La auténtica guerra comercial entre la Unión Europea (UE) y Estados Unidos (EEUU) comenzará pronto. Donald Trump ya ha anunciado aranceles sobre las importaciones de acero y aluminio para el 12 de marzo, pero su efecto será reducido comparado con la posible imposición de aranceles generalizados a todos los países del mundo, incluidos los europeos. El eventual aluvión proteccionista llegará previsiblemente a partir del 1 de abril, cuando la Administración presente sus informes sobre tratamiento “desfavorable” a los productos y empresas estadounidenses. Pero, dado que Trump es errático e impredecible, tampoco es imposible que llegue antes.La UE es el principal bloque comercial del mundo, una de las regiones más abiertas al comercio y la inversión y una firme defensora de las virtudes de la interdependencia económica gestionada a través de reglas. Trump, por su parte, está claramente a disgusto con el orden liberal internacional y considera a la UE más un rival comercial que un aliado geoestratégico.‘’ […] lo que la UE debería marcar como línea roja en el diálogo comercial con EEUU es que no se interprete que el IVA europeo es un arancel, porque no lo es’’.Ante este desafortunado contexto, es importante que la Comisión Europea, que habla en nombre de todos los Estados miembros en materia comercial, tenga una estrategia clara para hacer frente al mercantilismo trumpista. Y, para lograr que esa estrategia sea efectiva, lo primero que hay que hacer es definir sus objetivos. Éstos deberían ser esencialmente dos: minimizar el daño económico del proteccionismo sobre la economía europea y evitar una confrontación abierta que lleve a una escalada en la que Trump pueda sentirse tentado a atacar a los países europeos con instrumentos no económicos.Asimismo, la estrategia debe conjugar la lógica económica, que muestra que los aranceles son una pésima idea (también para la economía americana), con los políticos, que pasan por comprender que lidiar con Trump requiere una respuesta clara y creíble (es bien sabido que a los abusones les gusta machacar a quienes perciben como débiles).Trump ha afirmado que pretende establecer “aranceles recíprocos”, es decir, que EEUU establecerá el mismo nivel arancelario sobre las importaciones que los demás países establezcan para las suyas. Y, además, lo hará producto a producto. Entender la reciprocidad en el comercio como mera equivalencia ignora la evolución de los últimos 70 años de negociaciones comerciales, donde las grandes potencias se intercambian reducciones arancelarias que pasan a ofrecerse a todos los países bajo la “cláusula de nación más favorecida” en el marco de negociaciones multilaterales. Los “aranceles recíprocos” planteados por EEUU son claramente incompatibles con la normativa de la Organización Mundial del Comercio (OMC), pero eso no debería sorprender dado el desinterés de Trump por las instituciones de cooperación internacional. Sin embargo, lo más curiosos es que impulsar “aranceles recíprocos a la Trump” supondría que cualquier país podría forzar a EEUU a bajar sus aranceles. Para lograrlo, sólo tendrían que bajar los suyos (lo que, por cierto, sería una excelente idea).En todo caso, como el trumpismo no opera bajo las leyes de la economía o el rigor histórico, la UE podría –para mostrar disposición al diálogo– “celebrar” el concepto trumpiano de “aranceles recíprocos” como aproximación al comercio justo. Al fin y al cabo, los aranceles que la UE impone a los productos estadounidenses, salvo algunas excepciones como los coches, son reducidos. (Según la Comisión Europea, el arancel medio de la UE sobre los productos estadounidenses es del 0,9%, mientras que las exportaciones europeas a EEUU se enfrentan a un gravamen medio del 1,4%. En los productos agroalimentarios la diferencia es todavía mayor, 3,5% frente a 5,7%.) Por lo tanto, con los números en la mano, el margen de maniobra de Trump para elevar aranceles sobre productos europeos sobre la base de la reciprocidad sería reducido.En esa misma línea, la Comisión Europea debería estar dispuesta a rebajar los aranceles europeos al nivel de los estadounidenses, incluso en sectores como el del automóvil, de nuevo como muestra de buena voluntad (y extender dicha reducción al resto de países siguiendo la normativa de la OMC). Además, así podrían reclamar bajadas de los aranceles estadounidenses en muchos otros sectores, siempre sobre la base de la reciprocidad.Siguiendo con la parte conciliadora del plan de respuesta, la UE debería presentar como concesión a EEUU (a Trump le encanta decir que ha logrado concesiones) la agenda de simplificación regulatoria en la que está enfrascada como resultado de los Informes Draghi y Letta, que favorecerá a las empresas estadounidenses que operen en Europa. De hecho, se podría ir más allá y proponer una mesa de diálogo permanente para seguir los avances en esa materia, que sustituiría al Consejo de Comercio y Tecnología que estuvo vigente durante la Administración Biden y facilitaría la integración económica y el crecimiento en el espacio transatlántico. Esto serviría para atajar las quejas de Trump sobre las barreras no arancelarias europeas o lo que EEUU afirma que es un tratamiento fiscal desfavorable a las empresas tecnológicas estadounidenses. Para Europa, la simplificación regulatoria tiene que ser compatible con sus valores democráticos y objetivos de sostenibilidad. Pero eso es perfectamente compatible con asegurar una regulación –incluyendo la impositiva y en particular la relativa a las empresas tecnológicas– que evite un trato discriminatorio entre compañías europeas y americanas o entre diferentes sectores de actividad. La UE podría incluso plantear a EEUU que los acuerdos regulatorios transatlánticos sean el embrión de la necesaria reforma de la OMC que tanto interesa a