Sevilla retrocedió algo más de cien años en el tiempo en la tarde noche de este viernes. La hermandad del Museo reeditó ante la atenta mirada de cientos de cofrades la antigua estampa del Stabat Mater de sus titulares en el traslado de los mismos hasta la Catedral para celebrar sus cuatro siglos y medio de vida . A pesar de tan dilatada historia, el paso de palio no apareció hasta 1922, cuando la lluvia frustró su primera salida. No fue hasta el año siguiente cuando la Virgen de las Aguas salió por primera vez en solitario coincidiendo con la inauguración del Lunes Santo en Sevilla. Quizá para no perderse la imagen recuperada 104 años después , y pese a ser viernes en horario de sobremesa, una cantidad nada desdeñable de personas se reunía en torno a la capilla del Museo pasadas las cuatro y media de la tarde. Esperaban a la salida del paso en el que se condensaba buena parte de la historia de la corporación. A las cinco en punto se abrieron las puertas y echó a andar la característica cruz de guía seguida por la comitiva de hermanos con cirio. Un cuarto de hora más tarde ya estaba el paso encajado frente a la puerta, y poco después comenzaba a cantar la escolanía de María Auxiliadora mientras la cuadrilla del Museo sacaba a sus imágenes titulares a la plaza y una legión de brazos se levantaban a la vez para captar la insólita estampa con sus teléfonos móviles. Ya bajo el cielo de Sevilla, subió el madero del Cristo de la Expiración y la ciudad recuperó definitivamente la iconografía del Stabat Mater. La interpretación de la pieza del mismo nombre por parte del cuarteto de capilla y el coro terminó de completar el dramatismo superlativo de la escena representada por las imágenes titulares del Museo. El cielo encapotado se abrió justo para que el murillesco color celeste apareciera en las fotos de la salida, aunque los rayos del sol apenas se reflejaron tímida y efímeramente sobre el dorado de la canastilla de unas andas que no suelen ver la luz del día , ya que en Semana Santa salen una vez que ha caído la noche. Desde que se metió en la calle San Vicente, el paso y el sol ya no se volvieron a encontrar. Poco después llegaba al cruce de Cardenal Cisneros. El Cristo de la Expiración y la Virgen de las Aguas, sin girarse, se presentaron ante la parroquia de San Vicente , a la que pertenece la hermandad, donde los recibieron las corporaciones vecinas con ramos de flores. El racheo hondo y pausado de la cuadrilla por las calles del Centro permitía recrearse con la teatralidad del conjunto, que era imponente, digna de cualquier sala de un museo y del altar mayor de cualquier iglesia. El último aliento del Cristo de la Expiración era más agónico y su postura aún más retorcida; la Virgen de las Aguas , por su parte, se mostraba tal y como fue concebida por Cristóbal Ramos : arrodillada y con las manos entrelazadas, además de ataviada con un manto bordado de la Quinta Angustia, mostrando un dolor todavía más amargo, entregado y sincero. Tal fue la bulla concentrada delante del paso en determinados momentos que no podía avanzar en puntos como la calle Virgen de los Buenos Libros. Superado aquello, oscureció a la altura de la plaza del Duque y se encendió el alumbrado público, por lo que pa hermandad alcanzó la Campana en una escena parecida a la del Lunes Santo. Parecida, pero con importantes diferencias: tanto la que mostraba el propio conjunto escultórico como la de las obras del tranvibús, que tenían media calle levantada y obligaron a la hermandad a discurrir por el lateral sur, es decir, por la parte peatonal hasta adentrarse en la estrechez de Sierpes. Por lo general, el público guardó silencio y mantuvo una gran compostura al paso del conjunto. En las zonas más angostas, que invitaban a un mayor recogimiento, como la propia calle Sierpes, los propios espectadores se unieron a los miembros del cortejo cuando rezaron en voz alta el padrenuestro y el avemaría . La intimidad que ello evocaba contrastaba, sin embargo, con el gentío concentrado para ver la vuelta hacia Cerrajería, que se extendía más allá de la sede del Círculo Mercantil. En la plaza del Salvador , uno de los puntos álgidos del traslado, también había una gran expectación desde antes de que llegara la cruz de guía a eso de las siete y cuarto. La hermandad discurría a un ritmo bastante tranquilo por Cuna. Algo menos de media hora después apareció el paso, a cuyas imágenes se les cantó una saeta cuando se detuvieron a la altura de la iglesia colegial antes de buscar la Catedral por Francos, la cuesta del Bacalao y Alemanes. La entrada se produjo pasadas las nueve de la noche. Sólo las luces de Navidad ya instaladas en buena parte del callejero sevillano hicieron recordar al personal que no era Semana Santa. Una Semana Santa de multitudes como la actual, pero con estampas añejas sacadas de las fotografías y grabados de principios del siglo XX. Aún queda el regreso del sábado , que se prevé triunfal con la guinda del acompañamiento de la banda de música, también recuperado de antaño. Pero la ciudad de Sevilla ya sabe desde este viernes lo que es viajar en el tiempo gracias a un auténtico Museo andante de su Semana Santa recorriendo las calles de la ciudad.