EL pasado 28 de junio Jeff Bezos , el dueño de Amazon y tercer hombre más rico del mundo, se casó con Lauren Sanchez en Venecia (aunque la verdadera ceremonia había ocurrido un mes antes). El coste de las celebraciones se estima alrededor de los 50 millones de dólares. Todos los nueve puertos de yates y los cinco mejores hoteles de Venecia fueron reservados para alojar a los cerca de 250 invitados, a un precio de hasta 4.000 dólares por noche. 98 aviones privados (con una huella de carbono de 50.000 toneladas) llegaron a Venecia transportando entre otros a las hermanas Kardashian, Leonardo DiCaprio, Ivanka Trump, Oprah Winfrey, Bill Gates y Elton John. No precisamente los amigos de la familia para una ceremonia íntima, sino una selección de estrellas destinada a dar una campanada de alcance global. Y la han dado. La boda ha despertado una verdadera revuelta urbana similar a las que reciben las reuniones del G-8 o de la OTAN, y un verdadero clamor popular en la prensa contra el burdo despilfarro y el opulento espectáculo. En los tiempos que corren, con una economía mundial renqueante, varias guerras en curso y la amenaza nuclear como fondo, esta boda es un monumental corte de mangas a la corrección política que hay que reivindicar. La boda de Bezos-Sanchez es un antídoto salvaje contra los cánones morales y estéticos que han dominado el discurso público global desde la crisis de 2008 y que ha elevado a los oprimidos, a los enfermos, a los débiles, asexuales y feos a un estatus de superioridad moral que quedó perfectamente capturado en la famosa última cena de los Juegos de París de 2024. Confieso que mi interés es primeramente académico, aunque ya me había percatado, en estas mismas páginas, de la emergencia de Lauren Sanchez como una de las mujeres-bandera de la nueva estética 'post-woke', también conocida como el estilo Mar-a-Lago. Resulta que la resistencia la organizó una asociación llamada 'No Space for Bezos' que aglutinó a varios movimientos activistas 'interseccionales', liderada por un tal Tommaso Cacciari, a quien rápidamente identifiqué como el nieto del mismísimo Massimo Cacciari, exalcalde comunista de Venecia e ilustre profesor de Estética del Istituto Universitario di Architettura di Venezia. No se cuán consciente es Tommaso Cacciari de su rancio linaje biopolítico, que asciende hasta el mismísimo Gramsci, pasando por las Brigadas Rojas, pero su confrontación directa con Amazon, el nuevo 'hegemon', es tan sugerente que no me puedo resistir a construirlo, aunque sea como política-ficción. El abuelo Cacciari es discípulo nada menos que de Antonio Negri, un teórico gramsciano exiliado en Francia, condenado 'in absentia' por su relación con las Brigadas Rojas durante los años de plomo en Italia. Cacciari propuso un enfoque negativista y crítico de la modernidad, colaborando con Manfredo Tafuri y el propio Negri en la legendaria revista 'Contropiano', integrando la arquitectura con la teoría social y política desde una perspectiva marxista. Negri, fallecido en 2023, es coautor de la trilogía 'Empire, Multitude, Commonwealth', ―uno de los textos sagrados de las revueltas de Occupy Wall Street, el Movimiento 15-M y la Primavera Árabe, donde predica una lectura materialista y práctica de Gramsci, implementada a través de la acción directa y colectiva de la multitud. Negri rechaza las estructuras jerárquicas del partido gramsciano, proponiendo la multitud como un sujeto revolucionario descentralizado y global, que refleja el cambio del contexto industrial de Gramsci al posindustrial. En otras palabras, Negri es uno de los teóricos fundacionales del 'wokismo' y la transversalidad, y Cacciari es uno de sus discípulos aventajados. Nada mejor que la boda del nuevo 'hegemon' global y antiurbano en San Giorgio Maggiore para desatar la ira de la 'intelligentsia' crítica europea. La