La tristeza, el desasosiego, la rabia, la desolación, la impotencia ante lo que ocurre en Gaza no solo viene de los hechos en sí: un genocidio, una ruptura de cualquier tratado internacional, un desprecio absoluto de los Derechos Humanos, sino de la completa impunidad con que todo ello sucede. Una impunidad suprema que, lejos de nosotros, nos hace creer que esa distancia -cultural, geográfica- nos salva. El poder económico es un enorme monstruo que produce e invierte en todo lo que lo alimenta, insaciable. Bestia de múltiples tentáculos crea, emplea, prueba y mejora todo tipo de armamento -probado en combate es marchamo de calidad y eficacia-; refina la Inteligencia Artificial para obtener rédito de cada uno de nuestros pasos como individuos y sociedades -en nada parecida a la baratija que ponen a nuestra disposición para que estemos nosotros a la suya-. La bestia económica se apropia de lo básico a los seres humanos: territorios y viviendas, alimentos y aguas, fuentes de energía, salud... Nos convierte a todos, allá y acá, en piezas desechables de su gran maquinaria y, ante el pavor que esto pueda producir, nuestra ceguera nos consuela: eso les pasa a ellos, pobrecitos, a nosotros no. Aún creemos que la impunidad tiene barreras, límites. [articles:335112]Lo que está ocurriendo en tierras palestinas, Gaza y Cisjordania, nos causa espanto por su crueldad: matar niños que esperan recibir alimento a las puertas de un centro de salud, bombardear hospitales repletos de pacientes y personal médico, privar de agua potable a la población, montar con la connivencia de EE.UU. puntos de reparto de alimentos en que centenares de personas hambrientas de todas las edades son tiroteadas, etc., cada cual que recuerde. Nos acercamos a dos años de asesinatos no solo en completa impunidad, sino que Israel ha contado desde el primer momento con el beneplácito, apoyo, armamento y servicios de inteligencia de EE.UU. y algunos países más, así como del silencio y del consentimiento de facto de la Unión Europea y Reino Unido. De sus gobiernos, no de sus ciudadanos. Y digo lo anterior, porque al igual que a la gente de a pie de muchos países nos gustaría poner freno a este genocidio, nuestros gobernantes no tienen el mismo interés presto, hay muchos intereses económicos en juego -ya apareció la bestia insaciable-. De igual manera, en Israel no todos están de acuerdo con su gobierno sionista, cada vez son más las voces que se alzan pidiendo que todo cese, los que cada vez tienen más claro que Netanyahu se protege de sus juicios pendientes con la excusa de la guerra, y los familiares de los rehenes saben que su liberación no importa, pues a Netanyahu y su gobierno solo les guían sus planes de exterminio. Nadie ni todos contamos, la maquinaria del poder económico sigue tan bien engrasada como siempre, con una cohorte de políticos y gobernantes serviles que deben favores, que se mantienen gracias a ellos, que ansían cuanto más poder mejor. Decía en una entrevista el cineasta Hernán Zin que“Gaza es un laboratorio de armas del futuro, ellos son el futuro de la humanidad y por eso tenemos que verlo como que todos somos Gaza”. Considerando que las armas del futuro no son solo drones que bombardean sino localización de sujetos, diseño de estrategias que fomenten el miedo, la indefensión y la sumisión, capacidad de interferir en móviles incluso para hacerlos explotar como en Líbano, considerando que la Inteligencia Artificial es un arma con gran futuro -además de sus utilidades bondadosas-, deberíamos recapacitar. Recapacitar porque la impunidad de quienes ostentan el poder económico -avalado por el político- no germina sola, hay un plantío bien abonado y es el del individualismo, que como modo social lleva décadas implantándose en todo el mundo occidentalizado, junto con el paulatino trasvase del estado del bienestar al estado de la seguridad, y para sentirse seguro no se educa, no nos educamos en el apoyo mutuo, en la defensa de lo público y lo colectivo, sino en el sálvese quien pueda, en el yo protejo lo mío y cada cual a lo suyo. De la impunidad con que se está cometiendo el genocidio palestino podemos aprender, y para aliviar nuestra ceguera, ponernos las gafas de cerca parafraseando el poema del pastor luterano Niemöller. Si a ellos los desplazan de su tierra-hogar por las armas, quién nos dice que no nos expulsarán de nuestros barrios y pueblos por el encarecimiento de la vivienda: la codicia de poseer territorio es la misma aunque las armas sean diferentes. Si a ellos los privan de alimentos, los matan de hambre, quién nos dice que no nos convertirán los alimentos sanos en un lujo y acabaremos por comprar, para nosotros y nuestros hijos, comida basura que nos minará la salud y nos abocará a padecimientos que mermarán nuestra esperanza de vida. Si a ellos le restringen el agua hasta la sed insoportable, quién nos dice que con excusas convincentes no nos persuadirán de que lo mejor es privatizarla, y dejará de ser un servicio público básico para ser un negocio más, quizá con recibos desorbitados. Si a ellos les destruyen hospitales y centros de salud, quién nos dice que, poco a poco, privatizando la sanidad pública, no nos dejarán otra opción que pólizas privadas que apenas cubran lo imprescindible y no nos llegue el dinero para asumir otros tratamientos importantes. Si a ellos los dejan sin electricidad y combustibles, quién nos dice que no sufriremos precios abusivos, escasez energética, restricciones, faltas de suministro para mantener y aumentar el enriquecimiento de las compañías energéticas. Si con ellos emplean la Inteligencia Artificial sin escrúpulos para determinar objetivos, destruir hospitales, escuelas, depósitos de agua, asesinar... todo de forma perfectamente calculada para infligir el mayor daño posible a dos millones de personas, quién nos dice que a nosotros no nos tasan y utilizan para extraer el mayor beneficio posible individual y colectivo para sus fines, y en nuestro detrimento. Si con ellos practican estrategias de miedo atroz, quién nos dice que a nosotros, tan dóciles como solemos ser, no nos apliquen estrategias de miedo sutiles hasta convertirnos en peleles que todo lo den por bueno, que perdamos hasta el último vestigio de sentido crítico; miedos que se nos aferrarán y nos llevarán a un sentimiento de impotencia que mate cualquier iniciativa individual o colectiva. Quién nos dice que la codicia sin límites, el ansia de poder desmedido de unos pocos no nos alcanzará hasta destruir nuestra vida cotidiana aunque no seamos palestinos. Quizá la impunidad de Israel y EE.UU., consentida y alimentada por la Unión Europea y Reino Unido, no sea más -ni menos- que un arma de destrucción tan letal que no logremos vislumbrar su alcance.