MADRID.- No basta con colgar el cartel de “No hay billetes”. No basta con anunciar a Adolfo Martín. No basta con evocar la historia para justificar una tarde sin contenido. El aficionado de Madrid acudió fiel, dispuesto a entregarse a la épica, a la emoción del toreo auténtico. Pero se marchó, una vez más, con el aplauso entre los dientes y la frustración en la garganta.Robleño, en pie de toreroLa tarde giró en torno a Fernando Robleño, que se despedía de Las Ventas tras más de dos décadas de oficio limpio y valiente. Y Madrid —esa afición que sabe medir la verdad sin necesidad de orejas— le tributó una ovación inolvidable antes de su segundo toro. Una ovación de esas que no se fabrican con prensa ni con palmeros. Fue el reconocimiento de una plaza a un torero que se la ha jugado muchas veces por muy poco.Manolo BrionesCon ese toro, Robleño estuvo como debía estar: serio, templado, profundo. Naturales de uno en uno, cruzado, sin aspavientos. Toreo sobrio, seco, sentido. Lo que pesa en Madrid. El toro, protestado desde su salida, tuvo algo de humillación, pero ninguna entrega. Aun así, Robleño construyó una faena de mérito, sin adornos, sin necesidad de convencer a nadie. Lo hizo para sí mismo, para su gente, para su plaza.La estocada, corta pero en lo alto, bastó. Y aunque la petición no fue clamorosa, la vuelta al ruedo fue legítima. No hubo exageración. Hubo respeto. Como debe ser.Con su primero, otro toro pobre de presencia y más pobre aún de alma, ya había dejado entrever su disposición. Lo intentó con pureza, sin atajos. Se fue silenciado, pero su mensaje estaba claro: el oficio, cuando es honesto, siempre comunica. Y Robleño, hoy, habló claro.Escribano, expuesto y enteroQuien también merece más que un simple reconocimiento es Manuel Escribano. En una tarde donde lo fácil era pasar de puntillas, él se puso de verdad. Desde que se abrió de capa con su primero —un toro estrecho y alto, con genio complicado— dejó claro que venía a dar la cara.Manolo BrionesNo cuadró en el primer par de banderillas, y la plaza, que no perdona los fallos, se le echó encima. Pero lejos de arrugarse, redobló la apuesta. El último par fue de riesgo verdadero. Y en la muleta, se entregó sin reservas. Le ganó siempre la acción al toro, se mantuvo por encima, tragó y resolvió. Faena de esfuerzo, sin engaños. Solo le sobró alargarla cuando ya la había cuajado. En Madrid, saber irse a tiempo también es parte de la faena.Con el sexto, un toro grande pero sin remate, encontró más claridad. Especialmente por el pitón izquierdo. Lo entendió desde el principio, lo templó, lo sometió. Le sacó todo lo que tenía. Sin adornos superfluos, sin sobreactuar. Valor y verdad. La estocada, en lo alto, cerró una actuación más sólida que lucida, pero que en esta plaza tiene más valor que los triunfos prefabricados. Las palmas sonaron sinceras. Como su toreo.Manolo BrionesFerrera, el gesto y la sombraAntonio Ferrera fue otro capítulo aparte. Y aunque su balance artístico fue discreto, su salida al tercio tras brindar a Robleño fue un momento de torería. De los que pesan. De los que humanizan la profesión.Con su primero, que empujó algo en el primer puyazo pero luego se vino abajo, Ferrera anduvo con solvencia. Por el izquierdo, el toro se vino por dentro, con peligro. Y ahí, donde muchos optan por quitarse, Ferrera se quedó. Le tiró un derrote que pudo haber sido cornada, y el extremeño aguantó. Eso es algo que esta plaza también mide.Manolo BrionesCon el sobrero de Martín Lorca —mejor hecho pero sin fuelle—, trató de construir, pero la plaza ya había sentenciado al toro. Aun así, intentó, lidió, se mantuvo en su sitio. La faena no rompió, el bajonazo empañó aún más el conjunto. Pero su actitud no fue la de quien se borra. Y eso, en tardes como esta, importa más de lo que parece.El balanceTres toreros, tres actitudes distintas, pero todas valiosas.• Robleño, digno, profundo, fiel a su concepto hasta el último pase.• Escribano, firme, expuesto, dispuesto a dar la cara en cada embroque.• Ferrera, con respeto por la plaza, por la profesión y por un compañero que se va.Madrid no puede seguir aceptando corridas que no tienen ni presencia ni fondo. No puede seguir aplaudiendo el recuerdo de un hierro mientras sus toros pasan por la plaza sin dejar rastro. Porque si el toro no impone, si no hay peligro ni emoción, esto no es una corrida de toros. Es una ficción.Y en esa ficción se están acomodando muchos: ganaderos, apoderados, figuras sin compromiso. Hasta el palco. Todos, cómodos en la costumbre de que Madrid trague. Pero cuidado: el público no es eterno y la paciencia no es infinita.Hoy se aplaudió a Robleño. Pero si el sistema sigue como va, pronto no habrá nadie más a quien aplaudir.The post Robleño, en su Madrid; Escribano, en verdad; Ferrera, con gesto first appeared on Ovaciones.