Vaya por delante nuestra admiración por el chelista madrileño, no sólo por su extraordinaria carrera en la que no tardaron en reconocerse sus méritos, sino también por su labor de difusión del instrumento a través de sus charlas con otros destacados violonchelistas que, por una razón u otra, aportan valiosas opiniones sobre distintos aspectos del instrumento y su repertorio. Toca sobre un Stradivarius que le han prestado para siempre (?), así que se unen en él talento y medios para expresarse. Pero desde el primer momento de oírlo en directo fue dibujando su forma tan peculiar de interpretar, que no diremos que sea única, pero al menos aseguramos que no es frecuente de manera continuada. Nos referimos al mimo con que construye las frases, los acentos, la expresión… Incluso si tiene que recurrir al fortísimo, lo amaga más que lo consuma, como si temiera por el instrumento (y sabe que no es así, y que incluso le convienen esos cambios tan marcados). Pero es la forma en que lo plantea y ejecuta: si ya abiertamente el compositor propone un pasaje en 'piano' ('dolce', 'soave', etc.) puede que construya una especie de 'sforzando' extendido, es decir, más marcado al inicio y casi diluyéndose hasta la extinción en poco espacio de tiempo. Es más, a veces un pasaje podía estar marcado como 'forte', gesticular como si lo estuviese tocando así (levantando mucho su hombro derecho) y darnos la impresión de que el instrumento daba mucho más de sí dinámicamente (a lo mejor conserva el tamaño del puente barroco). Entender así el 'Concierto para violonchelo y orquesta' en La menor, Op.129 de Schumann acertaría sólo en parte, dado que los contrastes pronunciados de su escritura, fruto de un estado de ánimo en permanente desasosiego del autor, no terminarían de aflorar como choque (hasta el punto de haber inventado dos personajes imaginarios: por un lado Eusebio , que es tranquilo, reflexivo y soñador, mientras que Florestán es apasionado, alegre e indómito. Nos pareció que huyó del enfrentamiento y prefirió limar asperezas por ambos lados. Técnicamente es deslumbrante , capaz de mantener 'tempi' muy rápidos, en los que cabían escalas vertiginosas como ráfagas, armónicos, arpegios, dobles y triples cuerdas o, aquí sí, temerarios saltos de cortísima duración, recorriendo todo el diapasón en segundos, como corresponde a uno de los conciertos más emblemáticos y conocidos del repertorio. Sonido muy bonito para presentarnos al Schumann más romántico, en el sentido más tradicional del término. La 'sarabanda' de la 'Suite nº 1' para chelo de Bach que ofreció como propina quedó irreconocible bajo un tiempo y medidas muy caprichosas. Lucas Macías llegaba por primera vez al podio siendo director titular de la ROSS y quizá no podía haber escogido mejor repertorio para ello, conociéndose como se debe conocer. Nos referimos al seguimiento orquestal de Ferrández: o había tocado anteriormente con él o no tardó en reconocer el estilo del chelista, de manera que además de contar con una orquesta reducida (la original), se fue apisonando para no tapar los pasajes más delicados del chelo, que a veces se quedaban para el propio intérprete. Luego llegó su hora. No sabemos si cuando se programó este concierto ya estaba en conversaciones para dirigir la orquesta; y, si no, ni a propósito podía haber elegido otro programa donde pudiese demostrar su valía: se adaptó a Ferrández como si fuese su estilo y luego se metió en la piel del héroe, de sus detractores, de la mujer del héroe… Pero de memoria. Personalmente, consideramos a Richard Strauss un orquestador insuperable, capaz de una vivacidad colorística tan grande como su inventiva narrativa o armónica. Los poemas sinfónicos ideados por Liszt le ofrecieron ese formato abierto que necesitaba, y sobre el que construyó lienzos de hermosísima música, recurriendo a los 'leitmotive' wagnerianos que aportaron la unidad (también se ha querido ver una gran forma sonata, lo que no es excluyente). La dificultad de 'Vida de héroe' es extrema por tanta riqueza, aunque la primera para el director es encajar tanto material sin perder las ideas principales. Una de las más recurrentes es la esposa del héroe , que Strauss no tuvo empacho en reconocer en el rol a su propia esposa Pauline, calificada por el mismo compositor como coqueta, muy mujer, algo depravada o nunca dos veces igual. En este caso fue Alexa Farré , su violín, quien nos ofreció esta visión de una belleza que será difícil olvidar: la pureza de sonido, la afinación tan precisa, los matices que adornaban sus melodías, la intensidad de su expresión o el vigor de su sonido. Al final Macías no se cansó de sacarla a saludar ni el público de aplaudirla. Y aún podríamos destacar su trabajo al frente de los violines, cuya energía parecía concentrarse como en un haz sonoro único, casi tangible, resaltando sobre todas las demás secciones, que estuvieron francamente bien. No podemos olvidar dos momentos especialmente mágicos: el primero, entre el corno de Sarah Bishop con unos timbales ( Pedro M. Torrejón ) de toque tan delicado que apenas se oía, pero lo suficiente como para marcar el 'tempo', como sonidos borrados. Las dos arpas , añadiendo ese sonido tan etéreo. Y ya finalizando, otro momento mágico de nuevo con Alexa, con las injerencias de Joaquín Morillo como solista de trompa. Estuvimos especialmente pendientes de la dirección de Macías, por aquello que contaba Carpentier que se podría componer una sinfonía con el material que se van olvidando los directores que dirigen de memoria. No fue el caso, sino al revés: lo vimos muy tranquilo, elegante, desinhibido ante el reto planteado y libre de una dirección cuadriculada y mecánica.