Europa. Seguramente, la Administración Trump no esté interesada, pero este planteamiento reforzaría la posición europea como defensora del marco comercial multilateral, algo importante a los ojos de los países del sur plural que quieren evitar que la ley de la selva sustituya a las normas en el comercio internacional. Hasta aquí, la parte constructiva y dialogante de la estrategia de respuesta europea, a la que sólo habría que añadir un matiz: lo que la UE debería marcar como línea roja en el diálogo comercial con EEUU es que no se interprete que el IVA europeo es un arancel, porque no lo es. De hecho, la Unión podría invitar a EEUU a que, en lugar de aranceles, Trump establezca un IVA como el comunitario (como es sabido, el IVA es un impuesto sobre el consumo, que hace un tratamiento exquisitamente simétrico entre importaciones y producción interna). Si lo hiciera, comprobaría cómo los europeos no se quejarían porque no es un instrumento proteccionista. Incluso, si quisiera, podría situarlo en el 25% o el 30%, mucho más alto que el europeo, y tampoco recibiría ninguna queja desde Bruselas. Al parecer, el comisario de Comercio y Seguridad Económica europeo, Maroš Šefčovič, ya ha estado en Washington explicando la lógica del IVA europeo al recientemente nombrado secretario de Comercio de EEUU, Howard Lutnick.Las anteriores medidas de diálogo y cooperación, sumadas al aumento de compra de gas natural licuado estadounidense (que Europa lleva importando en cantidades crecientes desde que comenzó la guerra en Ucrania hace tres años) tal vez sean suficientes para evitar la guerra comercial. Pero, si no lo fueran, la UE debería activar una respuesta contundente centrada en crear problemas a EEUU a la vez que se minimiza el daño económico en Europa. Esto significa evitar, en la medida de lo posible, que la Unión establezca aranceles, ya que éstos generan inflación y perjudican a los consumidores.La primera línea de respuesta debería pasar por una medida que se podría calificar de indirecta: se trataría de evitar tomar decisiones que puedan tener un efecto inflacionista sobre la zona euro, con el objetivo de crear margen de maniobra para que el Banco Central Europeo (BCE) pueda bajar los tipos de interés todo lo que sea necesario durante los próximos meses.Menores costes de financiación no sólo impulsarían la demanda interna europea, sino que depreciarán el euro, compensando el efecto de los aranceles estadounidenses sobre las exportaciones europeas. Además, un euro más débil reduciría la competitividad-precio de las exportaciones estadounidenses de bienes y de servicios. En parte, esto ya ha sucedido: el 25 de septiembre el euro llegó a cotizar a 1,12 dólares y ha llegado a depreciarse hasta el 1,02 en semanas recientes. Eso supone una depreciación cercana al 10%, que más que compensaría ya de por sí potenciales aranceles de esa misma cuantía. Si el BCE responde a los aranceles estadounidenses con más bajadas de tipos de interés (algo que podrá hacer si la Comisión Europea no establece aranceles porque en ese caso el proteccionismo trumpista equivaldrá a un shock negativo de demanda para nuestras exportaciones) no es para nada descartable que el euro caiga por debajo de la paridad con el dólar, lo que compensaría aranceles por encima de ese 10% al que se acaba de hacer referencia.La excesiva fortaleza del dólar preocupa especialmente a EEUU, cuyas autoridades saben que es en parte un efecto de su política comercial, lo que hace menos creíble que mantenga una posición proteccionista maximalista si cree que ha obtenido concesiones.La segunda línea de respuesta europea, la que haría daño directo a las empresas americanas, pasaría por cuantificar el efecto negativo en euros de los aranceles que imponga EEUU y compensar esa “agresión” con impuestos sobre beneficios a las empresas americanas de bienes y servicios con ventas en Europa. Esta estrategia es mejor que establecer aranceles en Europa porque no genera inflación y no coarta, por tanto, la respuesta de política monetaria del BCE.Por último, y sólo para activar en caso de que lo anterior no haya funcionado, la UE debe tener preparada una lista de productos estadounidenses que podrían ser objeto de represalias. Deben ser bienes producidos en Estados que gobiernen los republicanos por un escaso margen, de forma que su efecto en términos de empleo pueda llevarlos a perder las elecciones de medio término en 2026. Esta lista ya está parcialmente elaborada y debe existir la amenaza creíble de que se usará si no queda más remedio, pero debe quedarle claro al BCE que la intención inicial es no utilizarla para, de esa forma, garantizar que no se generan riesgos de inflación en la zona euro que pudieran llegar a dificultar la estrategia de bajada de tipos de interés.Las guerras comerciales no las gana nadie y por tanto es bueno evitarlas. Además, para lidiar con Trump, lo mejor es, por un lado, que entienda que la UE está dispuesta a llegar a un acuerdo mutuamente beneficioso que él pueda vender como una victoria ante sus votantes. Y, por otro lado, hacerle saber también que, si aprieta demasiado a Europa, el equilibrio final de este “juego” puede terminar siendo perjudicial para sus intereses. Al fin y al cabo, él sabe que los aranceles crean inflación y hacen caer la bolsa, y también es consciente de que ha ganado las elecciones, entre otras razones, porque prometió bajar los precios para los consumidores americanos “desde el primer día”. El camino que la UE tiene por delante no es fácil, desde luego, pero una estrategia de respuesta europea como la planteada puede ayudar a alcanzar una solución aceptable para todas las partes.Autores: Álvaro Sanmartín, Federico Steinberg.La entrada Cómo debe responder Europa a los aranceles de Trump se publicó primero en Real Instituto Elcano.