Husni Abdel Wahed, embajador de Palestina en España, suele citar en sus intervenciones al poeta Mahmud Darwihs. Con la fragilidad de la persona que sufre una situación difícil, toma la palabra en los actos de solidaridad que se organizan en España con el pueblo palestino y se hace fuerte en su voz, en su rechazo al odio, en la verdad humana de los valores que defiende. Como Darwihs, necesita buscar un sueño bajo las estrellas, una forma de resistencia basada en la esperanza de que el rencor no acabe determinando el futuro de su gente. Porque no se trata sólo de defender el derecho a un territorio propio, sino de conservar una cultura más allá de la abominación. Es entonces cuando afirma que nuestra mejor venganza será la sonrisa de nuestros hijos. Después de las heridas y las ofensas, defenderse significa también saberse humanos frente a la despreciable existencia del odio.Las paradojas nos ayudan a comprender el significado más sencillo de las realidades. Resulta paradójico que los enemigos tradicionales de los judíos, los representantes del antisionismo, sean los que ahora apoyan a los gobernantes de Israel en su barbarie genocida contra los seres humanos de Gaza. Las crueldades televisadas que llenan de muertos nuestras vidas, las imágenes de hospitales bombardeados y de personas condenadas a la tortura sistemática, las realidades de un mundo condenado a los escombros, no sólo suponen un horror histórico, sino el desmantelamiento de un futuro que necesitaba creer, por lo menos en la superficie de sus ilusiones más decentes, en la justicia, la dignidad y los derechos humanos. Benjamín Netanyahu es hoy el ejemplo más claro del desmantelamiento del derecho internacional en nombre de la violencia y la ferocidad.Los sectores ideológicos que miraron con simpatía la expulsión de los judíos de España, los herederos del catolicismo intolerable, los cómplices históricos del genocidio nazi en la Europa del siglo XX, los colaboradores de Hitler, son los que ahora apoyan el atroz comportamiento del Estado de Israel en Palestina. Y es muy triste que busquen en el pasado de un sufrimiento motivos para legitimar una nueva brutalidad. En el fondo, queda clara la simpatía que provocan la barbarie y la ley del más fuerte en algunos sectores ideológicos acostumbrados a no sentir respeto ninguno por el dolor de sus víctimas. Cuando la ley del más fuerte estaba representada por la Inquisición o por el nazismo, se arrodillaban antes sus persecuciones. Se conmovieron muy poco ante el paisaje inhumano de los campos de concentración, aunque nuestra vida, la vida de todos, se quedase en los huesos. No les importó el testimonio de la cultura judía que hablaba de persecución y exterminio. Ahora se conmueven poco con los miles y miles de cadáveres que llenan los rincones de Gaza y con el testimonio palestino de lo que significa perder a unos hijos, o quedarse sin casa y sin padres, o partir un amor como un trozo de pan, o ser asesinados en una cola hecha para pedir comida. Y saltamos todos por los aires.Tampoco es extraño que los sectores que nacieron de la repulsa al nazismo y al clericalismo –me refiero a los sectores que piensan que la dignidad humana no puede someterse a los dogmas imperativos, los intereses económicos y las coyunturas políticas– sean los que hoy se movilizan contra el genocidio provocado en Palestina. Se trata una vez más de la crueldad del más fuerte o la solidaridad compasiva ante las personas que sufren. Pueden cambiar los terrenos de juego en la barbarie, pero no cambian los enfrentamientos entre la violencia despótica y la dignidad humana.Por eso es importante que el odio no se apodere de la lucha por la dignidad y que el rencor no marque el futuro de un pueblo. Sobrevivir es también defender la dignidad humana propia. En español, la diferencia entre persona y perdona depende sólo de una letra. Por eso le agradezco tanto a Husni Abdel Wahed, embajador de Palestina en España, que en estos momentos de dolor hable siempre de poesía y afirme que su única venganza será la sonrisa de nuestros hijos.