Aquel sábado 27 de mayo, José Ignacio Quintana Balonga, acudió a la librería de su suegro, la mítica Piorno, en plena calle Real, para comprar el periódico como hacía siempre, cuando le dijo que habían matado a una chica en el Barrero, lo que en aquel entonces era un descampado lleno de matojos, malas hierbas y que terminó albergando lo peorcito de aquel San Fernando del año 2000. Era “un fumadero”, describe José Ignacio que, al enterarse de la noticia, creyó que habría sido “un ajuste de cuentas”.Fue a la hora del almuerzo, cuando recibió una llamada en su domicilio que cogió su mujer. “Ha llamado un hombre al que le han matado a su hija y quiere hablar contigo”. José Antonio García, padre de Klara García, “me dijo que le habían dado mi nombre y me preguntó si tenía inconveniente en que fuera su abogado”. Cuando José Ignacio llegó a comisaría y se encontró a Luis Miguel Pérez Matallana, compañero también del turno de oficio y al que le tocó la defensa, se miraron y dijeron, “esto es un marrón”.[articles:337129]Aquel crimen no tenía nada que ver con un ajuste de cuentas, ni nada relacionado con las drogas o cualquier motivo conocido hasta entonces. “El comisario nos adelantó que había temas satánicos y de brujería de por medio y que tuviera cuidado dónde me metía. Yo ya le había dado mi palabra a José Antonio y estaba dispuesto a seguir adelante”.Las brujas de San Fernando, como así se hacían llamar Iria Suárez y Raquel Carlés, de 16 y 17 años respectivamente, acabaron con la vida de su compañera y amiga Klara García la noche del 26 al 27 de mayo asestándole 32 navajazos y degollándola en aquel inhóspito descampado. El motivo: ser famosas y sentir lo que se experimenta al matar. Así lo expresaron al juez cuando al término de sus declaraciones, les preguntó el motivo del asesinato, qué les había llevado a cometer aquel atroz y sinsentido crimen. “Les preguntó si había sido porque Klara les había quitado el novio o algún otro tema e Iria, contestó: no, no hubo nada especial. Klara no significó nada para mí ni significa. Eso lo dijo delante de todos nosotros y el juez nos miró conteniéndose”, rememora."Iria llegó a decirle al juez que Klara no había significado nada para ella"Las tres eran amigas y compañeras en el IES Isla de León, un centro educativo que encajó aquel duro golpe con enorme dolor, donde durante años ha celebrado cada 26 de mayo el Día de la Amistad y en el que aún el tema sigue despertando pesar. Han pasado 25 años de aquel crimen que conmocionó a un país que acababa de vivir otros asesinatos en esta línea de sinrazón y brutalidad, como el crimen de la catana cometido por José Rabadán Pardo, que asesinó a sus padres y a su hermana con esta arma japonesa, les puso bolsas de basura en sus cabezas y los dejó en el cuarto de baño. Un auténtico líder para Iria y Raquel, al que llegaron a mandarle cartas. La frialdad de ambas llegó a un punto que José Ignacio recuerda aún con incredulidad. “Llegaron al Juzgado número 2 de instrucción y aquello era un hervidero. Las metieron en un cuartito y a la media hora las escuchamos cantar, cantar a voz en grito. Era una actitud totalmente impostada o de no ser consciente de la gravedad de los hechos. Siguieron cantando hasta que un agente de la guardia civil las llamó al orden y luego fueron a declarar”.Quintana recuerda que Iria modificó hasta en dos ocasiones el acta con su declaración, pero, tanto ella como Raquel, ofrecieron una “versión edulcorada” de los hechos. La de Raquel lo fue aún más y eso que fue en su casa donde se encontró en una maceta el arma homicida: una navaja con una esquirla en la hoja que dejó la marca en cada uno de los 32 navajazos que recibió el cuerpo de Klara.Iria y Raquel, apodadas las brujas por su vestimenta gótica y su pasión por el esoterismo y la ouija, ya intentaron cometer un asesinato poco antes contra una mujer embarazada en los aseos del centro comercial de Bahía Sur. Salió mal y creyeron que había sido un intento de robo. Con Klara, lo tuvieron más fácil. Amiga de ellas, la hicieron sentir mal porque desde que tenía novio le achacaban que se había alejado del grupo. Ambas eran bastante distintas. Raquel, hija de una madre adolescente, se crio con su tía abuela que murió cuando ella tenía 14 años. Iria, hija de un militar, en aquel momento destinado en Bosnia, era de carácter reservado y no se hablaba con su madre. Ella era la cabeza pensante en este binomio asesino.“En mi carrera he tenido otros casos en los que ves el desprecio por la vida, pero, en este caso, fue peor porque había un vínculo, una confianza que se rompió un segundo antes de matarla”. José Ignacio estableció una relación muy cercana a la familia de Klara y “aunque el caso jurídicamente era muy sencillo, emocionalmente era complicado: aquí había un contacto directo con los padres. Yo además tenía dos niños pequeños, el padre de Klara venía a mi casa que aún no estaba montada y comíamos y trabajábamos en una mesa de playa”.Todavía quedaba algo peor. Iria y Raquel serían encausadas bajo el marco de la Ley Orgánica 5/2000 de Responsabilidad Penal del Menor, la conocida como Ley del Menor, que ya había sido publicada en el Boletín Oficial del Estado (BOE) pero que tenía un vacatio legis, un periodo, de un año hasta su entrada en vigor.“Tuve que explicarles a los padres de Klara que no iban a cumplir una condena de 25 años por asesinato con alevosía y premeditación, sino que la pena máxima que se contemplaba en la nueva Ley del Menor era de cinco años. José Antonio no paraba de repetirme que eso no podía ser y la madre le dio un disgusto y empezó a gritar”. “Les comenté que todavía no había entrado en vigor [el fin de la vacatio legis fue el 26 de enero de 2000] y que podía ser modificada”A partir de ahí, se inició todo un movimiento para cambiar la ley y que se aumentara el tiempo de internamiento a ocho años. Después de estar siete meses en prisión y con la entrada en vigor de la Ley en enero de 2001, Iria y Raquel fueron a un centro de internamiento. A los seis años, salieron en régimen de semilibertad, lo que indignó y llegó a hundir a la familia, que terminó mudándose de San Fernando a Chiclana.Ninguna de las dos asesinas volvió tampoco a La Isla. Raquel se quedó en Madrid donde hasta las últimas noticias conocidas, trabaja de celadora e Iria, tras vivir en Galicia y estudiar por la UNED Psicología, se mudó a Oxford donde saltó la polémica en 2019 al conocerse que estaba trabajando en una escuela infantil. Algo que, por muy retorcido que suene, no era imposible. “Podían hacerlo perfectamente, ellas pagaron su deuda con la sociedad española”, reflexiona Quintana.Otra cosa, es la deuda con la familia. Pusieron en marcha la Fundación Klara García para fomentar los valores de la amistad, el compañerismo y todo ese universo de colores y buenos sentimientos que representaba Klara e, incluso, lograron editar una revista. Fue solo un número. Era todo demasiado doloroso y la fundación terminó por extinguirse.El Barrero es hoy un parque donde cientos de niños y niñas juegan cada tarde en unos juegos infantiles con temática espacial que les permite imaginarse llegando a la luna o cualquier sitio más amable que el que encontró Klara aquella noche en ese lugar. La estatua de unicornio, del escultor Manuel Sánchez, en su honor divisa desde lo alto el parque recordando que el mal existe, pero también el bien.