Una soltera de 81 años le pone los puntos sobre las íes a su cita por sus exigentes condiciones: «Quiere una criada»

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Quizás Paz (77) cometió un error al acudir a 'First Dates' buscando una pareja que le ayudase a realizar las tareas del hogar. «Quisiera a una persona formal y seria. Sobre todo, que domine la plancha, porque yo quemo la ropa. También me tiene que ayudar a limpiar cristales, hacer la comida o a fregar el suelo. Quiero a una señora para que viva en mi casa conmigo… Una persona formal y que sepa lo que quiere hacer», planteó este chófer jubilado natural de Puebla de Don Rodrigo (Ciudad Real) cuando se adentró en el restaurante de citas de Cuatro . Y más todavía al mostrarse intransigente con su pretendienta: o aceptaba sus requisitos, o no quería nada, una actitud que lógicamente no sentó nada bien a su cita. Carlos Sobera le presentó a Cristina (81), una señora que aspiraba a encontrar un hombre «que no sea un adefesio, que me trate bien a mí y que tenga sus perras». Es una mujer que no se anda con chiquitas, y así lo demostró. Para empezar, aseguró ser «la más guapa y la más arreglada» de su pueblo, Ledaña (Cuenca), donde además se encarga de dar el bingo en los jubilados. Mal empezaba la velada. «No me gusta», sentenció Paz al conocerla. Para ella, en cambio, consideró a su cita a simple vista «un hombre con el que se puede ir a cualquier sitio». Pero a pesar del ímpetu de Cristina , el manchego solo le encontraba defectos. Que si caminaba encorvada, «que la veía muy trabajada, me saca muchos años…». Daba igual que ella mantuviera una salud de hierro, todo eso echaba para atrás al soltero. Ajena a lo que su cita opinaba de ella, Cristina parecía estar encantada con Paz a medida que lo iba conociendo. Hasta que él expuso el tipo de compañera de vida que necesita. Primero quiso saber si estaba dispuesta a mudarse con él. «A su casa yo no me pudo ir porque lo que quiero es que él se venga a mi casa», descartó la soltera. En un segundo intento, el jubilado la interrogó sobre si estaba dispuesta a echarle una mano con las tareas domésticas. No estaba dispuesto a ceder, él no quería nada con nadie que no se adaptase a sus planes de futuro. «Tiene que ser para vivir conmigo. Si te interesa, perfecto; y si no te interesa, aquí no ha pasado nada». Dicho y hecho. A Cristina tampoco se le pasó por la cabeza aceptar las condiciones de Paz. «Quiere una criada, y yo en mi pueblo soy la reina. Todo el mundo me quiere, me respeta. Yo no me voy a ir a su casa. Si quiere, que se venga conmigo él», subrayaba indignada. En el momento de la decisión final, el hombre dejaba claro que Cristina le parecía una mujer estupenda, y revelaba que habían acordado seguir hablando para llegar a un acuerdo. No obstante, el único arreglo que contemplaba entre ellos era vivir los dos en su pueblo. Al decirlo, ella le paraba los pies. «Pues entonces no hay acuerdo. No hay nada que hacer. No quiero tener una segunda cita contigo», finiquitaba. «Ni yo contigo», anotaba Paz antes de acabar marchándose cada uno a su casa.