía 60 años, gafas y el pelo moreno y peinado con la raya a un lado. Elegido por sus pares para ganar, su especialidad, cosechó ante Pedro Sánchez su primer gran fracaso. Tres años largos después, a punto de ser reelegido al frente de la derecha española (otra vez sin oposición interna), el jefe de la oposición vuelve a acariciar el pomo del Palacio de la Moncloa. Pero ni él ni su discurso parecen los mismos. La metamorfosis ideológica, discursiva e incluso física de Feijóo la hizo verbo él mismo el pasado mes de mayo en un discurso ante economistas. “Estos tres años me han permitido conocer mejor la política de este Gobierno”, dijo. “Desde el córner siempre se ven las cosas distintas. Cuando estás en el centro del campo ves cosas que te sorprenden y que desde el córner no eres capaz de atisbar con precisión”, remachó. El “córner” es “Catalunya” o su Galicia natal, según sus propias palabras. Las de un hombre que se apropió de la singularidad de su comunidad para convertirla en su enseña personal; que cuando llegó a Madrid la rebautizó como “las tierras altas”, en una suerte de referencia mitológica inconcreta; y que durante muchos meses lamentó el esfuerzo que le suponía a su familia, especialmente a su hijo, el cambio vital al que les había arrastrado. Y el “centro del campo” es Madrid, donde Feijóo ya vivió entre 1996 y 2004, cuando ya en la treintena fue director del Insalud, primero, y presidente de Correos, después. Una época que recuerda con nostalgia y de la que habla con el pesar de quien añora una juventud que no va a volver. Pero no con morriña. Eso es algo que los gallegos reservan para su tierra. “Volveré a vivir a Madrid y comprobaré que no ha cambiado, que es acogedora, abierta, próspera y que ama la libertad. Por eso quiero volver a vivir a Madrid”, aseguró en 2022 durante una gira por todas las comunidades para presentar su candidatura (única) a liderar el PP. Lo dijo precisamente en la capital. Ante Isabel Díaz Ayuso aseguró que España “no merece la política de trincheras, de tribus, de odios”. “Nos intentarán mover del centro y enfrentarnos”, advirtió, para insistir en una “política centrada” y en “la centralidad” del PP. Centro y gestión Feijóo irrumpió en la política estatal como el profesor que con su sola presencia pone orden en una clase de primaria la última semana de clase antes del verano. Lo acompañaba un aura de autoridad que se había ganado a pulso: cuatro mayorías absolutas consecutivas. Y no en cualquier momento. Durante años en que el PP quedó social y electoralmente arrasado por sus políticas antisociales en lo peor de la crisis, los escándalos de corrupción, el uso del Estado para sus propios intereses y la gestión del procés independentista catalán. Las encuestas mostraron pronto que los españoles recibieron bien a Feijóo. Y su partido, que con Casado no era capaz de remontar electoralmente, intuyó por fin la luz al final del túnel. El PP perdió en 2019 buena parte de su poder autonómico y municipal, pese a los “pactos de perdedores” de Ayuso en Madrid, Juan Manuel Moreno en Andalucía o Alfonso Fernández Mañueco en Castilla y León. Solo la entrada de Ciudadanos en los gobiernos y el apoyo de los ultras de Vox impidieron un borrado total de la derecha que también perdió las elecciones en Madrid capital o incluso en la Región de Murcia. A partir de la llegada de Feijóo en 2022 la tendencia giró. En junio de ese año, el PP superó en estimación de voto al PSOE, según el CIS. En febrero, en plena guerra fratricida entre Casado y Ayuso, los socialistas estaban siete puntos por delante. Por primera vez desde 2018, la derecha recuperó terreno electoral a la extrema derecha. Podía permitirse despojarse del lastre de las sentencias condenatorias por financiación ilegal. Pedro Sánchez lo recibió en la Moncloa y entró con un taco de pactos de Estado bajo el brazo que el presidente replicó con otros tantos para no darle más autoridad social. Se limitaron a reiniciar las conversaciones para renovar el CGPJ, bloqueado por el PP tras desvelarse su plan para controlar “por la puerta de atrás” y de la mano de Manuel Marchena la sala del Tribunal Supremo que iba a juzgar a los líderes del procés. Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo en la Moncloa Feijóo ofreció a los españoles una imagen diferente a la que habían visto en su predecesor. Pero el espejismo se comenzó a disipar pronto. El líder del PP asumió ese mismo verano algunas de las conspiraciones más propias de la ultraderecha: desde poner en duda el sistema electoral hasta fantasear con un supuesto robo de fotografías personales y comprometedoras de Sánchez y su familia como motivo para el cambio de posición del Gobierno sobre el Sáhara Occidental. El líder del PP trató de vender en sus primeros meses en Madrid la imagen del buen gestor que huía de las broncas identitarias y de los debates alejados de las cosas “importantes” para los ciudadanos: el precio de la comida o el combustible, la salud, la educación, etcétera. “Lo haremos bien”, fue el lema del congreso extraordinario que en abril de 2022 elevó a Feijóo a las plantas nobles del edificio situado en el número 13 de la madrileña calle de Génova. El eslogan de la campaña con la que recorrió España para presentarse ante sus compañeros era “preparados”. Pero a la vuelta del verano Feijóo comenzó a perder esa aura de gestor que cuadra las cuentas sin hacer ruido ni molestar la apacible vida de la “gente de bien”. Convencido de que su triunfo era irremediable retó a Pedro Sánchez a un ‘cara a cara’ de verdad en el Senado. El presidente aceptó y el debate se produjo en septiembre. Sánchez ganó. E instaló una frase que hizo mella en la imagen de su rival, que no demostró controlar todos los resortes de la política como aparentaba. “¿Es insolvencia o es mala fe?”, le espetó en varias de las intervenciones donde dejó al descubierto algunos de los vacíos del líder de la oposición. Para entonces, la imagen pública que Feijóo había construido durante años comenzaba a desmoronarse. Ni gran orador, ni un gestor infalible. Ni siquiera un hombre de Estado: de plantear unos nuevos “Pactos de la Moncloa”, el líder del PP pasó a mantener el bloqueo del CGPJ, con Ayuso y Moreno peleando en los medios por arrogarse el mérito de haber hecho cambiar de opinión a su jefe de filas. En enero de 2023, Feijóo remodeló su dirección para detener su propia deriva política y anunció un fichaje que no dejaba mucho margen a la imaginación: Borja Sémper sería el portavoz nacional del PP. El presidente del Partido Popular Alberto Nuñez Feijóo, acompañado de Borja Sémper, durante la rueda de prensa este lunes en la sede de Génova en Madrid. Núñez Feijóo ha anunciado ante los periodistas la designación para ser el portavoz de campaña del PP de quien fuese su portavoz en el Parlamento Vasco, que vuelve a la política tres años después de dejar esta actividad. EFE/Sergio Pérez 23J, punto de inflexión Feijóo apenas ha firmado un puñado de acuerdos políticos con el Gobierno, pese a que su equipo dijo en 2022 querer “abrir” una “nueva etapa de consensos”. La renovación del CGPJ y del Tribunal Constitucional, con la intermediación inédita de la Unión Europea, y una leve reforma apoyada por todos los partidos para eliminar de la Carta Magna la palabra “disminuido”. Todo llegó después de las elecciones del 23 de junio de 2023. Para entonces, Feijóo ya no era el líder transversal y central (que no es sinónimo de centrado) que comía voto a unos y a otros. Pese a los intentos de recuperar un discurso pactista, el PP afrontó el ciclo electoral con un discurso cada vez más escorado hacia la derecha. Ayuso aprovechó las elecciones municipales y autonómicas de mayo para imponer desde Madrid el lema oficioso de la campaña del PP: “Que te vote Txapote”. Un alegato polarizador que asumió todo el partido, con Feijóo a la cabeza. Además de remover el terrorismo de ETA una década después de su final, el pretendido líder de la derecha moderada (o líder moderado de la derecha) asumió los posicionamientos más falaces, desde la permisividad con los okupas a despreciar el ecologismo por atacar a ganaderos y agricultores. Al PP le fue bien. Ganó las elecciones pese a que el PSOE sostuvo su apoyo. El problema fue que se desfondó el espacio político que se había articulado alrededor de Podemos, y que todavía no había fraguado en Sumar. Pedro Sánchez convocó a las urnas para “clarificar el terreno de juego”. En Moncloa sabían que Vox era imprescindible para que el PP lograra el poder en decenas de ayuntamientos y gobiernos autonómicos. Y Génova fue incapaz de frenar a sus barones y