La Alhambra que esconde Sevilla: el Carmen de los Arrayanes como sueño andalusí de un visionario

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Nadie lo esperaría en un pueblo tranquilo del sur sevillano, rodeado de olivos, en plena campiña. Pero Paradas, con su vida sosegada y reposada, guarda una joya singular: una casa-palacio que parece arrancada del corazón de Granada. El Carmen de los Arrayanes es el legado de un comerciante local que soñó con la Alhambra y decidió hacerla suya. No con maquetas ni artificios, sino con muros, yeserías y fuentes. José Luis Romero Núñez no era arquitecto ni artista. Era, como dicen en su familia, "un hombre de silencios largos y mirada fija", que construyó durante doce años su propia visión del esplendor andalusí.Todo empezó con un libro pequeño, heredado de su madre. "Era un librito de tapas verdes, con dibujos en blanco y negro de la Alhambra. Mi padre lo tenía desde niño, y lo hojeaba con devoción", recuerda su hijo, José Romero Muñoz. "Empezó a interesarse por las formas, por los textos en árabe, por las proporciones. Aquello fue creciendo con los años".El impulso definitivo llegó cuando encontró una edición original de Plans, Elevations, Sections and Details of the Alhambra (1837), el monumental estudio de Owen Jones y Jules Goury. "Pagó lo que no tenía por él", cuenta su hijo. Palacio nazarí de Paradas.   MAURI BUHIGASRecuerdos familiares.   MAURI BUHIGASEl empeño de una vidaEn 1993, Romero demolió una antigua casa en el número 8 de la calle Larga y comenzó la obra. “No había vacaciones, no había domingos. Solo la tienda de telas y la obra”, cuenta su viuda, María del Carmen. “No había vacaciones, pero tampoco nos faltó nada. Esta casa fue su única pasión”. Sin estudios técnicos ni apoyo institucional, ideó cada rincón.Quiso vivir como si siempre hubiese estado dentro de la Alhambra. “Decía que el arte andalusí no se puede entender si no se habita”, afirma su hijo. "Por eso no se inspiró en el Alcázar de Sevilla ni en el arte califal. Solo le interesaba la Granada nazarí, la original, no la que hoy se enseña restaurada".La fuente del palacio.   MAURI BUHIGASDurante doce años dirigió cada detalle: desde el encaje de los arcos hasta la altura de los zócalos. Visitó la Alhambra cerca de 150 veces. Iba con cuaderno y cámara. “Llegaba, apuntaba, volvía a casa y probaba. Lo que empezó como un empeño personal se convirtió en una escuela de oficios. “Aquí aprendieron carpinteros, yeseros, alicatadores… Muchos no habían visto nunca un mocárabe y hoy saben hacerlos a la perfección”, cuenta su viuda. Se fabricaron más de cien moldes de silicona para las yeserías, algunas de hasta tres metros. Más de 125.000 azulejos revisten los zócalos, techos y pasillos. “Los mocárabes eran su orgullo”, recuerda su viuda. “Decía que ahí estaba todo: el orden, la fe, el equilibrio. Los trataba como esculturas, no como decoración”. Uno de los salones.  MAURI BUHIGASTapiz expuesto.   MAURI BUHIGASUn hogar abierto al asombroEn 2005, terminada la obra, la familia se mudó al Carmen. “Nosotros vivimos aquí. Cocinamos, dormimos, lo recordamos, celebramos. No es un decorado”, dice María del Carmen. “Mi marido decía que si la Alhambra fue un palacio habitado, lo nuestro también tenía que estar vivo”. Durante años, el lugar fue casi secreto. Solo algunos amigos, fotógrafos y vecinos sabían lo que había dentro. Fue un vídeo grabado por la televisión local de Marchena el que despertó la curiosidad general. Desde entonces, han llegado visitantes de toda España y también del extranjero."Una vez vino un arquitecto italiano que vivía en Londres", recuerda José. "Se quedó sin palabras. Nos manda una postal cada Navidad". Las visitas se