Una novela sobre traducciones se convierte en un cruce apasionante entre ‘Perdidos’ y Agatha Christie

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Imaginen un bosque, y luego imaginen una casa en ese bosque. El bosque es un bosque de Polonia, y la casa es propiedad de una escritora muy famosa. La clase de escritora que cada año suena para el Nobel. ¿Su nombre? Irena Rey. Pero ¿qué ocurre en esa casa aislada, en un bosque igualmente aislado? Que ocho traductores han llegado de distintas partes del planeta para traducir su última novela a la vez. Los traductores solo son “idiomas” cuando llegan —se llaman entre ellos Inglés, Alemán, Francés, Ucraniano, Serbio, Esloveno, Sueco y Español—, pero a medida que el encierro avanza —la reunión es idea de la autora, una especie de cumbre—, van apareciendo como aquello que son también cuando traducen: creadores. Así, La extinción de Irena Rey (Anagrama), de Jennifer Croft (Oklahoma, Estados Unidos, 44 años), es una especie de exorcismo que coloca el oficio del transformador o el intérprete de obras literarias en el centro de un curiosísimo huracán que explora un punto ciego de lo artístico, el de la recreación sujeta, inevitablemente, al yo de cada recreador, o traductor.Seguir leyendo