Aquel verano de hace cinco años

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No tiene sentido opinar de aquel verano del 69 (el que sigue cantando Bryan Adams en cada concierto) o de cualquier otro verano si no ha pasado el tiempo suficiente. A los veranos como al vino hay que darles un poco de tiempo en barrica. Ni siquiera creo que para el señor Adams aquellos fueran "los mejores días de su vida". Como tampoco lo fueron para mí, ni para muchos. El tiempo, que es muy generoso con los recuerdos, hace que los días sean más largos, las piscinas más grandes y aquellos colegas de urbanización "amigos para siempre". Incluso la mirada de aquella chica, que nunca interpreté bien, con el tiempo me ha apetecido convertirla en algo así como un "vamos a conocernos", aunque no ocurriera. Bendita memoria que nos engaña y nos ayuda a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Maldita sea si se encarga de envenenar esos recuerdos, que también ocurre. Me cuenta un hermano que, con la risa como objetivo, su grupo de amigos se reúnen para contar mentiras. Tienen derecho a ello. Se conocen de toda la vida y por eso ya no están muy interesados en hablar ni del presente en modo veraz, salvo las cuatro cosas para ponerse al día de familia, trabajos y jubilaciones en el horizonte. Tampoco le dedican apenas tiempo a esa narración del pasado cuando es precisa en detalles, tan manida, tan sobada, a veces tan dolorosa. Menos aún para embarrarse con ese pasado de cuentas pendientes con la vida o con otras personas. Se trata de recuperar recuerdos de pandilla, momentos sonrojantes, noches largas de charla apoyados en paredes de adobe, los primeros cigarrillos… Y como no, los amoríos que no fueron pero, por arte de magia, sí que fueron. Hablan de sus recuerdos, pero le agregan un poco de sal para que tenga más sabor, o se exagera al límite. Es contar lo ya contado pero con un poco "de lo que podría haber sido y no fue". O simplemente, una trola detrás de otra para provocar la carcajada. Talio saliendo del baño con cara de estupor después del accidente con el retrete, Ángel siempre enviando flores a las chicas (nunca vivió aquella tienda de flores días tan rentables), Suso, que no aclara lo que pasó en aquella cita, aunque no haga falta. Javier y su Vespa de los éxitos. Había por allí alguno más, que cuenta una historia de un viaje a Granada, pero siempre con finales diferentes. A gusto del consumidor. Aunque parezca mentira son ya cinco años transcurridos desde que nos arrasó aquella peste china que iba a cambiar nuestras vidas para siempre. Me hizo el comentario uno, debajo del Acueducto, con la plaza abarrotada de orientales (irónicamente) y bebiendo a morro un botellín. Sí, efectivamente, nada iba a volver a ser lo mismo. No cabe mayor ironía, visto lo visto. Y con la perspectiva del lustro creo que ya podemos empezar a hablar y pensar calmadamente en lo vivido. Estos años pueden ser suficientes para convertir el dolor en nostalgia, enterrar "una mala tarde la tiene cualquiera", empezar a perdonar lo imperdonable y hasta dar una oportunidad a que "quizá algún día quien sabe". Al acabar un paseo rápido (lo del running es para otros), y mientras nos dirigíamos al bar para nivelar los electrolitos, escuchaba a Fabio contarme el relato de su divorcio. Otra vez, pero con una diferencia: el tiempo había trabajado y estaba en paz. Ilusiones diferentes, nuevos objetivos, sus hijos más mayores, la vida en marcha de nuevo. Me alegré por él. El peso del lustro transcurrido lo he experimentado porque justo el verano de 2020 (y de ahí en adelante) empezó a venir año tras año un mercadillo en donde descubrí en un puesto a Miguel. Vende un chorizo leonés que pica un poco y que es remedio para todos los males. A Miguel le gusta hablar y me ha contado durante estos años su versión sobre casi todo. Pues bien, resulta que el año pasado visitando otro pueblo había un mercado medieval, con sus puestos de oficios y demás. En uno de los puestos ví lo que me parecía el chorizo en cuestión. Cogí un par de ellos y al ir a pagar el tipo que estaba vestido de época (supongo que de plebeyo) me dijo: -¿No me reconoce?. Soy Miguel, el del mercadillo. Mire como me tienen "disfrazao". El tiempo pasa y Miguel evoluciona. La vida ha seguido. Recibamos este verano como se merece. Miro hacia el de 2020 y ya lo recuerdo mejor de lo que fue. Tino de la Torre – Gerente de Westfalia Gestión de Patrimonios y Escritor