Primer golpe. La hermana Amargura

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¿A que huele la calle Regina una tarde de la primavera alta? Hay una mezcla de aroma de especias y del almizcle de la tienda de productos orientales. Un olor tan singular como el del incienso que se quema en San Juan de la Palma. A la Amargura se llega por los sentidos y la Amargura llega a todos los sentidos. Ayer se echaba en falta el olor a café de pucherete que salía de las casas a una hora de la tarde, o a la alhucema quemada de los inviernos, o el jazmín de la puerta que marca los veranos en la calle Feria. San Juan de la Palma no es el centro. Es un barrio donde el centro pierde su condición de serlo. Estos 300 años que celebra la hermandad en San Juan de la Palma han servido para enmarcar las procesiones más hermosas de la Virgen. La de ayer sábado poderosa, majestuosa, la Amargura sobre un ascua de luz de cera encendida bajo su esquiva mirada. La del viernes, cercana, como la mujer que sale de su casa a visitar a los familiares y a amigos del barrio. Y también a quedarse una noche en la casa de sus vecinas. Cuando la Amargura traspasa la puerta del convento se convierte en una monja. En la hermana Amargura de la Cruz. Ellas que se inventaron la ayuda a los dependientes y tantas cosas, siempre que la vez a su altura la rodean como si fuera una de ellas. Que lo es. La hermana Amargura siempre vuelve, porque aquí se siente como en su casa.