La danza del «Don Juan» de LaMov: manifiesto de luz y movimiento

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En el Teatro de Rojas hemos visto «Don Juan», interpretado por la compañía de danza LaMov, un grupo que se atreve con todo tipo de estilos, desde lo clásico hasta lo más vanguardista. Este espectáculo se inscribe en la línea de la danza moderna, con la pureza de una técnica impecable y el atrevimiento coreográfico que se despliega con dinamismo y vitalidad, fascinando al espectador. La danza moderna no es solo un arte: es un grito de libertad. Frente a la rigidez de lo clásico, el cuerpo se emancipa y se convierte en escritura viva, en caligrafía que se traza en el aire y se borra en el mismo instante. La coreografía deja de ser un esquema para transformarse en pensamiento encarnado, en poesía que se expresa con músculos, huesos y respiración. Así, en este «Don Juan» encontramos el amor y sus paradojas, el cielo, el infierno y el purgatorio, el seductor y su amada. Doña Inés, al final, con el famoso recitado de los versos de Zorrilla de fondo —«¿No es verdad, ángel de amor…?»— adquiere su propia identidad y libera su sensualidad. En este espectáculo se une la veteranía de un creador como Víctor Jiménez, con un trabajo coreográfico excelente, y la entrega de unos jóvenes bailarines que lo dan todo porque lo poseen: lo han aprendido, lo han trabajado y lo comparten con generosidad. La coreografía es variada: alterna escenas de conjunto, grupos reducidos, dúos e individuales. Conceptualmente no puede afirmarse que sea una traslación literal del «Don Juan» literario que conocemos; sin embargo, sí recrea momentos clave, aunque no siga su narrativa de forma lineal. Entre las escenas más significativas destacan el duelo de espadas entre don Luis y don Juan, y la intensa recreación del personaje de doña Inés, con sus dudas, su rendición en los brazos del seductor y su muerte. La interpretación se desarrolla en una escenografía sencilla pero muy efectiva: una escalera roja, una gran cruz proyectada en el telón de fondo, un velo transparente que se abre en medio del escenario y, sobre todo, un espacio amplio para el movimiento. A ello se suma una iluminación excelente, que crea bellas sombras. El vestuario, sobrio y bello, resalta la anatomía de los jóvenes bailarines, mientras que los deslumbrantes y transparentes hábitos de las monjas (si así podemos llamarlos) aportan un contraste visual poderoso. La ambientación musical acompaña la modernidad del montaje, alternando pasajes armónicos y casi románticos con otros más estridentes, a veces con un volumen excesivo. Más allá de lo aparente, este espectáculo demuestra que la estética del movimiento no busca la perfección, sino la verdad. Un brazo que se eleva puede ser súplica o júbilo; una caída, derrota o renacimiento. En el «Don Juan» de LaMov, entre lo poético y lo prosaico, aparecen duelos, paseos espectrales, la exaltación de lo carnal casi instintivo, lo onírico, la luz, los abismos, las tinieblas y, por supuesto, el paraíso. El equilibrio ya no es mera estabilidad, sino diálogo con la gravedad, tensión entre impulso y contención. El cuerpo, en su fragilidad y potencia, se convierte en laboratorio de fuerzas y espejo de lo humano. En escena, la plástica del cuerpo en movimiento es escultura efímera: líneas, diagonales, volúmenes que nacen y mueren en un segundo. Incluso se llega a la evocación de esculturas reconocibles, como ese David de Miguel Ángel corporeizado cuya sombra se proyecta en el telón rojo de fondo. Cada gesto es geometría fugaz que ilumina la retina y deja en el espectador la certeza de haber asistido a algo irrepetible. En esta recreación del mito de Don Juan conviven la estética conceptual y la física: idea y carne, pensamiento y sudor. Cada escena interpela, cada coreografía plantea una pregunta, una herida, una celebración. La danza moderna emociona porque no teme mostrar la fragilidad, la rabia, la ternura, la vitalidad desbordante. El bailarín se convierte en médium de sentimientos universales, en espejo donde cada persona reconoce sus pasiones y heridas. Como espectadores podemos comprender más o menos los símbolos, pero en el fondo lo que la danza moderna nos entrega es un mensaje de luz: una claridad que no procede de focos ni decorados, sino de la vibración interior que se expande desde los bailarines hacia quienes los contemplamos. Esa luz nos recuerda, a quienes permanecemos en la quietud del patio de butacas, que estamos vivos, que el arte puede reconciliarnos con nuestro cuerpo y con el mundo, y que en cada salto late la esperanza. Este «Don Juan» de LaMov es, en definitiva, un canto de vida. Un arte que emociona y fascina porque nos devuelve la certeza de que el movimiento es también pensamiento, y que mientras haya cuerpos que bailen, habrá belleza, humanidad y futuro compartido. No es extraño que los espectadores del Teatro de Rojas aplaudieran con calor el trabajo de esta compañía joven pero sobradamente preparada, así como el de su director artístico y coreográfico y todo su equipo Título: Don Juan . Compañía de danza: LaMov . Dirección artística y coreográfica: Víctor Jiménez . Bailarines: Paula Rodríguez , Imanol López, Daniel Romance, María Bosch, Fermín López, Ahinoa Fernández, Daniela Rodríguez y Hugo Martín . Música: Jorge Sarnago . Escenografía: Alberto Franco . Vestuario: Arturo Guillén . Iluminación: Jorge Jerez. Sonido: Mario Burriel. Producción: LaMov Ballet . Escenario: Teatro de Rojas .