El error de blanquear a Putin

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Las Naciones Unidas han sido el último escenario donde Donald Trump ha querido subrayar su alejamiento de los aliados de la OTAN y el blanqueamiento de la agresión a Ucrania por parte de Vladímir Putin. Ya no se trata sólo de insultar al líder ucraniano llamándolo «dictador» o «actor mediocre», ni de exigirle el pago de la ayuda militar y económica que le ha proporcionado su antecesor en el cargo, sino de brindar a Rusia la satisfacción de imponer sus puntos de vista nada menos que en el Consejo de Seguridad en una votación en la que Estados Unidos, Rusia y China, habitualmente enfrentados, han coincidido como pocas veces en la historia. La resolución del Consejo de Seguridad, con carácter vinculante, fue precedida por la presentación en la Asamblea General del mismo texto que fue rechazado ampliamente a instancias de Kiev y sus aliados europeos por no definir a Rusia como la nación «agresora» y no exigir el respeto a la integridad territorial de Ucrania. En esa votación, Rusia quedó en minoría junto a Estados Unidos y países como Bielorrusia, Nicaragua o Eritrea, pero también con Israel y Hungría. Lo importante, sin embargo, es lo ocurrido en el Consejo de Seguridad. Allí, las tres grandes potencias militares del momento han decidido advertir al resto del orbe que el único principio válido en las relaciones internacionales es la fuerza, que el respeto a las fronteras preexistente es facultativo y que la soberanía de los países medianos y pequeños es una cuestión tolerada. Es una manera de proclamar que el mundo regido por reglas que con gran dificultad se ha tratado de construir desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, ha muerto. Más lamentable aún es el papelón del Reino Unido y Francia, los dos únicos países europeos con derecho de veto en el Consejo de Seguridad, que no se atrevieron a ejercerlo en esta ocasión con la excusa de que no quieren molestar a Trump y prefirieron abstenerse. Casi al mismo tiempo, el presidente francés, Emmanuel Macron, se reunía en la Casa Blanca con el presidente de EE.UU. para intercambiar sonrisas y caricias en una representación tan banal como falta de contenido . Si había un momento en que Francia, en nombre de la Unión Europea, debía mostrar independencia de criterio fue a la hora de votar la resolución en el Consejo de Seguridad. Hubiese sido un buen inicio para la nueva autonomía estratégica que el Viejo Continente dice querer construir. Más allá de marcar su nueva comprensión del mundo, Estados Unidos está cometiendo un grave error estratégico al blanquear a Putin. Abrir camino a una tregua, legitimando al agresor y denostando al agredido, supone no sólo reescribir la historia sino abolir el derecho internacional como lo conocemos desde el Congreso de Viena. Olvidar quién es Putin y qué representa no es una opción responsable. El líder ruso ha demostrado en dos décadas de gobierno que su proyecto geopolítico es incompatible con el orden internacional basado en el respeto a la soberanía y la legalidad internacional. Ceder ante él enviaría el mensaje equivocado no solo a Moscú, sino también a Pekín y Teherán, que observan atentamente cualquier síntoma de debilidad en la postura occidental. Europa no puede permitirse que su destino dependa de los vaivenes de Washington. La unidad transatlántica ha sido clave para contener a Putin y cualquier paso en falso puede poner en peligro los avances logrados. La diplomacia debe servir para fortalecer la firmeza occidental, no para dar aire a un autócrata que solo entiende el lenguaje de la presión y la determinación. Blanquear a Putin es un error que Occidente no puede permitirse.