El anuncio de la dimisión de Carlos Mazón cierra un ciclo político que se fracturó el 29 de octubre de 2024 con la devastadora dana que costó la vida a 229 personas y abrió un largo pliego de reproches institucionales y políticos sobre lo ocurrido. Como ya anticipaba este mismo diario en marzo pasado, la continuidad de Mazón se hacía «políticamente inviable» tras el auto de la jueza de Catarroja que apuntaba a la pasividad e inacción del Ejecutivo valenciano del que él era su máximo responsable. Pero la renuncia llega tarde y mal resuelta. No por inesperada, sino por desordenada, mal gestionada por su partido y desdibujada en una jornada en la que la política nacional saltó por los aires con la imputación del exministro socialista José Luis Ábalos y sus cómplices por gravísimos delitos de corrupción y el hecho de que por primera vez en la historia el fiscal general del Estado se ha sentado en el banquillo de los acusados. El presidente valenciano debió marcharse en cuanto quedó claro que había cometido errores que ayer reconoció por primera vez en público y que le acompañarán «toda su vida». Pero la dirección nacional del PP prefirió prolongar lo inevitable, permitiéndole que siguiera en el cargo, y lo más sorprendente: sin preparar el relevo. En la comparecencia de Mazón quedaron muchos interrogantes sin aclarar. No había nombre del posible sustituto, ni calendario, ni respuesta por parte de Génova. ABC ha podido saber que el PP va a trasladar a Vox el nombre de Pérez Llorca como solución temporal. Lo que desentona con la tesis de que él y los presidentes provinciales le echaron el pasado fin de semana un pulso al propio Feijóo, aumentando el desconcierto. Hoy, lo que más inquieta no es la caída de Mazón, sino la manera en que el PP ha sido incapaz de gestionarla. Desde hace meses era evidente que su figura estaba amortizada. Desde hace semanas se sabía que esta salida era inevitable. Y aun así, el partido ha sido incapaz de prever el relevo, de ordenar el calendario o de marcar un liderazgo claro. Ni claridad, ni autoridad, ni voz política reconocible. La situación recuerda a aquel principio básico de la política: si un líder cae, debe levantarse al instante otro. No ha ocurrido con Mazón. No hubo «rey puesto». Al contrario: se ha abierto un vacío que ahora amenaza con prolongar la agonía del partido. Hasta Camps tuvo a Alberto Fabra como sucesor inminente. Hoy no hay nadie. Carlos Mazón al fin asumió su precaria situación, insostenible desde hace meses, después de oír en el funeral de la semana pasada como le llamaban asesino. Lo que es, no ya una exageración monstruosa o un ardid político, sino algo completamente injustificado. Su responsabilidad penal se dilucidará en los tribunales, las responsabilidades políticas son evidentes, pero no le convierten en un asesino. En su despedida, al fin, reconoció errores graves: no cancelar su agenda, no pedir la declaración de emergencia nacional y haberse fiado de Sánchez. Su salida también debería servir para evidenciar las responsabilidades no asumidas por parte del Gobierno. Lo ocurrido revela más que una crisis de liderazgo. Una organización que ha sido incapaz de pilotar su propia transición, que ha confundido autonomía territorial con descontrol y que sigue presa de tensiones y mandos difusos. Mazón ha pasado, pero el problema no habrá terminado hasta que el PP presente un sucesor. Los populares deben recomponer su estructura, presentar un candidato a la altura, pactarlo con Vox, cerrar la crisis y recuperar la confianza de los valencianos.