Trump 2.0: seguridad transatlántica, respuesta europea e implicaciones para España y Portugal

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TemaLa Administración Trump está transformando por completo la alianza para la seguridad transatlántica. Las implicaciones para Europa son de amplio calado.ResumenLa aversión de la presidencia 2.0 de Trump a la cooperación multilateral, la Unión Europea (UE) e incluso la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) está reconfigurando de manera drástica la alianza para la seguridad transatlántica. Pese a que los presidentes estadounidenses anteriores ya habían pedido un reparto más equilibrado de la carga financiera que comporta la seguridad en el Atlántico norte, argumentamos aquí que la situación en la que nos encontramos representa un cambio fundamental. En este artículo se examinan las medidas que debe adoptar la UE para incrementar su autonomía estratégica y disuadir con éxito a Rusia, para analizar las implicaciones para España y Portugal derivadas de esta transformación.Análisis1. IntroducciónEl presidente Donald Trump ha dejado meridianamente claro el escepticismo general que le merecen las alianzas vinculantes, y en particular la alianza histórica de Estados Unidos (EEUU) con Europa. Ha insistido una y otra vez en que ve a la UE como un “enemigo” y hace poco llegó a decir que la Unión se creó para “joder [sic] a Estados Unidos”. Hacia la OTAN se ha mostrado un poco menos hostil, pero la ha tildado de “obsoleta” y ha afirmado en numerosas ocasiones que algunos de los demás miembros no están “pagando sus cuentas”. La respuesta europea ha asombrado por su despreocupación, a menudo marcada por cierto grado de negación hacia las consecuencias reales de estas opiniones del segundo gabinete de Trump que, a diferencia del de 2017, está compuesto por personas leales que se han comprometido a llevar a la práctica toda su visión de futuro. Si bien las peticiones de EEUU de redistribuir la carga financiera de la OTAN no son nuevas, consideramos que la situación actual supone un cambio de rumbo fundamental frente a coyunturas anteriores. En las páginas siguientes, examinamos los motivos de este cambio, exploramos posibles escenarios de futuro y determinamos las medidas que deberían plantearse los países europeos, sobre todo los del sur de Europa, a modo de respuesta.2. Esta vez es diferenteMuchos europeos parecen seguir negándose a aceptar la posibilidad de que las sólidas garantías de seguridad de EEUU, que han constituido la piedra angular de la Alianza Atlántica desde 1949, podrían estar ahora en grave peligro. La reticencia es comprensible, ya que las tensiones entre aliados con historias divergentes y perspectivas geopolíticas dispares son algo normal en cualquier alianza. Sin embargo, la situación actual difiere fundamentalmente por varias razones de peso. En primer lugar, ahora apreciamos una desavenencia fundamental entre la mayoría de los aliados. Cada vez existe una divergencia más pronunciada entre los gobiernos europeos y el presidente estadounidense sobre la percepción de las amenazas, en especial por lo que respecta a si Rusia constituye la principal de ellas, pese a que el propio Kremlin ha puesto en marcha la primera guerra de conquista en Europa desde 1945 en lo que supone una clara infracción de múltiples acuerdos internacionales y garantías públicas, y además con amenazas reiteradas del régimen de Putin de atacar capitales europeas con armas nucleares. Resulta significativo que Rusia –junto a su satélite Bielorrusia– fuese el único país excluido de los “aranceles recíprocos” mundiales del presidente Trump. En segundo lugar, y por primera vez desde, como mínimo, la Segunda Guerra Mundial, hay miembros destacados del gobierno actual y del Partido Republicano en el poder que hacen gala de una hostilidad ideológica sin precedentes hacia los gobiernos europeos dirigidos por partidos generalistas. La denominada ala paleoconservadora del trumpismo incluso ha llegado a mostrar abiertamente su afinidad ideológica con un autócrata como Putin al considerarlo un dechado de fuerza, poder y valores tradicionales, tal y como quedó patente en la famosa conversación amistosa entre