Una carretera comarcal sin señalización horizontal ni rastros de silvestres atropellos, con cunetas limpias no a diente ni de guadaña que llenaba carros y remolques para razas domésticas de conejos, gallinas y pavos en traseras de casas, nos lleva a una Venta de nombre común por estos lares, en un vehículo con cristal inmaculado de impactos de insectos.La pared de su fachada está llena de antiguos utensilios de campo, chimbiri, lebrillos, angarillas de tres cántaros de un asa, barreños de hojalata, cráneo de carnero con fecha pintada y una jaula con un cantaor mixto jilguero, que dan la bienvenida.La terraza cubierta, bien preparada cuando llegan las recién aliñadas gordales aceitunas, fuente de pimientos fritos con sus buenas papas y el arroz hecho con dos perdices en su gran cazuela de barro. La cesta repleta de pan de pueblo bien deja caer miguitas, pero no merodean los gorriones, palomos ni las hormigas cabezonas, de reciente tiempo pasado.[articles:342491]No se ven cigarrones ni se escuchan grillos reales, los vuelos cortos de perdices se echan en falta, ya empecé a preocuparme cuando dejé de ver ganado pastando en rastrojeras y cañadas, o asentados en alrededores de cortijos y descansaderos.Una piara de cabras, rebaño de ovejas, un vaquero, yeguas con sus potrillos y una porquera junto a la nave rural, formaban parte inherente del paisaje, dotando de vida, alimentos y biodiversidad. En caso de duda, bastaba levantar una “moñiga” de vaca de la tierra o incluso subir al soberado, doblado o azotea a ver el palomar - suministro estratégico de carne para el puchero - o incluso recoger miel de la colmena.Han desaparecido o están en vías de extinción, por mucho que contabilicen el número de cabezas de macrogranjas y lo dividan por el número de hectáreas.Ya lo decía el viejo pastor, "yo no utilizo venenos que acaban con todos, pues cuando los veas desaparecer, al final nos tocará a nosotros". Y esa soledad ya es patente, señalando algunos que el daño ya está hecho. Otros dirán que no les gusta la carne de cabrito o cordero, pero raro es el que no toma a diario un vaso de leche, postre lácteo o un poco de buen queso artesano. Hemos de reconocer que la ciudad realmente no nos da de comer ni de beber.