MADRID.- Morante de la Puebla abrió este domingo por primera vez en su vida la Puerta Grande de Madrid. Lo hizo tarde, como llegan las cosas que valen la pena. Lo hizo después de haber coqueteado más veces con la retirada que con la gloria. Después de haber confesado que hay días en los que la vida pesa más que la muleta. Después de haberse perdido, y de haberse encontrado.LEE ADEMÁS: Robleño, en su Madrid; Escribano, en verdad; Ferrera, con gestoNo se puede hablar de esta tarde solo con adjetivos taurinos. Sería injusto. Porque lo que ocurrió en Las Ventas no fue solo una faena, ni dos, ni una estocada efectiva. Fue la victoria del espíritu sobre el miedo. Fue el arte imponiéndose al dolor. Fue un hombre en paz consigo mismo, delante de un toro, tocando la eternidad con la yema de los dedos.En un tiempo donde todo es urgencia, Morante eligió la pausa. En un mundo donde se exige explicarlo todo, él decidió hablar con el silencio de los naturales lentos, con la música callada del temple. Toreó como quien medita. Como quien reza. Como quien por fin entiende que no hay nada más fuerte que ser frágil delante de todos.Hoy, Madrid fue testigo de algo más grande que un triunfo. Fue testigo de una redención. No del torero, que ya lo ha ganado todo. Sino del hombre, que ha aprendido a perder. Y en eso está la verdadera hazaña: Morante no ganó esta tarde por las orejas, sino porque supo esperar a que su alma volviera a estar lista.Hoy, abrió la Puerta Grande. Pero sobre todo, se abrió a sí mismo.La redenciónSalió “Sacristán”, de Juan Pedro Domecq, 605 kilos, y el tiempo se detuvo con las verónicas de Morante. Toreó con el alma, con las muñecas suaves y la cadencia única de quien ha nacido para esto. Fusionó el compás de las chicuelinas con la emoción de lo puro. Brindó la faena a la Infanta Elena, y ya con la muleta en mano, comenzó por el derecho con templanza y sabor. La inspiración le brotaba, y Madrid lo entendió. La espada —esa que tantas veces le negó la gloria— esta vez no falló. Una oreja, clamor popular, y el sueño empezaba a materializarse.El cuarto, más deslucido de salida, no pareció prometer tanto. Pero Morante, con el alma por delante, se arrodilló en el tercio y lo toreó por ambos pitones, dejándolo venir, envolviéndolo con arte. Al natural, ralentizó el tiempo. Madrid rugía. No fueron sólo pases, fueron latidos. Hubo cartel de toros en cada muletazo, profundidad, clasicismo, valor. Faena de época. Y cuando remató con aquella estocada algo caída pero certera, ya no quedaba duda: Morante estaba en la cima. Morante de la Puebla toreó como si supiera que era su cita con la eternidad. Y no falló.El restoLa tarde, inevitablemente marcada por la grandeza de Morante, exigía también una lectura atenta de lo que hicieron los otros dos toreros. Porque si bien el eco de La Puebla del Río fue el que estremeció Madrid, el resto de la función no alcanzó esa altura, aunque dejó apuntes interesantes y otros pasajes que evidencian las limitaciones del toro —y a veces también de quienes lo torean.Fernando Adrián tuvo en el segundo de la tarde, “Pardillo”, un toro de escasa duración, pero con el que supo entenderse. Se gustó de capa y rivalizó con Borja Jiménez en un quite que animó los tendidos. Volvió a brindar a la Infanta Elena, gesto que repitió después Morante, y aprovechó lo poco que le ofreció el toro por el izquierdo. Acertó con la espada y cortó una oreja que, sin ser rotunda, tuvo argumento. Fue quizá su mejor pasaje del día.Pero su segundo toro evidenció más carencias que virtudes. Lo recibió con espectacularidad —tres faroles de rodillas y una tanda capotera vistosa—, y comenzó la faena también desde la rodilla en los medios, buscando emocionar a golpe de exposición. El toro, sin embargo, se fue apagando rápidamente, y con él la faena. Fernando trató de mantener el pulso por el derecho, donde logró cierto temple, pero al natural se desdibujó. Le costó encontrar distancia y limpieza, y por poco no acabó en un susto serio. El cierre de faena, ya sin fuelle ni conexión, terminó con un espadazo a la segunda. Hubo voluntad, sí, pero no hubo resolución.Borja Jiménez, por su parte, tuvo quizá la papeleta más ingrata. Su primero, el tercero del encierro, fue un toro sin alma: corto, apagado, deslucido desde que tomó la muleta. Aun así, el sevillano dejó constancia de su disposición y profesionalidad, aunque con escaso margen para levantar vuelo.En el sexto, tampoco hubo opción clara de triunfo. Lo recibió sin poder estirarse y comenzó la faena de muleta con inteligencia: por abajo, genuflexo, ganando terreno. Por el derecho trazó los mejores momentos, dejando la muleta puesta y corriendo la mano con firmeza. Pero el toro se quedaba corto, sin chispa, y la emoción no brotaba. Al natural lo intentó también, uno a uno, pero la materia prima no ayudaba. Volvió al derecho, y ahí se sostuvo por actitud más que por brillantez. Lo que quedó fue eso: la entrega de quien no se esconde, pero tampoco logra imponerse. Falló con la espada y se esfumó cualquier posibilidad.FICHA Plaza de Toros de Las Ventas (Madrid)Corrida de la Beneficencia 2025Domingo, 8 de junioLleno de “No hay billetes”Toros de Juan Pedro Domecq, desiguales de presentación y juego. Destacaron 1º y 4º por su nobleza; el resto, con poco fondo.Resultados:Morante de la Puebla: oreja y oreja (Puerta Grande)Fernando Adrián: oreja y silencioBorja Jiménez: silencio y silencioThe post Morante: cuando el alma rompe el cerco first appeared on Ovaciones.