cancelación espacial de Bezos y Sanchez ―que se materializó en el destierro desde la Scuola Grande della Misericordia al Arsenale― escenifica la venganza de los intelectuales urbanos europeos contra a los vulgares, descastados okupas yanquis que pueden comprarse Venecia mientras sustituyen las ciudades tradicionales con su comercio en línea y sus naves logísticas o, como los llaman en la jerga corporativa de Amazon, «centros de realización». Ignoro si Tommaso Cacciari se ha leído 'Imperio y multitud', pero quienes seguro que se lo han leído ―o pretenderán haberlo hecho― son Yolanda Díaz, Ernest Urtasun, Irene Montero y Ione Belarra, que formaban una representación española del más alto nivel en la manifestación ilegal del Orgullo Gay en Budapest, mientras Bezos y Sanchez intercambiaban alianzas en San Giorgio. Estaban allí para defender la autodeterminación del sexo y los deberes del Estado para con los ciudadanos que deciden declararse en contra de su sexo biológico, y para reclamar los nuevos medios de autoproducción del sujeto revolucionario descentralizado, transversal y posindustrial: las inyecciones de hormonas y la cirugía de afirmación de género. La coincidencia temporal de estos dos eventos sugiere que deberíamos celebrar el 28 de junio de 2025 como el día de la victoria de los ciborgs, a ambos lados del espectro político: ahora, la verdadera dialéctica es, como escribe Negri, biopolítica, y la decisión fundamental es si uno se interviene para intensificar sus determinaciones biológicas o para negarlas. Más que nunca, lo político es lo personal en el sentido más matérico del término: cubos de sangre, viruta de hueso, tejido conjuntivo, adiposo y epitelial y toneladas de silicona y bótox sustentan tanto la estética Mar-a-Lago de Venecia como las reivindicaciones del Orgullo Gay en Budapest. Ante esta dicotomía no me queda más remedio que levantar una lanza en favor de los muy denostados Bezos y Sanchez y su 'nonchalance' en convertirse en la encarnación misma de la incorrección política. No solamente eran la máscara y las bolas de silicona que vestía Lauren Sanchez por debajo de la piel en su boda veneciana, sino que el propio Bezos lucía una calva ostentosamente prepucial, como ha dicho Megyn Kelly con característica acritud: el dueño del 'hegemon' se ha convertido, a base de gimnasio e inyecciones de testosterona, en el hombre-polla para este fantástico carnaval veneciano que reivindica la intensificación radical de los estereotipos por medios artificiales. Tengo la impresión de que en la aceptación de sus determinaciones genéticas y en el afán de perfección de estos novios hay una cierta modestia implícita en reconocerse como esencialmente imperfectos. Y en celebrar a lo grande la victoria sobre sus imperfecciones. Me imagino las horas que han pasado diseñándose a sí mismos, estudiando los cánones de belleza y pensando en cada ángulo de esas máscaras venecianas internalizadas por la cirugía y la química. Frente al victimismo de los oprimidos de Budapest, y su autosatisfacción autodeterminante, legitimada en la diversidad infinita, Bezos y Sanchez no quieren ser ellos mismos: quieren ser más y mejores... No sé hasta qué punto una sociedad funcional puede producir subjetividad sin cánones y estereotipos, extrapolando la diversidad y la inclusividad 'ad infinitum'. Podemos estar de acuerdo o no con los cánones de Bezos y Sanchez, pero pretender que una sociedad puede ser infinitamente diversa e inclusiva y debe aceptar todas nuestras imperfecciones y desviaciones, para que nos sintamos plenamente 'realizados' como con Amazon, solo puede producir sujetos radicalmente conformistas. La incorrección política radical de Bezos y Sanchez es un manifiesto voluntarista y optimista que en estos tiempos que corren nos devuelve a la esperanza de que quizá sí podemos cambiar las cosas para mejor.