En un mundo donde la inteligencia artificial y la automatización empiezan a incrementar cada vez más la productividad, resulta paradójico que aún mantengamos jornadas laborales de cinco días como si nada hubiera cambiado desde la revolución industrial. La semana laboral de cuatro días con el mismo salario no solo es económicamente viable, sino que se presenta cada vez más como una evolución lógica y necesaria en la organización del trabajo. La tecnología ya ha hecho posible producir más en menos tiempo, y sin embargo seguimos anclados en una absurda cultura del presencialismo proveniente de directivos arcaicos y desactualizados que ya no tiene ningún sentido. Recientes ensayos en el Reino Unido, como el liderado por la 4 Day Week Foundation, han demostrado que reducir la semana laboral a cuatro días sin disminuir el salario puede mejorar tanto la productividad como el bienestar de los empleados. En uno de estos estudios, que involucró a más de sesenta empresas y casi tres mil empleados, el 62% de los trabajadores reportaron una disminución del agotamiento, y el 45% expresaron una mayor satisfacción con su vida. La gran mayoría de las empresas participantes decidieron mantener el nuevo formato tras finalizar el piloto. No es casualidad: compañías como BrandPipe duplicaron su rendimiento financiero durante el ensayo, y otras tantas observaron mejoras en retención de talento, reducción del absentismo y mayor motivación. No es el primer estudio de este tipo: hace más de dos años hubo otro con similares resultados, y hace seis años, otro más. La adopción de semanas laborales más cortas también ha mostrado beneficios concretos en el sector público. El Consejo del Distrito de South Cambridgeshire implementó una semana laboral de cuatro días para su plantilla, y los resultados fueron tan claros como reveladores: un ahorro anual de 400,000 libras, una reducción del 40% en la rotación de personal, y mejoras objetivas en la calidad de nueve de los veinticuatro servicios evaluados. Tan convincentes fueron los resultados, que el gobierno laborista británico, inicialmente reticente, ha optado por eliminar las restricciones que el anterior gobierno conservador había planteado en este sentido y permitir que los consejos locales adopten esta medida de forma voluntaria. Cada vez son más las organizaciones como empresas, gobiernos locales y entidades educativas que ven el sentido de trabajar menos horas sin recortar sueldos. El papel de la tecnología en esta transformación es clave. Empresas como Convictional, una startup tecnológica estadounidense, han adoptado semanas laborales de treinta y dos horas con la misma retribución, gracias a los incrementos de eficiencia proporcionados por herramientas basadas en inteligencia artificial. Y no es un caso aislado: en todo el mundo estamos viendo cómo los avances tecnológicos permiten que los trabajadores hagan en menos tiempo lo que antes tomaba jornadas enteras. Frente a ese escenario, resulta no solo razonable, sino también justo, redistribuir parte de esas ganancias en forma de tiempo libre, en lugar de acumularlas exclusivamente en los márgenes empresariales. Es precisamente lo que defiende el senador Bernie Sanders, que ha propuesto una legislación para establecer una semana laboral de treinta y dos horas en los Estados Unidos, argumentando que los beneficios de la automatización deberían compartirse también con los trabajadores. Más allá de la productividad y los beneficios económicos, la semana laboral de cuatro días contribuye a una mejora tangible en salud mental y física, promueve la igualdad de género al redistribuir las responsabilidades domésticas, y reduce la huella de carbono al disminuir desplazamientos y consumo energético. No es solo una cuestión de eficiencia: es también una oportunidad para construir una sociedad más equilibrada, sostenible y centrada en la calidad de vida. La idea de trabajar cuatro días a la semana y cobrar lo mismo ya no es una utopía ni un lujo reservado a unos pocos: es una posibilidad real, respaldada por datos y experiencias exitosas, que responde perfectamente al momento histórico que vivimos y que no supone una amenaza a la economía. En una era donde la tecnología permite hacer más en menos tiempo, es coherente y urgente replantear nuestras estructuras laborales. Adoptar una semana laboral de cuatro días, con el mismo salario, no solo es factible: es un paso natural hacia un futuro del trabajo más inteligente, más humano y más justo.