El camino nunca avanza solo. Le acompaña el océano, siempre ahí al lado, inseparable. Ni siquiera hace falta girar la cabeza: el sendero desfila entre brisa, olor a sal y el ruido de las olas quebradas. Un horizonte azul inmenso vigila cada paso, desde la izquierda. A la derecha, arbustos, casitas y tierra tiñen la ruta de verde, blanco y rojo. Hace falta desviarse un poco para encontrar otra presencia, menos evidente, aunque no menos colosal: sobre una piedra descansan improntas de dinosaurios, que también anduvieron por aquí hace millones de años. Y al final del recorrido, una hora y media después, aguardan dos citas más: con la concha perfecta de arena y mar que dibuja la bahía de San Martinho do Porto, en la costa central de Portugal; y con los restos de un puerto donde se construyeron barcos que Vasco da Gama puso rumbo a las Indias. O eso dice la leyenda. La verdad es que la vista quita el aliento.Seguir leyendo