La corrupción contra la democracia (II): Poder, dinero y vanidad

Wait 5 sec.

Pero ¿cómo se les ocurre inflar los curricula si saben que les van a pillar?, es una pregunta recurrente estos días. Es tanto como preguntarse por qué existe la corrupción, o a qué se debe que alguien esté dispuesto a que le pillen en falso. Hay sin duda causas evidentes, simples, directas y fácilmente detectables. Vamos a ello.A la hora de analizar las causas de la corrupción se suele hacer énfasis en tres: las estructurales, las institucionales y las culturales. Las estructurales tienen que ver, fundamentalmente, con la desigualdad; las institucionales se refieren a los modelos de gobernanza y hasta qué punto permiten o dificultan la corrupción, y las culturales, aunque se suelen fijar más en lo relativo a la religión, no acaban de ofrecer evidencias que expliquen por qué unos países son más corruptos que otros.No es este el lugar —ni yo estaría capacitada para ello— donde profundizar en los aspectos psicológicos que inducen a alguien a cometer acciones corruptas o a dejarse corromper —no olvidemos que en cualquier fenómeno de corrupción existen siempre dos partes: los que venden su influencia o autoridad y quienes compran dicha mercancía—. Lo que me interesa ahora mismo es entender los motivos que llevan a unos a realizar esos abusos de poder en beneficio propio o de terceros, y a otros a aceptar entrar en el juego. El análisis de los casos más conocidos desvela tres causas bajo los fenómenos de corrupción: el poder, el dinero  y la vanidad.El poder, presente en cualquier relación entre seres vivos, es el elemento indispensable para que se pueda dar un acto de corrupción. De hecho, su abuso es el elemento definitorio de la corrupción. Y no sólo eso: existen casos de corrupción cuyo objetivo es, precisamente, alcanzar una mayor cota de poder. Ahí están los amaños electorales, los arreglos para ganar unas primarias o los sobornos a cambio de un nombramiento. El segundo elemento, obviamente, es el dinero, que no deja de ser otra forma de poder, pero con características propias. Corromper a un cargo político o a un alto funcionario que participa en la contratación de una empresa para realizar una obra pública, o pagar para obtener un cambio normativo que beneficia a unos intereses haciendo caso omiso del interés general constituyen toda una “captura de políticas”, modalidad que se encuentra en la cúspide de la pirámide de la corrupción, pues contamina tanto al ejecutivo como al poder legislativo de forma duradera -el tiempo de vigencia de la norma hecha a medida- y que no es otra cosa que capturar las políticas públicas en beneficio del corruptor o corruptores y en perjuicio de la ciudadanía en su conjunto. Lo que sabemos del caso Montoro apunta en esta dirección.Existe otra causa de malas prácticas, corruptelas y corrupciones a la que se presta menor atención. Se trata de la vanidad o, mirado desde otro ángulo, del complejo de inferioridad. ¿Qué, si no, puede llevar a cargos públicos a mentir sobre su formación académica anotándose títulos que no tienen o que proceden de “universidades” que raramente superan un mínimo de calidad académica? Si miramos a España, los datos muestran cómo las cámaras de representación tienen el doble de titulados universitarios que los que existen en la sociedad en general. Así, quien quiere ser diputado y carece de formación universitaria y de autoestima suficiente, suele optar por inflar el currículum. Si además la institución carece de controles para desvelar a quienes mienten, los incentivos para mentir aumentan.Poder, dinero y vanidad son tres claves que explican por qué se dan los fenómenos de corrupción. Podrán pensar que se trata de tres aspectos que mueven a los humanos y que, por lo tanto, la corrupción cero es imposible. Nada más lejos de la realidad. Conocedores de estas tentaciones, el desafío no es más que poner los obstáculos necesarios para que, parafraseando a Sabina, ser corrupto no valga la pena.