La Historia nos enseña que en la vida todo es circular, que pocas cosas cambian y que al final, aunque pasen los siglos, todo se vuelve pendular. Estoy escribiendo ahora una novela sobre la vida de un oficial carlista, que me hace estudiar la España de esos años, y de cómo desde la caída de eso que se vino a llamar Antiguo Régimen, nuestro país ha ido dando bandazos, como diría Antonio Machado, "entre una España que muere y otra España que bosteza". La reacción a la Constitución gaditana vino de los absolutistas, de los liberales a los realistas, de los cristinos a los carlistas, de los moderados a los progresistas, de los republicanos a los monárquicos, y así nos hemos ido dando garrotazos como en aquellos aguafuertes de Goya.Todo esto viene a colación de ese grito tan español y tan cruel que hicimos famoso en aquellos tiempos: ¡Vivan las cadenas! Era el grito del "populacho", de los más desfavorecidos para festejar la caída del Trienio Liberal que comenzó en aquel levantamiento de Rafael del Riego en 1820. El mismo "facha-pobre", como se dice ahora de forma despectiva desde las redes. En aquel entonces, los liberales, los ilustrados, eran esa clase media de la burguesía que no había visto con malos ojos los avances que los franceses habían traído, y que los tildaron de "afrancesados", mientras que entre el pueblo llano se producía la reacción antiliberal. Sin embargo, las cosas cambiaron y entonces, los soldados franceses, los famosos Cien Mil Hijos de San Luis, que iban a devolver al "rey felón" el poder absoluto ya no eran invasores, sino que eran recibidos en palmas por los españoles con ese funesto grito: "Vivan las cadenas, Viva Fernando VII, Muera la Nación".[articles:341579]Con el carlismo pasó algo parecido, fueron las clases populares junto al clero las que vieron en la Reina Cristina el "demonio liberal". La realidad es que las desamortizaciones, además de producir el abandono del patrimonio histórico que se conservaba en los edificios religiosos, no consiguió su propósito en el mundo rural. Mucha gente se hizo rica, la nobleza compartió con la burguesía el reparto del botín. Las desamortizaciones no llevaron a ninguna solución social y precipitaron el latifundismo. El progreso que se suponía, no llegó, sino todo lo contrario.Hoy vuelve, como antaño, y con fuerza, ese movimiento contrarrevolucionario. La democracia se nos antoja débil, está de moda la fortaleza de un líder autoritario, un Putin en Rusia, un Trump en Estados Unidos, o un Xi Jinping en China. La Francia que nos trajo el Liberté, égalité, fraternité busca hacerse grande con Le Pen, ¿qué queda de ese espíritu europeísta de Adenauer, De Gasperi, Monnet, o Schuman? El vulgo vuelve en algunos sectores, ebrio de alegría, a gritar ¡Vivan las cadenas! Un grito que ha mutado en ¡Viva la extrema derecha!, ¡viva el autoritarismo!, la mano dura, el orden sobre la libertad, el ¡Muera la cultura!, de Millán-Astray, la religión sobre el pensamiento racional. La izquierda que nos trajo en Europa la sociedad del bienestar, la socialdemocracia de Olof Palme, de Willy Brandt, ya no convence a los mileuristas, ni a los que no pueden tener una vivienda digna; con esa supremacía moral ha perdido el espacio político y social que antes tuvo. El mecanismo es fácil, cuando tú no ocupas algo, viene siempre el otro y te lo roba. Es la ley del péndulo, es «la Historia que se repite».