Me dice José Luis Garci que le debo a Curva de Zésar un «gato que fue tigre». Y a Garci no se le discute. A Garci se le escucha; de Garci se aprende; con Garci uno se calla y le hace caso, porque todo en él es una lección de vida, de literatura, de memoria y también de consuelo. Nuestro gato de hoy era barrendero y dramaturgo, empresario de un teatro de escombros, un alma libre que hacía lo que le daba la gana y que construía sus guiones mientras pulía las calles que el resto pisaban. Nació en Torrubia del Campo (Cuenca) como Desiderio César Fernández, a finales del siglo XIX. Muy pronto marchó a Madrid, porque mientras la... Ver Más