La balsa, bautizada con el nombre de un histórico cortijo cercano, Don Melendo, y con la envergadura de un lago gigante que por su ubicación casi podría recordarnos al milenario lago Ligustinus –el precedente salino de todas las marismas del Guadalquivir–, terminó de construirse en 2003, después de un lustro de obras que consumaban los faraónicos trabajos del Canal del Bajo Guadalquivir, más conocido como Canal de los Presos, en referencia a los esclavos de Franco que lo construyeron, y después de una inversión de 11 millones de euros financiados en un 60% por los fondos europeos Feder y en un 40% por el millar de agricultores que conforman la Comunidad de Regantes. Son los de ese enorme Sector B-XII que siempre necesita agua para abastecer a sus 15.085 hectáreas de algodón, tomate y remolacha, entre otros muchos cultivos que se han ido diversificando en los últimos años. En la balsa de Melendo, por tanto, como es conocida aquí esta obra de ingeniería que consistió en el cierre mediante cuatro diques de una depresión natural de 240 hectáreas, desemboca el principal canal de riego que empezó a construirse en pleno franquismo y que atraviesa toda la provincia de Sevilla, en diagonal, desde Peñaflor hasta Lebrija. [Estamos también en WhatsApp, en Telegram y en Bluesky. Síguenos] Este gigantesco lago artificial se ha convertido, más de dos décadas después, en un instrumento multifuncional sin el que no podrían entenderse hoy por hoy la agricultura ni las actividades deportivas ni la identidad del paisaje ni el valor ecológico de la flora y la fauna en toda la comarca lebrijana. Cuando está completamente lleno, como ahora que se ha espantado la sequía, y con una profundidad máxima de seis metros, almacena algo más de 8 hectómetros cúbicos de agua, lo que supone no solamente un ahorro considerable de agua, sino la garantía para regular toda la que transporta el canal a lo largo de 70.000 hectáreas, desde el noreste de la provincia hasta llegar a estas tierras lebrijanas. La balsa de Melendo, con seis metros de profundidad, ocupa 240 hectáreas cerca de Lebrija. MAURI BUHIGASPor cinco euros, cualquiera puede disfrutar de un paseo en canoa o piragua por estos parajes. MAURI BUHIGASLa balsa garantiza el riego a la marisma incluso en época de sequía. “Toda el agua que se destina a riego en el B-XII viene desde la balsa directamente”, asegura el gerente de la comunidad de regantes, Diego Bellido, orgulloso además de que se hayan sembrado en el entorno más de 165.000 plantas autóctonas entre bosquetes, taraje, pino carrasco, lentisco, pino negro, adelfas, chopos y algarrobos. La laguna, como el inmenso humedal que es, se ha convertido además en refugio de aves de todo tipo, empezando por las autóctonas del entorno de Doñana, como patos, fochas, garzas, espátulas, cigüeñas, cormoranes o flamencos, y terminando por especies que peligraron en su momento, como el morito o la cerceta pardilla. “Aquí no se tira una gota de agua”, insiste Bellido, “porque para todo el proceso se aprovecha que el agua entre y salga por su peso”. El agua se adecenta y pasa totalmente limpia al Sector B-XII, y solo desde las estaciones de bombeo de aquí se utiliza la electricidad para llevarla a las distintas explotaciones. En un extremo de la balsa se sitúa el centro de control. “Todo está aquí informatizado y los agricultores pueden controlar, a través de su móvil, los litros que están consumiendo, la dotación que les queda o pueden programar su riego para tres veces al día durante la semana”, insiste Bellido, mientras señala, por un lado, el control de cámaras en sus instalaciones y, por otro, una isla conformada en medio de la balsa cuyos álamos se otean blancos por las heces de tantas aves como nidifican ahí. Alrededor de toda esta repentina reserva natural que muy pocos conocen en la provincia, aunque últimamente se está promocionando entre asociaciones culturales, colegios y el Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera de Los Palacios y Villafranca, se articula un sendero de casi 12 kilómetros de longitud que hoy es ideal para practicar el senderismo, el ciclismo, la pesca y hasta el piragüismo. No en vano, hasta esta pasada semana ha estado entrenando en la balsa una decena de piragüistas de la Selección Española, que han encontrado en las instalaciones del club Tarfía, en una de las orillas de la balsa de Melendo, las posibilidades, la amplitud de aguas y la temperatura ideal que no hubieran imaginado en los estanques donde suelen entrenar en el norte. El club Tarfía: deporte y ocioEl presidente del club de piragüismo Tarfía, Manolo Ruiz, se muestra orgulloso de que los palistas de la Selección Española hayan corroborado estos días la buena fama que tiene el embalse de Melendo entre los deportistas de todas las modalidades de remo a nivel español. No en vano a la balsa suelen venir piragüistas sevillanos de clubes que entrenan en el río