En los últimos años, la política se ha convertido en un espectáculo de trincheras. Todo lo que no sea extremo parece tibio e irrelevante. Si te inclinas hacia una ideología, parece que tienes que comprar el pack completo, como si cambiar de opinión fuera una traición.Olvidamos que la democracia existe precisamente para eso: para permitirnos cambiar de voto, de criterio, de rumbo. Pero cada vez más se reduce a una dicotomía infantil: Madrid o Barça, fachas o zurdos… y al enemigo, ni agua.En esta polarización absurda, hay quien cree que opinar sobre Palestina es un acto de militancia ideológica, cuando en realidad es —o debería ser— un ejercicio de humanidad. Decir que Israel está cometiendo un genocidio en Gaza no es una opinión: es una constatación basada en hechos. Lo dicen Naciones Unidas, Amnistía Internacional, la Corte Penal Internacional, y también lo gritan las cifras, las imágenes, los testimonios.Más de 59.600 personas han sido asesinadas en la guerra de Gaza, de las cuales 57.645 eran palestinas y 1.983 israelíesA fecha de 3 de julio, más de 59.600 personas han sido asesinadas en la guerra de Gaza, de las cuales 57.645 eran palestinas y 1.983 israelíes. La masacre también se ha cobrado la vida de 180 periodistas y 224 cooperantes humanitarios, entre ellos 179 empleados de la ONU. Un 80% de los muertos son civiles, y un estudio del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OHCHR) reveló que el 70% de los muertos en edificios residenciales eran mujeres y niños.Y mientras algunos discuten por si es postureo llevar una kufiya al cuello, en Gaza asesinan a personas hambrientas en los repartos de comida. Se les dispara con la misma frialdad con la que Amon Göth abatía desde el balcón a los prisioneros en La lista de Schindler. Las redes se han llenado de testimonios de soldados israelíes que se jactan del número de palestinos que han matado, y afirman, sin pudor, que no importa porque "no son humanos, son animales". Semejante deshumanización sólo recuerda a las épocas más oscuras de nuestra historia.Se destruyen hospitales, escuelas e infraestructuras básicas. Se corta el suministro eléctrico, el agua y la entrada de ayuda humanitaria. Atacan a los equipos de rescate e incluso se asesina a voluntarios de ONG como World Central Kitchen, cuyo convoy fue alcanzado por drones del ejército israelí tras haber compartido previamente su ruta con ellos. En Gaza los niños mueren de hambre, con cuerpos esqueléticos. A otros recién sacados de los escombros de un edificio bombardeado les amputan extremidades sin anestesia porque no queda nada: ni medicinas, ni quirófanos, ni luz. Y pese a todo, algunos insisten en justificar lo injustificable, aferrándose a la narrativa de las “bajas colaterales” y el ataque del 7 de octubre, una excusa que ya no se sostiene.Hablar de Palestina sin entender lo ocurrido desde 1948 es como juzgar una película empezando por el finalHablar de Palestina sin entender lo ocurrido desde 1948 es como juzgar una película empezando por el final. Es olvidar que el Plan de Partición de la ONU, aprobado en noviembre de 1947, nunca llegó a cumplirse, y que durante la Nakba murieron miles de personas y más de 700.000 palestinos fueron desplazados de forma forzosa.No hay que olvidar, además, que el actual primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, está usando la guerra como cortina de humo para aferrarse al poder y evitar rendir cuentas ante la justicia por corrupción. Ha sido imputado por soborno, fraude y abuso de confianza, y su juicio —iniciado en 2020— sigue en marcha entre aplazamientos, justificados por motivos de “seguridad nacional” derivados del conflicto en Gaza. La guerra le permite dilatar el proceso judicial y desviar la atención pública de sus causas penales. Él mismo ha reconocido que Israel permitió durante años la financiación de Hamás, a través de fondos de Catar, con el objetivo de debilitar a la Autoridad Nacional Palestina y dividir a los propios palestinos. Sus manos están manchadas tanto con la sangre de palestinos como con la de israelíes.Así que no. No se trata de elegir entre buenos y malos. Estar en contra del exterminio sistemático del pueblo palestino no significa apoyar a Hamás, ni defender al régimen iraní. No es una cuestión de ideología: es una cuestión de humanidad. Y de decidir si, cuando todo esto acabe, estaremos orgullosos del lugar que ocupamos en la historia.