La Maestranza se transformó anoche en un templo. No de toros ni de trajes de luces, sino de canciones. El aire olía a incienso y a espera; los tendidos iluminados por cientos de velas que dibujaban una preciosa escena sobre el tendido. Sobre todo ello, una luna casi llena completaba el escenario: Sevilla ya estaba dispuesta para recibir a Ana Belén. Cuando las luces se apagaron, el silencio tuvo peso de ceremonia. A los pocos minutos aparecieron los músicos y, tras una breve obertura, emergió la artista con serenidad solemne. E l arranque llegó con 'Solo le pido a Dios', y aunque el sonido al principio parecía encaprichado en ocultar la limpieza de su voz, nada impidió que la emoción se abriera paso entre los asistentes. «Gracias, Sevilla, por acompañarnos en esta noche. Llevaba seis años sin girar y hoy vengo a presentar un nuevo disco . No os asustéis, no voy a cantarlo entero; también estarán esas canciones que sé que vosotros queréis escuchar», dijo con esa mezcla de complicidad y humor que desarma. Y cumplió su promesa enlazando con 'Yo también nací en el 53', coreada por un público que, en su mayoría, parecía haberla acompañado desde aquellos días de vinilos y radios de madera. Hubo también espacio para la reflexión. Antes de 'Que no hablen en mi nombre' , Ana Belén recordó que «las guerras nunca son neutrales cuando hablamos de género», un alegato por la guerra de Palestina que encendió de pie al ruedo entero. Aplauso largo, aplauso consciente. La noche se fue templando como vino de crianza. Con 'Yo vengo a ofrecer mi corazón', 'Si me nombras' o 'Vida', el repertorio viajaba entre lo íntimo y lo universal , con canciones que llevan las firmas de Víctor Manuel, de Fito Páez y de tantos otros que han sabido encontrar en ella voz y alma. Y de pronto, un estallido de memoria: los acordes de 'Desde mi libertad' que hicieron vibrar de nostalgia a los fieles más veteranos. El momento lúdico llegó con 'Cinecittà'. Boa de plumas naranja, vestido a juego, Ana Belén se permitió un guiño teatral al glamour del cine italiano. Entre canción y canción, la sencillez del montaje resaltaba aún más: solo ella, los músicos y unos focos de colores tímidos que parecían moverse al compás del azar. Hubo sonrisas con 'Mala para los huesos esta humedad' —'la canción del nostálgico', la definió ella—, y hubo también complicidad cuando confesó que 'La salida no es por ahí' es de las más difíciles de cantar. El público la acompañó como si ese esfuerzo fuese compartido. El clamor llegó inevitable con 'A la sombra de un león', inmortalizada por Sabina, que apenas unos días antes había inaugurado el ciclo Noches de La Maestranza. Y estalló definitivamente con 'Contamíname', himno que muchos guardaron en vídeo, quizá para revisitar una y otra vez ese instante de comunión. «Os voy a dar un disgusto: voy a cantar otra canción nueva», bromeó antes de 'Vengo con los ojos nuevos', que da título a su último trabajo. Pero lejos de lamentos, la Maestranza se entregó al presente de la artista, para luego volver a celebrar el pasado con 'Lía' y 'Peces de ciudad'. En el tramo final, la sorpresa de 'Bachátame' puso un punto de ritmo inesperado antes de regresar con el piano a la emoción de 'El hombre del piano' y la intensidad de 'Derroche'. Aunque el punto y final vino de la mano de 'Agapimú', que puso en pie a los sevillanos para entonar el estribillo, la calma vino de la mano con otro clásico 'España camisa blanca de mi esperanza', aunque esta calma llegó la tempestad con 'La Puerta de Alcalá' que sin duda alguna fueron los versos más cantados y puso a todos de pie. El adiós vino acompañado de 'Balancè'. Dos horas después, cuando Ana Belén se despidió, Sevilla sabía que había sido testigo de algo más que un concierto: había recibido un corazón entero , ofrecido canción a canción, sin reservas. Con un repertorio que ha acompañado desde hace años la vida de los aquí presentes.