Tucker Carlson y Vladímir Putin y durante la votación llevada a cabo en la Asamblea General de las Naciones Unidas el 24 de febrero sobre la guerra en Ucrania, cuando EEUU se alineó con Rusia y Corea del Norte en vez de con sus aliados europeos tradicionales.Además, es muy probable que el ala populista más “progre” y radical del Partido Demócrata no esté muy alejada de esa hostilidad de base ideológica contra la solidaridad occidental. Y entre las élites demócratas y republicanas en materia de política exterior –los dos partidos se han alternado en la presidencia y el Congreso de EEUU desde la década de 1850–, cada vez tiene más influencia una escuela de pensamiento geoestratégico que aboga por un repliegue estadounidense controlado y un viraje hacia la zona de Asia y el Pacífico. Algunos incluso defienden el aislacionismo puro y duro. Esas vertientes ignoran el riesgo de que la creación de vacíos estratégicos dé pie a más guerras entre las potencias rivales para colmarlos, lo que sería perjudicial para los intereses estadounidenses; o el hecho de que, al quedar mermada la influencia de EEUU en todo el mundo, podrían surgir incentivos para la proliferación nuclear, y países como Polonia o Japón llegarían a la conclusión de que necesitan desarrollar su propio arsenal nuclear. Ahora bien, el caso es que quienes podrían alejar a EEUU de Europa no son sólo los populistas de derechas. Con independencia de la posible perdurabilidad del trumpismo, los europeos deben afrontar el hecho de que la polarización política extrema de EEUU y la ultracorrección de los errores estratégicos del pasado están poniendo fin al consenso bipartidista en torno a algunas de las prioridades estadounidenses fundamentales en política exterior desde 1941. Los europeos no pueden cerrar los ojos para no ver esos cambios fundamentales, ni dejar de asumir que podrían significar el final de las garantías de seguridad de EEUU hacia Europa. La pregunta sería entonces cómo podrían lidiar los europeos con esta nueva dificultad de la mejor forma posible. Lo más urgente y necesario será aportar suficiente ayuda militar a Ucrania para que pueda seguir defendiéndose. Al mismo tiempo, Europa tendrá que desarrollar capacidades de disuasión convencional y nuclear sólidas y creíbles para evitar cualquier agresión futura de una potencia nuclear revisionista como Rusia. Habrá que reconocer todos esos elementos sin pasar por alto las considerables amenazas y vulnerabilidades presentes a lo largo del flanco sur de la OTAN, o la posibilidad cada vez mayor de que el Atlántico, el Mediterráneo y el Ártico se conviertan en ámbitos marítimos en disputa.3. ¿Sin final feliz a la vista?La única certidumbre que rodea a la presidencia 2.0 de Trump es el estado de incertidumbre permanente, salpicado además de obsesiones recurrentes: cerrar las fronteras a mercancías y personas, proclamar victorias rápidas para consumo mediático, tantear los límites del poder presidencial y mostrar una mezcla de condescendencia y hostilidad hacia Europa y sus instituciones. En ese sentido, este experimento político en curso en EEUU tiene pocos visos de terminar bien, salvo que acabe prevaleciendo un instinto pragmático de supervivencia que consiga corregir el rumbo y abra la puerta a encontrar soluciones estratégicas de compromiso.El peor de los casos sigue siendo muy posible, e implica una combinación de los siguientes elementos: polarización aún más profunda, desestructuración política e incluso una crisis constitucional en Estados Unidos; volatilidad económica grave y alteración de las cadenas de suministro mundiales, incluidas las relacionadas con materias primas, y todo ello acompañado de una posible recesión; repliegue caótico de la presencia militar estadounidense en el extranjero; complacencia con las potencias autocráticas y revisionistas que de pie a la normalización y posible proliferación de las guerras de conquista; desmoronamiento de la ayuda exterior y retirada a gran escala de las instituciones multilaterales; aparición de numerosos Estados fallidos conforme al modelo de Haití; e incremento de los conflictos civiles internos y entre distintas naciones, sobre todo en Asia. A todo esto, quizás