Regresaba al podio de la ROSS el maestro Lucas Macías con una obra contemporánea del valenciano Francisco Coll , titulada 'Hímnica' , a partir de un himno que se va desarrollando sobre un patrón formal. Este es el planteamiento, aunque luego el resultado cada uno lo siente más o menos cerca. Para nosotros desde el primer momento en que la cuerda queda suspendida de un armónico ya parecía advertir el ejercicio tímbrico que se plantearía, con un interés claro por las texturas, con frecuencia intrincadas, descompuestas, microencajadas, que al fin terminaban formando una unidad mayor. A tenor de sus ondulantes dinámicas, las partes quedaban reducidas a unidades compactadas en marejadas instrumentales (a lo mejor se nos presentaba un 'mar' contemporáneo frente al de Debussy). Y en medio sobresalían de vez en cuando músicas que sugerían remembranzas de atmósferas cinematográficas, máximo cielo expresivo en tanto que momentos evocadores e inspiradores. Lo que sí había era mucho trabajo, tanto del compositor como de la orquesta y el director. Aún se implicó Macías mucho más en su labor orquestal al seguir a ritmo el despliegue pirotécnico de los hermanos Jussen en su 'Concierto para dos pianos y orquesta', en Re menor, FP 61 de Poulenc . Pirotécnico en cuanto a ardor, energía y sublimación del heterogéneo mundo del compositor francés, pero también de su lirismo y expresividad, siempre a la sombra luminosa de Mozart . Pero no sólo esto: los Jussen tenían que seguir los saltos estilísticos de la composición que, de forma desinhibida y aparentemente natural, planteaba Poulenc. Es decir, que cuando tocaba Mozart, el neoclasicismo debía aflorar entre los dedos de los jóvenes pianistas, pero también la gracia, la frescura o momentos festivos cuando no irónicos a lo francés, o bien como los sonidos balineses que el autor descubrió en la Exposición Universal de París de 1931 (escalas de seis tonos, cuartas paralelas o repeticiones agobiantes). Además, los hermanos Jussen supieron aportar ese punto percusivo necesario. Pero la presencia de Mozart se explicitó aún mejor en el segundo movimiento, lleno de lirismo y gallardía y, mágicamente, dejándose seducir por el romanticismo de Chopin o de Rachmaninov , tanto como en el tercer movimiento llegaban hasta el jazz… de 1932 . Tan desenvueltos estaban que parecían estar improvisando. Macías estuvo espléndido, brillando la orquesta con el mismo brío y entrega que los dos muchachos. La segunda mitad se dedicaba completamente a Debussy , y creemos que no es por vincularlo directamente con el Plasson de la semana pasada, pero la diferencia de su entendimiento de la música francesa con respecto al nonagenario director fue abismal. Y no se podrá decir que Macías no lo tenía estudiado: tanto el 'Preludio a la siesta de un fauno' como 'El mar' los dirigió de memoria. Esto no debiera tomarse simplemente como una demostración memorística, sino como algo a aplaudir por el aprovechamiento para concentrarse en el 'impresionismo' que debía darle al programa, y que al final no sentimos que llegara. Fue como si oyésemos solfear las notas, como si pudiésemos leer el nombre de los matices, como si pudiésemos medir los compases; pero no pudimos oír el mar, ni sentir su espuma, ni notar las olas rompiendo contra la arena. El trabajo fue arduo por parte de todos, no cabe duda, pero faltó el concepto. Ya que hemos hablado de Mozart, siempre decimos que no tiene la complejidad orquestal de Wagner, Richard Strauss o Mahler , pero su transparencia pone en serio aprieto a sus intérpretes porque si no lo entienden se les esfumará entre las manos. Y en Debussy la orquesta es muy compleja, difícil, enredada si se quiere; pero como no se tenga un sentido pictórico del lienzo quedará reducido a notas sobre notas.