candidatos a alcaldes, que firmaron lo que los de Abascal le pusieron por delante. Aquel Feijóo que desde Galicia desconfiaba de los pactos con la extrema derecha y renegaba de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz parlamentaria acabó asumiendo todos los acuerdos con Vox, después de haber situado a Álvarez de Toledo en la dirección del grupo. El arranque de la campaña de las generales bajo el lema “Verano Azul” se tiñó de verde Vox cuando Carlos Mazón quiso nombrar vicepresidente a un condenado por violencia machista o cuando la censura se extendió por toda España contra películas de animación de Disney, obras de teatro, exposiciones y festivales de diferente índole. Sánchez logró su objetivo y la movilización fue clave el 23J. En el cierre de una campaña en la que Feijóo cojeó en los debates electorales y en varias entrevistas, desde Madrid y junto a Ayuso, Feijóo pronosticó: “Estamos ante las últimas sacudidas desesperadas del 'sanchismo”. “O los arrasamos, o incluso perdiendo podrán gobernar”, apuntó, mientras atacaba a la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz: “De maquillaje sabe mucho, no hay ninguna duda. Mucho. Más que nunca”. “Esto está sentenciado, no tiene nada que hacer. Sobra todo esto ya”, dijo Ayuso. El PP de los “valores” El PP ganó, pero su triunfo fue insuficiente. La aritmética era clara. Feijóo necesitaba a Vox y a alguien más. Pese a que se intentó todo (y ese todo incluyó atraer a Junts con indultos para Carles Puigdemont), el líder gallego que nunca había perdido, perdió. El primer gran fiasco político aceleró el proceso de transformación de Feijóo. La tercera investidura de Sánchez, esta a lomos de la amnistía para los líderes del procés, dio paso a una oposición mucho más dura y en la que el líder del PP se cerró la puerta a un entendimiento con los dos aliados naturales que podían sacarle de la derecha del tablero y volver a centrarle: PNV y Junts. La bronca con los de Puigdemont muchos la daban por descontada, pese a su amplia afinidad ideológica, más allá de la cuestión territorial. Pero la ruptura con el PNV sí supone un cambio sustancial en una relación que articuló José María Aznar cuando en 1996 los necesitó para gobernar. Feijóo quiso reconducirla, después de la sorpresa de la moción de censura de 2018, pero sus portavoces terminaron insultando a su histórico portavoz parlamentario y hoy máximo dirigente del Euzkadi Buru Batzar, Aitor Esteban. “Ha merecido la pena”, clamó cuando se supo derrotado. Esas navidades fue invitado a la cena del PP de Madrid. En el escenario, Ayuso repartió cestas de fruta como homenaje al “hijo de puta” que espetó desde la tribuna de invitados del Congreso en plena investidura de Pedro Sánchez. Feijóo posó con una de ellas. El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, esgrime una cesta de fruta junto a la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en un acto navideño del partido en 2023, después del "hijo de puta" que espetó en la investidura de Pedro Sánchez. Para entonces, si quedaba algo del aura de hombre de Estado, transversal y gestor se había desvanecido completamente. “Ahora es el líder peor valorado dentro de las bases de cada partido”, asegura el politólogo Lluís Orriols en conversación con elDiario.es. “Ya no tiene efecto atracción entre votantes de Vox”, añade, porque “Abascal ya es tan atractivo para quienes votaron al PP como Feijóo entre quienes votaron a Vox”. Su valoración es de 6 sobre 10 entre quienes lo votaron, apunta Orriols. Una cifra que en mayo de 2024 era un poco mayor. “Se acerca cada vez más a los valores que hicieron saltar alarmas con Casado”, añade el politólogo. “Incluso Yolanda Díaz es mejor valorada entre quienes votaron a Sumar, a pesar de que ya solo un tercio volvería a hacerlo”. Orriols zanja: “Primero perdió la transversalidad, al cabo de pocos meses de aterrizar en Madrid. Ahora ya ha perdido el atractivo interno en su espacio electoral”. El empuje desde fuera de Vox, desde dentro de Ayuso y otros, y del ecosistema mediático madrileño alrededor de todos ellos han hecho el resto. En los últimos meses Feijóo ha culminado una evolución física que ha pasado por diferentes fases. Sus estrategas, que ya le habían quitado en Galicia la gomina de sus primeros años en política para hacerlo más