«No sé quién es ese». Eso dijo el italiano Mattia Bellucci en enero de 2020, en el torneo de Manacor, cuando un amigo le dijo que su próximo rival venía muy fuerte. Se llamaba Carlos Alcaraz y tenía 16 años. Bellucci, 18 años. Ambos eran promesas del tenis y ganó el murciano. Cinco años después, se volvieron a ver en la noche del miércoles -madrugada del jueves en España- en una pista de tenis. En un escenario muy diferente, en Arthur Ashe, la central del Abierto de EE.UU. Bellucci sabe bien ahora quién es Alcaraz: el capo -con Jannik Sinner- del tenis, un fenómeno global, un jugador sin límites. Conocerle no fue suficiente para ponerle freno: el español le pasó por encima en el partido de segunda ronda en Nueva York, en una de las actuaciones más dominadoras que se le recuerdan (6-1, 6-0, «Tengo que divertirme en la pista», dijo Bellucci en el túnel, antes de que comenzara el partido. No se lo permitió Alcaraz, que no estaba para bromas. El murciano quería desquitarse del naufragio del año pasado, en esta misma pista y en esta misma ronda, cuando perdió contra Botic van de Zandschulp. Alcaraz salió a tope desde el primer momento. El afeitado de la cabeza al estilo militar solo acentúa la sensación de seriedad y concentración con la que está afrontando el último 'grand slam' de la temporada. Sabe que necesita coger su mejor tono si quiere competir con Sinner. La voltereta que le propició el italiano en la final de Wimbledon no se olvida, y la final en Cincinnati, donde Sinner se retiró aquejado por un virus, no sirvió para dar la medida de si puede plantarle cara en pista dura. En el primer punto, Alcaraz resumió sus intenciones: gran saque abierto, derecha dominadora, remate inalcanzable. Así fue el resto del set: un torbellino que se llevó por delante a Bellucci. El partido parecía más un entrenamiento, un peloteo con un 'sparring' amable para ajustar los golpes que necesitará en citas de mayor envergadura: el saque -que sigue en gran estado-, el misil de derecha, la muñeca en la red, la dejada marca de la casa. Bellucci necesitaba divertirse pero se le borró la sonrisa. Solo apareció una vez, de impotencia, en la enésima vez que Alcaraz le rompía el saque. El murciano solo necesitó 57 minutos para llevarse los dos primeros sets. Fue tal el vapuleo, que incluso el marcador abultado de 6-1, 6-0 no reflejaba la superioridad de Alcaraz. Un dominio tan abrumador no es entretenido. Había más emoción en las discusiones entre los millonarios de las primeras filas sobre de quién era cada butaca. En el tedio, la jueza de silla tuvo que llamar la atención de la parroquia, que estaba a otras cosas, a los tragos, a charlas animadas. El tercer set tuvo algo más de historia, Bellucci sacó un pelín de raza. Pero lo único que permitió es que Alcaraz se luciera con algún punto de mérito. La doble falta del italiano con la que acabó el partido fue una alegoría del partido. «Perdón a la gente que ha venido», dijo Alcaraz a la parroquia tras acabar el partido, consciente de que el espectáculo fue bajo y las entradas caras. No fue su culpa y ya está en tercera ronda, donde se verá con otro italiano, Luciano Darderi, que tampoco debería ser un obstáculo.