habría que añadir las tentativas reales de EEUU de dividir y vencer en Europa mediante injerencias activas que favorezcan a partidos hostiles con la UE, siguiendo el modelo del inaudito discurso pronunciado por el vicepresidente J. D. Vance durante la Conferencia de Seguridad de Múnich en febrero de 2025. Por último, no hay que olvidar la posibilidad de que EEUU trate de complacer a Rusia, a expensas de Ucrania y Europa, vaciando de contenido la OTAN e intentando hacer lo mismo con la UE. El mejor escenario posible parece ser sin más que no ocurran esas cosas, pero ¿acaso puede asegurarse que no pasará ninguna de ellas?Hay mucho en juego y no todo es un riesgo inmenso y peligroso, puesto que se aprecia también la oportunidad no deseada –pero real– de que Europa pueda consolidarse y emerger como un actor estratégico más coherente en la escena mundial. La primera presidencia de Trump sirvió de elemento unificador externo para la UE; en esa misma línea, el segundo mandato podría propiciar una mayor integración. El proceso debe comenzar, por encima de todo, en el ámbito de la defensa, abandonando sin tapujos la ficción de que la UE no es más que una potencia blanda con una influencia meramente normativa, civil y económica en los asuntos globales. Dicho lo cual, sigue existiendo un escollo importante: Europa no es un Estado, y los problemas que eso plantea para la acción colectiva son considerables. La frecuencia de las citas electorales democráticas y genuinas en los 27 Estados miembros generan el potencial constante de que se produzcan cambios en la jefatura, las prioridades políticas y el equilibrio de poder en el seno del Consejo Europeo, el principal órgano decisorio de la UE sobre esas cuestiones.Con sus 27 Estados miembros y las instituciones de Bruselas, la UE es, en palabras de Jacques Delors, un OPNI: un objeto político no identificado, con características confederales y federales. Y aunque algunas encuestas de opinión muestran cierto respaldo hacia ese escenario, sigue siendo poco probable que la UE evolucione en próximas fechas a unos “Estados Unidos de Europa”, una entidad completamente federalizada con sustanciosos recursos propios, un presupuesto notablemente ampliado y un ejército europeo inspirado en el modelo estadounidense.En cualquier caso, para mejorar la coordinación de las iniciativas europeas, sobre todo en materia de defensa, no hace falta reproducir con exactitud el federalismo estadounidense. Una condición crucial para que Europa sea suficientemente fuerte y creíble sería un gran acuerdo al estilo del planteado por Alexander Hamilton en EEUU, y los líderes del sur de Europa deberían cerrar filas al respecto. Al mismo tiempo, las alianzas subregionales más focalizadas dentro de Europa parecen erigirse como la opción ideal para concebir nuevas ideas y nuevos formatos a través de las llamadas “iniciativas de cooperación reforzadas”. Si queda probada su viabilidad y eficacia, se podrían replicar a mayor escala. En defensa, este planteamiento podría y debería incluir a países importantes y dispuestos de fuera de la UE, como son el Reino Unido, Noruega, Suiza e Islandia. En materia de defensa, esas alianzas subregionales minilaterales de menor tamaño compartirían en mayor medida una cultura estratégica, unos intereses y unas amenazas concretas y podrían evolucionar hacia estructuras regionales de mando militar e iniciativas conjuntas más ágiles y efectivas, lo que ayudaría a resolver el problema de la acción colectiva y las desavenencias sobre el liderazgo en el continente. Ese mismo tipo de agrupaciones ya son posibles y deberían impulsarse y financiarse en mayor medida en torno al desarrollo de sistemas específicos de armamento, como la cooperación estructurada permanente bajo el paraguas de la Agencia Europea de Defensa.Un aspecto crucial de los primeros años de historia de EEUU ofrece valiosas enseñanzas a la UE: la integración política profunda puede verse acelerada por las amenazas exteriores y el gasto en defensa debería financiarse, al menos en parte, a nivel federal. De hecho, el Informe Draghi propone los empréstitos conjuntos en la UE como una alternativa más eficiente que la emisión fragmentaria de deuda