Vuelve el zar del siglo XXI al que fue el gélido hogar de sus antepasados. Este viernes, Donald Trump , el presidente de los Estados Unidos, y Vladimir Putin se reunirán en Alaska para dirimir el futuro de Ucrania. La sede no ha sido escogida al azar, sino que obedece a esa historia que levanta ampollas y sala heridas. Y es que la región a la vera del Estrecho de Bering fue territorio de los zares durante siglo y medio, pero pasó a manos de los Estados Unidos en 1867 por medio de un cheque –es literal– de 7.200.000 dólares. Una cantidad que los expertos consideran irrisoria para la época. Fuimos los más diestros y precoces, pero no los únicos. El XVIII fue el siglo de los descubrimientos, y no solo para nuestro castizo Imperio español. Al otro extremo de la vieja Europa, el zar Pedro I el Grande suspiraba por dos cosas: cosechar toneladas de conocimiento geográfico para Rusia y ampliar las rutas comerciales del este en busca de pieles. Sobre estas dos máximas organizó una serie de expediciones con órdenes de alcanzar las costas septentrionales americanas. La más destacada, liderada por Vitus Bering y Alexei Chirikov , fue la primera en arribar hasta la actual Alaska el 20 de julio de 1741. Poco después, sus integrantes dejaron constancia en el diario de abordo de que habían visto «huellas humanas» en el territorio. Fue su primer contacto con los nativos, el inicio de un extenso y beneficioso camino colonial que se alargó más de siglo y medio. Herbert H. Rasche , geógrafo y miembro del Centro de Pruebas del Ártico del Ejército de los EE.UU., defiende en sus investigaciones sobre la historia de Alaska que, durante las décadas siguientes, los comerciantes de pieles rusos se lanzaron de bruces hacia las islas Aleutianas, en el archipiélago de Alaska, y que establecieron una infinidad de puestos comerciales. Aunque el gran salto llegó en 1799, cuando el zar otorgó el monopolio de las actividades en la región a la llamada Compañía Ruso-Americana , una empresa privada sobre el papel pero que, en realidad, bailaba los pasos dictados desde San Petersburgo. De la mano de esta compañía, el comercio de pieles fue activo en Alaska durante las siguientes décadas. Y con él, aumentó también de manera exponencial la presencia de familias rusas en la península y las islas cercanas. Rasche mantiene que el zar fomentó un sistema similar al que el Imperio español utilizaba en las Américas desde hacía dos siglos: «Los funcionarios más destacados llevaron hasta Alaska y Sitka a sus esposas y familias». Como resultado, esta zona se convirtió en un centro cultural, un puerto clave y un pulmón económico gracias a la apertura de una infinidad de pequeñas industrias. A cambio, también se produjeron enfrentamientos contra tribus nativas y se combatió a un enemigo que no se barajaba en principio: unas condiciones naturales y climatológicas pésimas. En la práctica, los sueños coloniales rusos terminaron en pesadilla durante el medio siglo siguiente. Así lo especifica Carlos Junquera Rubio, catedrático en Antropología en la Universidad Complutense de Madrid, en el dossier 'Descubrimiento y colonización rusa de Alaska'. En sus palabras, la tormenta perfecta se orquestó debido a una infinidad de factores; el primero de ellos, dejar a un lado el establecimiento de una economía autosuficiente y priorizar solo la adquisición y venta de pieles a través de la Compañía Ruso-Americana. Cuando estas empezaron a escasear, la presencia eslava en Alaska quedó herida de muerte. «Todo esto choca con los informes que llegaban a Siberia, Moscú y San Petersburgo, que contenían mucho entusiasmo, pero nada más», añade el experto español. Lo que Junquera denomina el «abandono continuo de los colonos» propició que, en 1805, se produjera un descenso de la población llegada de la vieja Europa. Para paliar esta decadencia, desde la capital rusa exigieron a los directivos de la Compañía Ruso-Americana que aumentaran los salarios de sus trabajadores, intentaran favorecer los nacimientos y hasta contrataran a presos exiliados en Siberia . La cúpula de la empresa, formada por oficiales rusos, respondió de forma tajante: «Un asentamiento agrícola requiere de mujeres trabajadoras. Teniendo en cuenta que las que residen