Del Medio Ambiente a la Naturaleza

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Hacer pedagogía con el Cambio Climático causado por las personas requiere grandes equilibrios. Alertar sin asustar, concienciar sin reñir, motivar sin enjuiciar. Los que hemos participado de acciones de corte ecologista, encaminadas a poner en valor el Medio Ambiente que hoy celebra su día, corremos el riesgo de alentar el pesimismo. Porque no es nada fácil explicar en positivo que el camino de no considerar los límites físicos del planeta, que el inagotable consumismo, que el peligroso crecimiento ilimitado, nos lleva al abismo, logrando que el que escucha el mensaje no se sienta agredido.Tratamos algunos de apuntar a la esperanza, dejar en cada uno, la semilla de que es posible un legado a las generaciones futuras del que sentirnos orgullosos. Trabajar para que, a nuestros nietos, en lugar de un castigo, le dejemos una sana herencia vital. Poner todo el empeño para que el Antropoceno, en el que ya vivimos, la era de la tierra dominada por las personas, esté lleno de círculos virtuosos y resilientes que encuentren los equilibrios entre producción y conservación, entre progreso y respeto por el entorno del que vivimos y dependemos.No es fácil ilusionar. Llaman mucho más la atención los términos gruesos y contundentes. Algunos, interesados, destacan que los mensajes ecologistas son catastrofistas, y precisamente por eso, infundados y carentes de prestigio y verdad. Merece la pena recordar que fue William Whewell quien, en 1832, utilizó por primera vez el concepto “catastrofista”. Whewell fue uno de los primeros presidentes de la Sociedad Geológica de Londres, quien dijo que él mismo era catastrofista, al igual que la mayoría de los científicos que conocía. Más aún, dijo que el único científico no catastrofista al que conocía era a Charles Lyell, también geólogo que afirmaba que no había encontrado en ninguna formación geológica indicios de cataclismos. Al contrario, a Lyell le parecía poco científico imaginar que en cualquier otro tiempo en el mundo se hubieran producido cambios por razones distintas o a ritmos distintos que en los tiempos actuales.La tesis de Lyell puede resumirse como que “el presente es la clave del pasado”, construyendo con ello una teoría del eterno retorno, que tuvo durante un tiempo, muchos seguidores. Así pues, quizás cabe identificar en este científico (médicamente miope por cierto), al primer negacionista de la historia. El concepto y las argumentaciones bien pueden identificarse en la actualidad con la postura de la administración Trump, por ejemplo.Henry De la Beche, geólogo británico de la época, realizó una caricatura de Lyell que tituló Awful Changes (Cambios terribles). Al pie, señalaba: “Percibirán ustedes de inmediato, les decía el Profesor Ictiosauro a sus pupilos, que el cráneo que tenemos aquí perteneció a alguno de los órdenes inferiores de los animales; sus dientes son insignificantes, la potencia de sus mandíbulas ínfima y, en fin, parece increíble que esta criatura pudiera siquiera procurarse alimento”.Eran tiempos en los que un joven Darwin, recién embarcado en el Beagle, aprovechaba las travesías para leer a Lyell. Puede que, por eso, su teoría de la selección natural lo hizo más lyelliano que el propio Lyell. Una prueba más de las inercias, o al contrario, lo difícil que resulta romper los paradigmas científicos. A veces las evidencias tienen que aplastarnos para recomponer las hipótesis, como probaron en Harvard en 1949 unos psicólogos que publicaron “Sobre la percepción de la incongruencia: un paradigma”, en el que probaron que las señales que nos resultan incongruentes se ignoran tanto tiempo como nos sea posible.Con estas premisas puede entenderse el retardo con el que llegó al escenario científico el “neocatastrofismo” que sostiene que las condiciones de la Tierra cambian muy despacio, salvo cuando no lo hacen. Esto es, que las dinámicas de la Tierra combinan largos períodos de miles de años de aburrimiento evolucionista, ocasionalmente interrumpidos por el pánico.Esa es la cuestión, y de ahí la urgencia. Porque estamos inmersos en un momento de pánico, ocasionado por la acción humana, estamos viviendo la Sexta Extinción Global. Algo más lenta que la que provocó el impacto del meteorito en el Golfo de México (como han demostrado Los Álvarez), pero sólo unas décimas de segundo más lenta, en términos de ritmo de vida terrestre. Están en esa diferente percepción del paso del tiempo humano-terráquea y la ausencia de un cataclismo global, unas claras explicaciones de que esta generación no esté percibiendo el pánico como propio, al contrario, nos proporciona una falsa sensación de seguridad y control. Michael Soulé defiende que la era en la que vivimos, en lugar de Cenozoico, deberíamos llamarla “Catastrofozoica”. En unas pocas décadas hemos cambiado las reglas del juego a la que no puede adaptarse la dinámica natural que habíamos conocido hasta ahora.Estamos, sin lugar a duda en un momento clave. Las investigaciones de Zalasiewicz miran al futuro. Asegura, que cualquier estratígrafo medianamente competente podrá, a la distancia de un centenar de millones de años, llegar a la conclusión de que algo extraordinario ocurrió en el momento del tiempo que para nosotros es el ahora.Por eso, la gran pregunta a resolver es si sabremos estar a la altura. Si seguiremos actuando con puro egoísmo y cortoplacismo en la premisa de, “Yo, ya, la biodiversidad, ella allá”; o seremos capaces de actuar individual y colectivamente con responsabilidad global, que sigue aún demasiado adormecida, y que algunos insistimos en zarandear.Para abordar con garantías la ansiada transición ecológica, que tiene que ir mucho más allá de una descarbonización, por insuficiente, tenemos, obligatoriamente, que aprender a vivir con menos recursos, por el simple hecho de que son finitos y estamos cerca de sus límites. Aceptar una ley sencilla: la economía y la sociedad están inmersas en la naturaleza, imposible ir más allá. Por eso un árbol vale más por su sombra que por su madera.Entender, como recordaba hace unos días mi admirado Miguel Delibes, que nuestro tiempo es el del otoño, el tiempo, como decía Neruda, que enseña a la tierra a ser madre cobijando las semillas.En su esquema de pensamiento, las hipótesis de Lyell tenían sentido, pero hoy sabemos que no era cierto, porque hay cataclismos y momentos de pánico terrestre. Igual que no tenía razón Darwin y su selección natural. Hoy también sabemos que es mejor la ayuda mutua que el individualismo.Es el momento de superar términos como medio ambiente, que nos parecen parciales, externos, ajenos. Es el momento de hablar de Naturaleza. Cuando se trabaja para, y con la naturaleza es cuando se comprende que somos un único mundo en el que todos somos necesarios.