nacional para sustentar el aumento del gasto en defensa. Un planteamiento colectivo mejoraría la asignación de recursos, generaría economías de escala, reduciría los costes de adquisición y facilitaría el cumplimiento de los objetivos presupuestarios de la OTAN. Como la defensa es un bien público europeo, hay argumentos de peso para financiarla a nivel de la UE, ya sea mediante la emisión conjunta de deuda europea garantizada por los Estados miembros o a través de nuevos impuestos en la Unión. Cabe destacar que algunos países del norte y el este de Europa, que hasta ahora se habían mostrado siempre reacios a la mutualización de la deuda que llevan tiempo defendiendo los países del sur, parecen ahora más dispuestos a compartir el gasto en defensa ante la creciente amenaza de Rusia. Este cambio brinda la ocasión rara pero oportuna de introducir los llamados “eurobonos de defensa”, y Europa haría bien en aprovecharla. Estos bonos podrían atraer nuevas inversiones del sector privado, impulsar la innovación y, como se ha visto en el sector industrial de la defensa estadounidense, facilitar las aplicaciones civiles de tecnologías militares, además de estimular el crecimiento económico y el aumento de la productividad. No deberían sustituir a la emisión de deuda nacional, pero, con el tiempo, podrían servir de mecanismo financiero principal dentro de un sistema integrado de la industria de defensa europea.4. Riesgos y oportunidades para (el sur de) EuropaLos países más meridionales de Europa se cuentan entre, remedando a Tarantino, “los odiosos ocho”: Croacia, Portugal, Italia, España y Eslovenia forman parte del total de ocho Estados miembros de la OTAN que en 2024 no cumplieron su objetivo de invertir en defensa el 2% del PIB, a los que hay que sumar a Bélgica, Luxemburgo y Canadá. No deberíamos pasar por alto el riesgo de que se nos señale con el dedo por esa circunstancia, sobre todo en la Cumbre de la OTAN de junio de 2025 en La Haya. ¿Qué debe hacer Europa al respecto?Los países del sur de Europa tienen que gastar más en defensa. Ahora bien, deben dejar claro que, si no han aportado más en el pasado, no ha sido por ser malos aliados. De hecho, el motivo es que otros países de la UE, sobre todo Alemania, les pidieron que diesen prioridad absoluta a la reconfiguración de sus finanzas públicas. Después de que las repercusiones mundiales de la crisis financiera de EEUU de 2008 exacerbaran las dificultades fiscales y de deuda en la zona euro, se obligó a los países europeos meridionales a reducir el endeudamiento y recortar el gasto público, incluido el destinado a defensa. Grecia es una excepción, puesto que ahora gasta más del 3% del PIB en defensa y recibe elogios por ello. Sin embargo, el país heleno recibió críticas durante años por gastar en exceso, incluyendo ahí el gasto en defensa –crítica que pasaba por alto sin más su posición estratégica en una zona tan volátil como el Mediterráneo Oriental–. Mientras, países como Portugal y España, alabados en su momento por los esfuerzos destinados a reducir el déficit presupuestario y conseguir un crecimiento económico sostenido, reciben ahora críticas por su escaso margen para aumentar el gasto en defensa como porcentaje del PIB, dificultad que procede en gran medida de esas mismas políticas fiscales y económicas.Un segundo factor que merece ser reconocido con honestidad es la función de las realidades geoestratégicas y la percepción pública de las amenazas, lo que a su vez da pie a determinadas prioridades electorales. Estas consideraciones giran en torno a las bases fundamentales en las que afirma sustentar sus propias decisiones políticas la Administración Trump, y desde luego no son exclusivas de EEUU. En el contexto europeo, Portugal y España son los países más alejados de la amenaza rusa de todo el continente. Es inevitable que esa distancia geográfica influya en la opinión pública y en las prioridades nacionales en materia de defensa y seguridad.Los archipiélagos de Portugal y España en el Atlántico están mucho más cerca de EEUU y África que de Rusia. Por lo tanto, la población portuguesa y española, al igual que la estadounidense, no se siente particularmente amenazada por