En la última jornada de la Feria del Libro de Sevilla, el sol de noviembre se filtraba entre las casetas como si quisiera despedirse con la misma calma con la que el público llenaba —sin agobios, pero con expectación— la carpa del ciclo Hispalit. La feria llegaba a su cierre, y con ella, una conversación que parecía hecha a medida para clausurar esta edición: José Antonio Marina y Paco Reyero, moderados por Nuria Sánchez-Gey, frente a un auditorio que los conocía y los seguía. Dos voces distintas, unidas por una preocupación común: cómo las emociones colectivas pueden ser manipuladas hasta hacernos perder el juicio. José Antonio Marina (Toledo, 1939), filósofo, ensayista y pedagogo, hablaba con la serenidad de quien ha dedicado su vida a pensar la condición humana. Su último libro, 'La vacuna contra la insensatez', propone un antídoto contra lo que él llama 'virus mentales', esas ideas que se instalan en nuestra mente y alteran nuestra forma de pensar sin que lo notemos. « Un virus mental es una idea que cambia nuestra percepción de la realidad , como la de creer que los celos son una demostración de amor», explicaba. «Esa creencia ha trastocado a generaciones de jóvenes, haciéndoles aceptar como románticos comportamientos que son, en realidad, destructivos». A su lado, Paco Reyero —periodista cultural, sagaz observador del mundo estadounidense— presentaba 'Trump, el león de circo', una mirada lúcida y punzante sobre la figura del presidente norteamericano. « Trump ha hecho de la mentira una muestra de lealtad» , dijo. «Y ese espectáculo ha llegado al poder del mundo». Su tono, entre el asombro y la advertencia, dibujaba un mapa de tiempos convulsos: la verdad convertida en rareza, la repetición como método de dominio, los medios como cómplices —voluntarios o no— de la manipulación. Entre bromas, Marina reconocía que no entendía cómo había tanta gente en la charla. «Debe de ser una epidemia de insensatez», ironizó, arrancando risas. Pero enseguida volvió al fondo: «La elección de Trump es el ejemplo perfecto de esa epidemia. Durante su campaña se publicaron mentiras a diario, y aun así ganó. Como si la sociedad hubiera querido que la manipularan». La conversación avanzaba con ritmo de reflexión compartida. Marina hablaba de la economía de la atención, esa habilidad que comparten los ilusionistas y los políticos: «Te roban la atención en un punto para manipularte en otro. Trump lo hace con maestría. Pero también lo hacen las pantallas que nos roban horas sin que lo notemos». La trampa, decía, está en la repetición: «Si algo se repite mucho, acaba pareciendo verdad. Por eso, cuando alguien diga 'lo importante es el relato', debemos recordar que lo importante son los hechos». Reyero asentía. «En el asalto al Capitolio vimos cómo los asaltantes fueron convertidos en héroes. Los que se atrevieron a testificar en contra fueron apartados. La mentira ya no es un error: es una forma de pertenencia». Nuria Sánchez-Gey, en su papel de moderadora, lanzaba preguntas que abrían caminos nuevos. «¿Por qué, si somos tan inteligentes, caemos en tantas mentiras?» , preguntó en un momento. Marina respondió con una sonrisa: «Porque el cerebro se formó resolviendo los problemas con lo que tenía a mano. No siempre del todo bien. De hecho, seguimos respirando y comiendo por el mismo tubo, y así hay tantos atragantamientos al año». El público reía, pero el fondo de la reflexión quedaba claro: el pensamiento tribal hace aceptar como verdadero lo que repite el grupo, y como bueno lo que beneficia a los nuestros. «El conflicto se ha convertido en la forma dominante de hacer política», advirtió Marina. «Pero hay dos tipos de conflicto: el que busca vencer y el que busca resolver. Hemos olvidado este último». Ambos coincidieron en que la información actual está «manchada y manipulada». No hay, dijo Marina, una relación directa entre más información y más verdad. «Queremos creer que buscamos estar bien informados, pero en realidad buscamos la reafirmación. Vamos al medio que nos da la razón». Nuria añadió que los algoritmos refuerzan esa tendencia, y preguntó cuál sería el antídoto. «El pensamiento crítico», respondió Marina sin dudar. «Es una vacuna general. Hay que enseñar a los jóvenes —y recordárnoslo a nosotros— a hacerse una pregunta sencilla: «¿Y usted cómo lo sabe?» . El público escuchaba en silencio, como si cada frase pesara más que la anterior. En un mundo de mensajes fugaces, aquella conversación sonaba a pausa, a cordura, a invitación a pensar. Cuando terminó el acto, los aplausos fueron prolongados, más de reconocimiento que de entusiasmo. La Feria del Libro de Sevilla se empezaba a despedir así, con una reflexión sobre la insensatez colectiva y el poder de las ideas , sobre la necesidad de vacunarnos —no contra los virus del cuerpo, sino contra los del pensamiento—. Bajo el frío de la noche, quedaba flotando una sensación serena: la de haber asistido no a una charla más, sino a una conversación necesaria. Una vacuna simbólica contra la ingenuidad. Un recordatorio de que pensar sigue siendo un acto de resistencia.