cercano, han probado diferentes tonos de color de cabello, de corte y de peinado. Del verano de 2024 volvió sin gafas a cuenta de un desprendimiento de retina que obligó a una intervención, según la versión que sostiene el PP, pese a que mucho se ha escrito y hablado de otros cambios que han aparecido de forma contemporánea a cuenta de esa operación. En el ala dura del partido aplauden el resultado final de la transformación de Feijóo, aunque no tanto algunos pasos intermedios que, creen, se podrían haber ahorrado. Sostienen que comprende mejor ahora el “mundo mediático” de Madrid. Y el político que en 2018 clamó “Galicia, Galicia, Galicia”, cuando anunció a un partido en vilo que se quedaba en Santiago y no concurriría a las primarias que eligieron a Casado sucesor de Rajoy, dice ahora que se siente madrileño y habla de la tierra de sus mayorías absolutas como un “córner”. Mientras tanto, Feijóo sigue sin despegar completamente en las encuestas. No logra superar porcentajes del 40% y, aunque todos los sondeos le dan ganador seguro y con enormes posibilidades de gobernar solo con el apoyo de Vox, la realidad es que el PSOE se mantiene próximo al 30% y pese a que ha arreciado la tormenta política con la imputación por corrupción de los dos últimos secretarios de Organización de Pedro Sánchez. El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, clausura un acto con barones de su partido, en Córdoba en marzo de 2024. Unos números que generan una incertidumbre que a algunos les retrotrae al 23J. Un análisis que se hace en el PP es que el partido solo ha conseguido gobernar en situaciones de crisis económica. Ni con Felipe González ni con José Luis Rodríguez Zapatero fueron el GAL y la corrupción, por un lado, ni las leyes sociales o el Estatut, por el otro. Fueron, creen en el PP, el paro, la deuda, la precariedad y los desahucios los que, junto a lo anterior, fulminaron los gobiernos de izquierdas. Quizá por eso Feijóo se empeña en retorcer cifras o dibujar escenarios apocalípticos que no terminan de cumplirse porque España ha aguantado mejor que sus socios europeos las sucesivas crisis surgidas desde el coronavirus. Feijóo es consciente de que, con las cartas que hay ahora mismo en juego, Sánchez no va a convocar elecciones. También que es imposible que obtenga la mayoría necesaria para una moción de censura con la que amaga, pero que no va a presentar. El horizonte es otra campaña electoral. En 2027, como dice una y otra vez por el presidente del Gobierno, o antes, como muchos auguran por el goteo de escándalos que llegará en otoño. Para lo que venga, y cuando venga, el líder del PP ha puesto ya en marcha la preparación de su partido con un congreso ordinario. El primero en una década que revisará el ideario y los estatutos. El lema elegido ya no se refiere al líder ni a su trazabilidad como gestor. Feijóo quiere hablar de “valores”. El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en un acto de campaña interna ante el inminente congreso nacional, en Málaga este mes de julio. ¿Y ahora, qué? En los últimos meses, Feijóo se ha dejado ver en la plaza de toros de Las Ventas, pese a que nunca ha expresado predilección alguna por este espectáculo que en Galicia es casi inexistente. Las referencias a su tierra natal son cada vez menores salvo para intentar armar alguna metáfora con la que explicarse. Lo hizo en un reciente foro organizado por ‘Expansión’ en el que aseguró que él es más de “puentes” que de “muros”, en referencia a Sánchez, y que la “única aportación” que hizo al pueblo que lo vio nacer (Os Peares, Ourense) fue precisamente levantar un puente “de 800 o 900 metros” sobre el río Miño para evitar a los vecinos una caminata de ocho kilómetros para cruzarlo. Feijóo ha optado por reducir el peso de la gestión en sus discursos y abundar en cuestiones que podrían definirse como ideológicas o incluso, en un término que a veces suena a despectivo, identitarias. Otra vez fue él mismo quien lo expresó con sus propias palabras en el mismo foro económico: “Si un señor está 14 años en una comunidad autónoma, se presenta cuatro veces a las elecciones, saca cuatro mayorías absolutas y por lo tanto le vence al PSOE y le vence a los nacionalistas. ¿Usted cree que no se sabe qué es lo que propone este señor?”