Rusia. Somos muy conscientes de que, con las amenazas rusas, existe un riesgo real de hostilidades grises encubiertas que pueden incluir, por ejemplo, sabotajes o incluso asesinatos. Podría decirse que ya ha habido un par de casos así, en España en especial, no en Portugal, sobre todo el asesinato del expiloto ruso Maxim Kuzminov que se había negado a combatir en la guerra de Putin. No obstante, la mayoría de estas acciones han tenido lugar en Europa central y del este. En cualquier caso, España y Portugal no deben confiarse ni arriesgarse a ser el eslabón más débil. El Atlántico, el Mediterráneo y el Sahel son espacios cada vez más disputados en los que la presencia y la hostilidad de Rusia van en aumento. Nuevamente, la conclusión aquí es que los europeos del sur tienen que gastar más y mejor en su propia defensa, pero implica también que, tal y como han defendido los gobiernos de Madrid y Lisboa, los Estados miembros deberían poder incluir el gasto en inteligencia, en la lucha antiterrorista, el contraespionaje, la ciberseguridad y la seguridad física de infraestructuras críticas en la rendición de cuentas ante la OTAN sobre el gasto en defensa. Implica también que el sur de Europa, y especialmente la península Ibérica, debería tener en cuenta la realidad geoestratégica propia que no conlleva invertir en grandes divisiones de blindados pesados, sino dar prioridad a las capacidades mar-aire-tierra, a fuerzas móviles y a medios defensivos móviles. La guerra en Ucrania también pone de manifiesto la necesidad de aprender del papel cada vez más destacado de las nuevas tecnologías disruptivas –como los drones aéreos, navales y terrestres–, así como la mayor importancia en general de las defensas aéreas y costeras, la robótica militar y la inteligencia artificial. Al mismo tiempo, el conflicto ha reafirmado la importancia imperecedera de las medidas tradicionales de defensa, entre ellas las líneas defensivas fortificadas y las grandes reservas estratégicas de municiones.Los europeos del sur, al igual que los demás europeos, valoran las alianzas y el principio de solidaridad en el que se sustentan. Ese es un motivo legítimo e importante para aumentar el gasto en defensa. Sin embargo, el atractivo democrático de esa solidaridad tiene sus límites, en especial cuando la expectativa consiste en incrementar con fuerza la inversión en defensa –incluso es posible que se llegue a duplicar– a cambio de relativamente poco por parte de nuestros aliados del norte de Europa, y cada vez menos –o a lo mejor nada en absoluto– por parte de EEUU en cuanto a garantías de seguridad o presencia militar.A EEUU hay que dejarle claro que podemos y quizás sigamos comprando armas estadounidenses durante un tiempo, pero a cambio tendrá que haber garantías de que el gigante norteamericano continuará siendo un aliado de confianza con presencia efectiva de tropas en Europa como elemento disuasorio valioso y de bajo coste. ¿Quién creería que el artículo 5 del Tratado de Washington sigue significando algo para EEUU si la Administración Trump se muestra poco dispuesta a arriesgar un solo soldado en Europa? Por su parte, Europa tampoco debería esperar compromisos duraderos del presidente Trump, pero puede y debe buscar acuerdos a corto plazo mientras se esfuerza por consolidar su autonomía estratégica. Si EEUU desea seguir vendiendo armas a los países europeos, debe estar dispuesto a ofrecer unas garantías de seguridad mínimas y a abstenerse de retirar todas sus tropas del continente. Al fin y al cabo, incluso la Rusia de Putin proporciona garantías de seguridad, presencia de tropas y respaldo diplomático a sus principales compradores de armas. Esas garantías deben incluir, como mínimo, poner fin a la coerción hacia miembros de la OTAN –como las tentativas previas de presionar a Dinamarca por el tema de Groenlandia– y no proferir amenazas similares contra otros aliados. Además, es esencial contar con el compromiso básico de no abandonar a Ucrania. Si EEUU decidiese poner fin al suministro de armas, municiones o piezas de repuesto a Ucrania –el país que destina un mayor porcentaje del PIB en la actualidad a defensa– con la intención de complacer a Rusia, ¿qué confianza