Seguramente a Salvador Dalí, en su apetito voraz por destacar, le habría encantado verse convertido en protagonista de cómic. Cabe imaginar, en una de sus diarreas verbales surrealistas, cómo hubiera definido el trabajo que en este campo han hecho a medias sobre él Ian Gibson y Quique Palomo. Quizás así: “La verdad nuclear de un genio desparramada en viñetas desoxirribonucleicas”, por ejemplo... Sin duda lo habría promocionado como un hito reverencial ultramoderno o quizás, también para ayudar a su promoción al revés, hubiera organizado una quema pública de ejemplares a la manera de la santa inquisición, una pesadilla negra de nuestro pasado que se empeñó en reivindicar cuando quiso alinearse con el franquismo.Seguir leyendo