aquí tienen 60 años, no podemos utilizarlas ni para las ocupaciones más básicas. La propuesta de transferir hasta 500 familias de exiliados es inviable, pues las condiciones inhóspitas harán que sea un desastre». La lista continúa: problemas con los nativos, distancias imposibles que dificultaban el comercio y un aumento de los costes laborales por lo que Rasche denomina «paternalismo con los indios». La guinda fue la presión de una Gran Bretaña que, durante la Guerra de Crimea , sucedida entre 1853 y 1856, había dirigido ataques contra la costa siberiana. Como resultado, en San Petersburgo creció la convicción de que Rusia se veía debilitada por su sobreextensión y debía concentrar sus esfuerzos en dos puntos: mantener sus fronteras más próximas y aumentar su poder en las más cercanas Europa y Asia. Aquellos fueron los pilares perfectos para empezar a barajar una solución de urgencia para los territorios que los zares tenían en las costas americanas. Para la década de 1850, y según recoge la Biblioteca del Congreso de los EE.UU., el interés de Rusia por Alaska cayó en picado después de que Alejandro II incorporara al imperio otros territorios como las regiones del Amur o del río Ussuri. La llegada de estas zonas, unida a los problemas ya mencionados, hizo que el zar buscara de urgencia una potencia occidental amiga a la que vender el territorio. Y, si algo tenía claro, era que Gran Bretaña estaba vetada por sus ataques a la península de Kamchatka durante la cercana Guerra de Crimea. Sin más remedio, Rusia recurrió al único comprador potencial: los Estados Unidos, enemigos de Gran Bretaña desde la Guerra de la Independencia. A partir de entonces, se inició un extenso camino diplomático que abarcó quince años e involucró a multitud de actores de uno y otro bando. Desde el punto de vista ruso , Konstantín Nikolaevich , hermano menor de Alejandro II , impulsó la venta bajo la máxima de que los norteamericanos no tardarían en invadir la colonia y arrebatársela al país por las bravas. A cambio, el ministro de Asuntos Exteriores, el príncipe Aleksandr Gorchakov, se mostró más conservador y se resistió a la posibilidad de perder el territorio. Del lado de las barras y las estrellas, el político que más campaña hizo para que EE.UU. adquiriera Alaska fue el secretario de Estado William H. Seward . Sus máximas eran, en primer lugar, forjar fuertes lazos de amistad con China y Rusia, pero también adquirir zonas cercanas al país como las islas Hawaianas, Cuba, las Islas Vírgenes, Groenlandia e Islandia. Todas ellas, como posibles emplazamientos de bases militares para los futuros conflictos. Seward recibió el apoyo político del republicano Charles Summer. El discurso del que fuera presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado en favor de la compra del territorio es considerado, todavía hoy, el empujón magistral que inspiró a aquellos que todavía dudaban. Duró, eso sí, tres horas. Década y media después de que arrancara el proceso, el 30 de marzo de 1867, se culminó la venta de Alaska. Mediante el Tratado de Cesión, el zar entregó a los EE.UU. el territorio, como quedó especificado en el artículo número 1 del extenso documento: «Su Majestad el Emperador de todas las Rusias, conviene en ceder a los Estados Unidos, por esta convención, inmediatamente después del canje de las ratificaciones de la misma, todo el territorio y dominio que ahora posee Su Majestad en el continente americano y en las islas adyacentes, estando los mismos contenidos dentro de los límites geográficos aquí establecidos». El precio total fue de 7.200.000 dólares, el equivalente a dos centavos por acre. En la práctica, el ruso entregó a sus homólogos norteamericanos un cheque que se emitió a nombre del ministro eslavo Edouard de Stoeckl, al frente de las negociaciones durante su última etapa. En su momento, la operación fue criticada por la sociedad norteamericana. Prensa, radio... Los medios de comunicación llamaron a la región 'La locura de Seward' o 'La nevera de Seward' por las bajas temperaturas. Años después, sin embargo, la adquisición fue considerada un éxito después de que se descubriera oro en Klondike. En la actualidad, los expertos sostienen que la cantidad fue irrisoria.