podrían tener otros aliados europeos en el punto de mira del Kremlin en que el apoyo estadounidense se mantendrá?Para los europeos del norte y el este de Europa, el mensaje central de los europeos del sur debe incluir que reconozcan que las restricciones presupuestarias que ahora pretenden aliviar han sido una fuente de discordia durante mucho tiempo. Los países de la Europa meridional llevan más de 10 años pidiendo flexibilidad en las rígidas normas fiscales de la UE. Resulta alentador que exista por fin un consenso más amplio en ese sentido. Sin embargo, este cambio llega tarde y, lo que es más importante, resulta insuficiente para lo que exigiría la situación actual. Si los países amenazados de manera más directa por Rusia esperan solidaridad y medidas apremiantes del resto de Europa, deberán hacer gala de esas mismas cualidades a nivel europeo. Como ya se ha comentado, lo que hace falta son eurobonos reales y permanentes para financiar la defensa, la innovación tecnológica y la transición ecológica, sin seguir confiando en una emisión descoordinada de deuda nacional que no hace sino exacerbar la carga actual de la deuda e incrementar el coste de los préstamos.La Historia demuestra que la emisión conjunta de deuda pública es un instrumento vital en tiempos de guerra, en especial en conflictos prolongados. Esa fue una de las ventajas decisivas de Gran Bretaña sobre Francia durante los enfrentamientos por la hegemonía mundial en los siglos XVIII y XIX. Si la emergencia actual en materia de seguridad se confirma como real –y creemos que lo es–, harán falta medidas concretas, no sólo retórica. Si los países del norte y el este de Europa aprecian de verdad la solidaridad, lo pueden dejar claro de la forma a la que más valor le darían los europeos del sur, sobre todo mediante instrumentos fiscales que respalden las iniciativas conjuntas en defensa. En caso de que resulte necesario contar con recursos adicionales para sustentar este empeño, deberemos estar dispuestos a ir más allá de los esquemas tradicionales. Un paso audaz en esa dirección –como el de emitir deuda europea conjunta– transmitiría un mensaje de cohesión, determinación y seriedad estratégica, amén de atraer a inversores ansiosos por diversificar para no depender en exceso de EEUU, de manera que se incrementaría también la relevancia internacional del euro.ConclusionesEn resumen, los Estados europeos individuales son demasiado pequeños para dar forma a la agenda mundial, ayudar con eficacia a Ucrania, contener a Rusia o responder a una mayor hostilidad de EEUU o China. Aunque los países bálticos destinaran el 10% del PIB –o, en un caso extremo, replicaran el 37% que gastó Ucrania en defensa en 2024–, seguiría sin ser suficiente como elemento disuasorio de las agresiones rusas. Ahora más que nunca, hace falta coordinar e integrar mejor los esfuerzos destinados a lograr efectos de escala. En su conjunto, los miembros europeos de la OTAN gastan alrededor de 480.000 millones de dólares estadounidenses al año en defensa, por detrás únicamente de EEUU. Sin embargo, esa cifra es, en gran medida, una cantidad más teórica que efectiva, puesto que no tiene en cuenta la especialización, la interoperabilidad y las economías de escala.En este contexto, la crisis transatlántica actual puede ser una oportunidad para Europa. La UE sigue siendo la alianza regional más institucionalizada y próspera, con la mayor legitimidad democrática y con la integración más profunda de todo el mundo. No obstante, debe mejorar mucho –y rápido– en particular en el ámbito de la defensa, a lo largo y ancho de sus dimensiones industriales, logísticas y operativas. Las quejas europeas sobre la incapacidad de los EEUU de Trump de comprender o dar prioridad a que nos estemos viendo inmersos en una confrontación existencial con un eje de autocracias dispuestas a resucitar la lógica de que “la fuerza hace el derecho” no resultarían creíbles si, al mismo tiempo, la propia Europa se muestra incapaz de actuar en consecuencia.Autores: Federico Steinberg, Bruno Cardoso Reis.La entrada Trump 2.0: seguridad transatlántica, respuesta europea e implicaciones para España y Portugal se publicó primero en Real Instituto Elcano.