Cuando el posible comienzo de la geolocalización del móvil de Mati Muñoz ha abierto ciertas esperanzas en sus seres queridos de poder dar con ella, el hecho de que estén a punto de cumplirse dos meses desde que se le perdiera el rastro no permite albergar demasiado optimismo. El sobrino de la exazafata, Ignacio Vilariño , habla con ABC en exclusiva sobre las negligencias que han rodeado la investigación desde el primer momento. —¿Cuándo se dio la voz de alarma? —En el momento en que mi padre [el hermano de la desaparecida] me dijo que avisara a Mati de que estaba convaleciente después de un tratamiento médico. Ahí me di cuenta de que llevaba su móvil sin actividad desde hacía una semana. Al principio pensé que podía estar sin cobertura. Pero mi hermano me confirmó que sus redes sociales también llevaban varios días inactivas. Y ahí doy la voz de alarma y me entero de que varias de sus amigas ya llevaban días tratando de dar con su paradero. Entonces fui a denunciar su desaparición y descubro que Olga, una de sus amigas, ya había cursado otra en Gerona. —¿Y cuándo se pasa de la duda a la certeza? —Aunque sé que la esperanza es lo último que se pierde, yo lo tuve claro desde el mismo día que me di cuenta de que llevaba una semana sin actividad en su teléfono: algo le había pasado. Claro que mis teorías iniciales tenían que ver con que se hubiera caído por un barranco, con un ahogamiento, con un vahído, con un ictus. Entonces traté de buscar a través de las embajadas si estaba en algún hospital. —¿Cuál ha sido el peor momento en estos casi dos meses desde que se le pierde la pista? —Sin duda, la mezcla que se generó en mi cabeza cuando encontraron sus pertenencias y cerciorarme de que algo duro podía haberle pasado. Y en esa mezcla entre la esperanza y el horror mi padre me dice: «Dios santo, ¿qué le han podido hacer?». Mentalmente me afecta pensar en lo macabro que haya podido acontecerle. —¿Qué ha echado más en falta desde que se inició todo este proceso? —El abandono institucional. El que si no das los pasos no los va a dar nadie por ti. Mira, te cuento mi mayor indignación: fui a comisaría con un escrito tratando de conseguir la geolocalización del móvil de mi tía y la administrativa me dice, con dos policías de paisano a mi lado: «Tú no nos tienes que decir cómo hacer nuestro trabajo». Todo con un profundo tono chulesco, sin empatía, alejado de la humanidad que creo merecemos los ciudadanos en situaciones como la mía. Creo que somos un Estado fallido donde los que pagamos impuestos para sostener este país no recibimos a cambio lo justo y necesario. Mi tía no es un coche robado; es una persona. Y hay que dar con ella. —¿Cree que en España existen castas, desigualdades, a la hora de enfocar este tipo de casos? —Pues tristemente creo que sí es así. Porque no nos entra en la cabeza por qué a Daniel Sancho, asesino y descuartizador confeso, sí se le ofreció una inmensa ayuda diplomática, y a mi tía Mati, sin antecedentes penales, jubilada y con don de gentes, no. Y nos duele muchísimo. Es intolerable que a tres días de cumplirse los dos primeros meses de su desaparición ni el ayudante del secretario del embajador haya viajado hasta la isla de Lombok para enterarse en primera persona de lo que ocurre. Según la Constitución española todos los ciudadanos somos iguales. Pero es evidente que no es así. —¿Cuándo cree que se va a iniciar la geolocalización del teléfono móvil de Mati? —Si te soy sincero, creo que ni siquiera se han puesto a ello. Porque según me dice Fernando, del Consulado en Yakarta, tanto la Interpol como la Policía indonesia se están poniendo manos a la obra con la geolocalización. Pero no sé por qué me parece que son excusas. Me da la sensación de dejadez absoluta y que no les interesa en realidad buscarlo. Mira, no se anuncian unas intenciones, sino unos hechos. Y hasta ahora nadie está buscando ni la geolocalización del móvil ni a los presuntos culpables. Y, sinceramente, estamos esperando que todo esto finalice para demandar a las personas que, según nuestro punto de vista, no están cumpliendo con sus funciones. —¿Es cierto que le comentaron que habían empapelado la isla con carteles con la foto de Mati? —En una videoconferencia con Fernando, del consulado de España, y tres personas: una policía de Lombok, otra de los investigadores indonesios, y un tercero que era un indonesio miembro del cuerpo diplomático de su país en Madrid, me confirmaron las actuaciones que estaban realizando, entre ellas el asunto de los carteles. Luego me han asegurado que para nada es así. Y que a lo sumo, hay un cartel donde ella desayunaba cada día. En el fondo, todas estas promesas incumplidas tienen que ver con que no hay nadie allí, al pie del cañón. —¿Y qué me dices sobre Mala, la contable y voz cantante del hotel donde se alojaba tu tía, en la que recae buena parte de las sospechas? —Yo le advertí que aquellos mensajes de WhatsApp que supuestamente mi tía le envió a ella eran falsos. Entonces, le comenté si podía ir a la comisaría a denunciar su desaparición. Y entonces me dijo que ella no podía denunciar al no ser familiar. Pero que no me preocupara, que ella tenía un pariente en esa comisaría y que le ayudaría… Y hasta el día de hoy. —¿Alberga una última esperanza o su antónimo? —Mi mayor amargura es que todo esto se olvide y que mi tía nunca aparezca. Y mi esperanza sería que estuviera retenida por una mafia que le está sacando el dinero. Y me horroriza que siquiera se haya organizado una batida para buscarla.