Guadalquivir como los del Círculo Mercantil o el Náutico, entre otros. “Los chicos de la Selección han estado encantados por la anchura de estas aguas y también por el tiempo que les ha hecho”, insiste Plácido Odar, uno de los cien socios que componen el club y que suele echarle una mano al presidente aunque no tenga ahora mismo ningún cargo directivo. Hasta el alcalde de Lebrija, Pepe Barroso (PSOE), les ha hecho una recepción oficial a los chicos de la Selección Española de Piragüismo, y la delegada municipal de Deportes, María Encarnación Fuentes, ha asistido estos días a uno de los espectaculares entrenamientos.Manolo Ruiz, presidente del Club de Piragüismo Tarfía, junto a Plácido Odar, amigo y compañero. MAURI BUHIGASLos chicos del club recogen a la atardecida. MAURI BUHIGASManuel Raposo, hijo de riacheros de Trebujena, trae desde la localidad vecina a sus dos hijos, Hugo y Martina, y a su sobrino Diego. “Su niño acaba de proclamarse campeón de Andalucía en su edad”, informa Ruiz, mientras los chicos recogen sus palas y colocan la piragua en su sitio, entre otras muchas que conforman un ordenado y colorido conjunto bajo las casetas del club, a la orilla del lago. Las piraguas y las canoas tienen una envergadura considerable, pero no pesan mucho más de 10 kilos y entre dos chicos las manejan perfectamente. Cuando Hugo y Diego han terminado de colocar las suyas y se han colgado las palas enfundadas a sus espaldas, salen con otras embarcaciones chicos algo mayores. Se llaman Yerai y Guillermo, y a ambos se les nota la experiencia en club y en estas aguas por la forma con que cargan con sus aparejos, por cómo entran descalzos por la orilla de verdoso limo, por la forma en que echan la canoa y la piragua al agua, por cómo avanzan a golpe de pala, uno sentado en la piragua y el otro con su rodilla izquierda clavada en la canoa. La práctica del piragüismo es segura, según explican las familias del club. “Vamos con chalecos y además nos acompaña siempre alguien con la lancha”, dicen los chicos, que también cuentan con un pequeño gimnasio en el que hacer sus sesiones de pesas.Yerai y Guillermo se ejercitan en el gimnasio del club, con la balsa al fondo. MAURI BUHIGASMartina, Diego y Hugo vienen cada tarde desde Trebujena para hacer piragüismo en la balsa de Melendo. MAURI BUHIGASTarfía, que es el nombre del club, es uno de los canales del Guadalquivir situado entre Lebrija y Trebujena. Se tiene conocimiento de su nombre desde la Edad Media y al menos desde el siglo XIII se tiene documentada su actividad pesquera. El canal, con el tiempo, también fue conocido como Caño de las Monjas. “Mi padre fue un riachero de toda la vida”, corrobora también el presidente del club, y añade: “Y yo hasta que hice la mili trabajé en el transbordador que tenía él para pasar coches y gente de esta orilla a la otra”. La gente de aquí conoce bien el territorio. Manuel Raposo, que se va con sus niños, sonríe mientras oye hablar de los riacheros que cogían camarones porque también su padre lo fue. De hecho, la afición a estas embarcaciones deportivas hunde sus raíces en aquellas otras embarcaciones laborales de gente que nunca pensó en divertirse con las barcas o canoas. Estos nietos de aquellos riacheros tienen amigos que no pescan nada, pero entrenan, compiten y han ido construyendo una nueva familia a partir de su afición. Acceso públicoEl club de piragüismo Tarfía nació poco después de que, en 1992, los lebrijanos Paco Pino y Gonzalo Sánchez regresaran del descenso del Sella, en Asturias. “Volvieron con una canoa y sus palas y hablaron con otros amigos y así nació el club”, rememora Manolo Ruiz, que lleva de presidente desde 2007. “Al principio entrenábamos en el propio Guadalquivir”, cuenta Ruiz, “pero aquello era peligroso y teníamos que tener mucho cuidado con los barcos que pasaban y el oleaje, con las mareas, etcétera”. De modo que cuando estuvo terminada la balsa, en 2003, se fueron construyendo unas instalaciones que hoy se antojan ideales. La balsa de Melendo terminó de construirse en 2002, tras inversión de 11 millones de euros. MAURI BUHIGASAl club Tarfía vienen muchos lebrijanos, el centenar largo de socios que lo componen y sus familias, pero también palistas de otros municipios cercanos como Trebujena y Las Cabezas de San Juan, normalmente por la tarde. No hay bar, pero los socios, que han ido poblando la zona boscosa que rodea sus instalaciones de especies arbóreas de lo más variado, suelen preparar almuerzos o meriendas. Y los fines de semana también llega gente para alquilar canoas a cinco euros la hora, no solo por hacer deporte, sino por disfrutar de cerca de un ecosistema único que es más fácil contemplar desde el agua, cuya superficie va cambiando de color conforme pasan las horas. Hay estampas, en los crepúsculos de luna llena, que parecen auténticas imágenes soñadas, como sacadas de poemas a los que les sobraran las palabras.