UE: nuevo paradigma de defensa

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El debate sobre el aumento de la inversión en Defensa está poniendo sobre la mesa un problema más profundo que el de la mera dificultad presupuestaria de muchos países para llegar o superar el 2 por ciento del Producto Interior Bruto, reclamado no solo por Donald Trump , sino por la propia OTAN desde la cumbre de Gales en 2014. El problema es el arraigo de una configuración política y social de las necesidades de Defensa en las democracias que ha convertido lo militar en una prioridad de segundo o tercer grado. Los países europeos occidentales se libraron del yugo estalinista tras la II Guerra Mundial y optaron por un futuro basado en la conjura de los riesgos que elevaron al poder a los populismos nazi y fascista de los años veinte y treinta del siglo XX. Lo que hoy conocemos como UE se alumbró como un mecanismo de prevención de nuevas guerras en suelo europeo y sus fundadores dieron prioridad a un Estado de bienestar que alejara a los ciudadanos de pulsiones totalitarias. El paraguas militar y económico de EE.UU. hizo pensar que las renovadas democracias europeas no tendrían que afrontar por sí solas nuevos esfuerzos militares. La creación de la OTAN formalizó esa dependencia europea respecto de EE.UU., bajo el estatuto de una coalición de aliados unidos frente a la amenaza soviética. Una vez que esta finalizó, con la política de presión de Ronald Reagan sobre Mijail Gorbachov y el agotamiento imperial de Moscú, los gobiernos europeos relajaron aún más sus compromisos presupuestarios en materia de Defensa, con recortes en los efectivos humanos y en los medios materiales. La idea de que las nuevas guerras ya no se harían con «botas sobre el terreno» abrió paso a la creación de ejércitos pequeños, móviles y profesionales, dotados de medios tecnológicos, suficientes para las nuevas amenazas. El 'joystick' del dron empezó a sustituir al gatillo del fusil. Sin embargo, en vez de ir acompañada de una educación en el compromiso de la defensa nacional, esta reducción de las fuerzas europeas ha tenido como contexto, salvo excepciones, un desprestigio de la disuasión militar. Europa está ahora ante el espejo de sus carencias en cuanto se ha comprobado que Estados Unidos empieza a cerrar su paraguas y que sigue habiendo guerras que, además de tecnología punta, requieren efectivos humanos en primera línea de combate. Los países que no han perdido la memoria de lo que fue la ocupación soviética –como Polonia– están más preparados para asumir los protagonismos a los que fuerza la agresión rusa a Ucrania. Todavía hoy siguen siendo dominantes las excusas de mal pagador de gobiernos como el español para no hacer frente a la realidad de que el paradigma de la tranquilidad europea ha variado sustancialmente. Todos los fundamentos de la postguerra y del final de la Guerra Fría están mutando a un nuevo escenario que va a emplazar a los europeos occidentales a que asuman –a que asumamos– costes significativos en la política de bienestar material para emprender una política de defensa democrática. Que las democracias europeas son inatacables por ser virtuosas es una ensoñación que Putin ha reventado con su ataque a Ucrania, un realidad que se impone a quienes se engañan con que Ucrania no es una democracia europea y que Kiev está muy lejos de Madrid. Conviene afrontar este futuro inmediato con una estrategia a gran escala que incluya no solo más dinero, mejor planificación , sino también una difusión de nuevos valores para la defensa activa de unas democracias que se creían más fuertes de lo que realmente son.