Un día, Israel cogió los dados. Pero no como siempre para echar otra partida. Esta vez tenía planes más ambiciosos. “Yo creo que puedo hacer un juego de mesa”, pensó. Así que se puso manos a la obra: concibió, probó, elaboró. Finalmente, le enseñó el fruto de tanto esmero a su pareja de diversión y de vida. Seguir leyendo