. Feijóo zanjó: “Mi trazabilidad es la de un político reformista, que creo en que las cosas que funcionan las hemos de dejar, que las cosas que no funcionan las hemos de reformar y que, sobre todo, no podemos mentir a la gente y no podemos quebrar el país”. El líder del PP tiene ante sí una “última oportunidad”, según se dice dentro del propio PP. Como explica Orriols, “si vuelve a gobernar el PSOE el enfado dentro sería tan grande que podría haber un terremoto interno. Sería el fin del PP tal y como lo conocemos. Esta serie ya la hemos visto”. La realidad es que Feijóo lo tiene al alcance, más que nunca, sobre todo tras el escándalo Santos Cerdán, con dos secretarios de organización del PSOE imputados por corrupción, entre vergonzantes grabaciones. En este escenario, quienes fueron sus colegas barones han optado por no dar ninguna batalla en el congreso nacional de la semana que viene para no desviar el foco ni abrir una crisis interna que pueda insuflar aire al Gobierno. Ni Ayuso se ha atrevido, pese a que prometió hacerlo en público. Feijóo, Moreno y el presidente de Murcia, Fernando López Miras, han pilotado las ponencias ideológica y orgánica. La primera ha pasado sin pena ni gloria, tal y como se pretendía. No ha modificado ningún pilar político del partido porque no los ha tocado. No se habla de aborto, de eutanasia ni de gestación subrogada. Ni siquiera de Vox o de cómo reconducir las relaciones con otros partidos, especialmente el nacionalismo de derechas, o con los sindicatos. La ponencia no aborda de forma concreta asuntos vitales como el rearme o el futuro de la sociedad ante los desarrollos informáticos actuales. El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, saluda en la Feria de San Isidro de 2024 al seleccionador de fútbol masculino, Luis de la Fuente. En la imagen, el exalcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, el extorero Ortega Cano o la vicesecretaria del PP Noelia Núñez. Más interesante es la ponencia orgánica que recoge el cambio del método de elección del presidente del partido. Feijóo fulmina las primarias introducidas en 2017 por un Mariano Rajoy que no para de arrepentirse de haberlo hecho y recupera el clásico sistema de compromisarios. Al PP de Madrid no le termina de gustar el sistema, pero Ayuso ha renunciado a enmendarlo. Lo fían todo a la redacción posterior del reglamento para introducir “matices que deben ser concretados”. Lluís Orriols sostiene que Feijóo ha optado por no menear la base ideológica del PP, pero sí la “gobernanza” interna para establecer un modelo de partido “más descentralizado, con más poder de los barones territoriales”. “Esto es un cambio Feijóo”, añade, que de hecho comenzó ya en 2022. “Es lo único que queda y lo único inteligible de lo que va a pasar la semana que viene”, concluye. En su opinión, fulminar las primarias tiene como objetivo salvar a “otro partido conservador” en riesgo por “el populismo de extrema derecha”, como ha ocurrido en Francia o Reino Unido. “Intenta contrapesos regionales que eviten que se destruya el partido, que pierda las esencias de partido clásico conservador para transitar a un populismo de derechas”. Porque “las primarias tienen ventajas, pero ha sido catapulta para que líderes populistas se queden con partidos”. La que sale perdiendo es Ayuso, apunta Orriols, a quien se dificulta una posible carrera sucesoria posterior a Feijóo, sea eso cuando sea. “Con un sistema de compromisarios vinculados ella podría ganar” porque “si eres muy popular entre las bases acabas ganando”. Pero “si hay dudas, puede imponerse el aparato”. Sucedió con Pablo Casado, cuando todos los barones (incluido Feijóo) hicieron piña para evitar el liderazgo de Soraya Sáenz de Santamaría. El domingo que viene Feijóo presentará su nueva dirección, lo que dará más pistas de hacia dónde quiere encaminar su oposición. Pase lo que pase, menos de cuatro años después de aterrizar en Madrid el líder del PP ha pasado de estar “bien valorado” y representar “la transversalidad” a haber perdido “lo uno y lo otro”, señala Orriols. “Ni para los suyos ni para los otros”, asegura. “Buscaba una posición de conservador tradicional, simpatizante con el galleguismo. Eso se ha desvanecido, no queda nada”, lamenta el politólogo. Otra consecuencia del Turbomadrid que hoy lidera y representa Isabel Díaz Ayuso.