hacen con reserva previa. Nada de folletos, ni de guías vestidos de época. “No queremos masificación. Queremos gente que venga a sentir”, insiste el hijo. “Aquí entra quien respeta”. Durante el recorrido, el visitante puede ver piezas únicas: un mural cerámico de bienvenida de loza dorada firmado por Miguel Ruiz Jiménez (Jun, Granada), una réplica monumental del jarrón de las Gacelas de 80 kilos de peso en una única pieza o un guadamecí policromado en piel de cordero que cubre un vestíbulo como si custodiara un secreto.En una mesa de trabajo reposa aún el ejemplar de Jones y Goury. “Ese libro no está ahí para la foto. Está ahí porque sigue siendo nuestro faro”, dice José. “El nombre no viene de mí, como muchos piensan”, aclara María del Carmen. “Viene del tipo de casa granadina que él admiraba: los cármenes. Y por los arrayanes (o mirtos) del patio, que dan frescor y aroma”. El patio central, con fuente rectangular y los mirtos flanqueando el paso, marca el corazón del Carmen. Al fondo, la piscina privada flanqueada por arcos de medio punto donde la familia disfruta, incluidos sus nietos “Aquí el agua no está solo para adornar. Está para acompañar, para hablar en voz baja”, explica José.Detalle de los azulejos.   MAURI BUHIGASUno de los jarrones que guarda este palacio.   MAURI BUHIGASUna herencia hecha a manoCada verano, el Carmen cierra sus puertas para que la familia pueda restaurar elementos, repasar pinturas, revisar humedades. “Es como un cuerpo: necesita cuidados”, dice María del Carmen. “Nosotros no lo vemos como una carga, sino como una forma de seguir hablándole a él”. El Ayuntamiento de Paradas ha ofrecido apoyo en varias ocasiones. La familia agradece el interés, pero ha preferido mantener la independencia. “Esto es nuestra casa. No queremos convertirla en un parque temático”, afirma la viuda.Romero falleció en 2020, poco después de que la pandemia paralizara el mundo. Desde entonces, su familia mantiene abierto el Carmen como él lo hubiera querido: sin alardes ni espectáculo. Solo con puertas abiertas y palabras sencillas. “Lo que nos dejó no fue una casa bonita”, dice su hijo. “Fue una forma de mirar. Nos enseñó que se puede hacer algo grande sin títulos ni premios. Solo con fe, amor y paciencia”. A veces reciben visitas de estudiantes, de artistas, de personas mayores que se emocionan al ver los mocárabes. Patio de la alberca.   MAURI BUHIGASEspectacular imagen del palacio.   MAURI BUHIGASUn gesto contra el olvidoEl Carmen de los Arrayanes es una casa habitada, pero también arte en pleno siglo XXI. En tiempos de prisas, de simulacro y ruido, representa una defensa de lo hecho a mano, de lo único, de lo duradero. Cada detalle —desde un arco lobulado hasta una fuente que murmura— habla de un mundo que no quiere desaparecer a pesar de la tecnología. Nada está puesto al azar. Cada yesería, cada patio, cada alicatado responde a una lógica interna que une belleza y coherencia. El Carmen es también una lección de humildad.Frente a la cultura de la inmediatez, el ruido y la apariencia, esta casa demuestra que la paciencia y la entrega silenciosa aún pueden construir monumentos. No hay grandes placas que lo señalizan. Solo una puerta discreta en una calle tranquila y céntrica junto a la parroquia de San Eutropio, donde llegó hace muchos años, una copia de una pintura de El Greco. Puerta por la que entran, cada semana, de septiembre a junio, personas que buscan algo que no encuentran en ninguna guía turística: autenticidad. Junto a los arrayanes, oyendo el fluir del agua, el aire huele a mirto. Y sobre todo, permanece la presencia invisible de un hombre que soñó con la Alhambra y supo hacerla suya habitándola desde la memoria y el deseo.