Bajo los árboles donde nadie te ve de Patrick Horvath.Patrick Horvath logra en Bajo los árboles donde nadie te ve algo tan desconcertante como eficaz: que un relato sobre una asesina en serie resulte visualmente entrañable. Con su trazo redondeado y sus personajes de aspecto infantil, el autor disfraza de fábula luminosa una historia sobre la psicopatía pura. La combinación es explosiva: un cuento ilustrado que, en lugar de calmar, perturba.La protagonista, Sam, es una asesina en serie que, bajo la apariencia de una respetable habitante del bosque, lleva una doble vida criminal. No mata por placer ni por venganza, ni siquiera por impulso. Matar es para ella un modo de acallar las voces de su interior, de recuperar el control y alcanzar una suerte de calma. En ningún momento expresa alegría ni satisfacción, solo la frialdad de quien realiza un acto rutinario. En ese sentido, Sam encarna lo que podríamos llamar una psicópata de manual: incapaz de sentir empatía, indiferente ante el sufrimiento ajeno, emocionalmente hueca.Uno de los aspectos más fascinantes del cómic es la manera en que Horvath logra transmitir ese vacío. En el funeral de una de sus víctimas, Sam contempla el dolor de los demás con una especie de curiosidad científica, como quien observa un fenómeno que no logra comprender. La ilustración, con sus trazos dulces y casi infantiles, refuerza esa sensación de distancia: la cara de póker de la osita protagonista —que en otro contexto podría parecer tierna— se convierte aquí en el rostro de la imperturbabilidad absoluta. La dulzura del dibujo amplifica la frialdad moral del personaje, y en esa contradicción estética reside buena parte del impacto del libro.No obstante, esa contradicción no parece diseñada para subrayar el contraste entre apariencia inocente y naturaleza monstruosa, como ocurre en otros relatos. En Bajo los árboles donde nadie te ve todos los personajes comparten la misma estética apacible. Lo inquietante no es, por tanto, que Sam se oculte tras un rostro amable, sino que el mundo entero esté hecho de esa misma materia blanda y colorida. La maldad no destaca: se integra. El bosque no es una comunidad moralmente enferma, sino un escenario donde la monstruosidad puede florecer sin que nadie la detecte. El mensaje no apunta a una doble moral colectiva, sino a una advertencia más universal: incluso los entornos más dulces, los rostros más ingenuos, pueden ocultar la violencia más absoluta.Las comparaciones con Dexter son inevitables. Ambos personajes matan en secreto y llevan una vida aparentemente normal. Sin embargo, la diferencia entre ellos es esencial. Dexter, pese a su monstruosidad, posee un código moral: mata solo a criminales, actúa como juez en su propio sistema de justicia. Sam, en cambio, carece de brújula ética alguna. Sus víctimas son elegidas al azar, precisamente para que nadie pueda establecer un patrón y descubrirla. En esa ausencia de propósito radica su terror. Horvath no nos ofrece el alivio de un monstruo justificado, sino la figura del mal sin motivo.Curiosamente, Sam sí sigue una norma: no debe matar a nadie de su comunidad. Pero no lo hace por afecto ni lealtad, sino por pura estrategia. Romper esa regla implicaría arriesgar su secreto, y de hecho, su ruptura es el motor de toda la historia. La racionalidad de esta norma —tan calculada como carente de emoción— es otra muestra de su psicopatía.La relación entre Sam y el otro asesino del cómic sirve como espejo deformante de su propia naturaleza. Él no mata por necesidad interior, sino por imitación. Desea ser como ella, captar su atención, demostrar que son almas gemelas. Pero a diferencia de Sam, se siente marginado y busca reconocimiento. Si Sam oculta sus crímenes con meticulosidad, él los exhibe con teatralidad, dejando sus víctimas a la vista de todos. Sus asesinatos son una obra de vanidad: no quiere matar, quiere ser visto. Este narcisismo lo aleja de la frialdad de Sam y lo acerca más al perfil de un sociópata impulsivo.El contraste entre ambos culmina en una de las escenas más brutales del libro. Tras descubrir que ha sido rechazado por Sam, el imitador asesina dentro de la comunidad —rompiendo así la regla que ella considera sagrada—, y Sam responde eliminándolo. Pero no lo hace por venganza: lo mata para restablecer el orden, como quien elimina un error en el sistema. La secuencia en la que lo asesina es sobrecogedora. Primero lo paraliza con una droga que le impide moverse pero no perder la consciencia. Luego le confiesa que ha matado a su madre por su culpa. Él llora, incapaz de defenderse, y finalmente recibe el disparo. En ese instante el lector experimenta una sensación contradictoria: repulsión ante el monstruo que fue, pero también compasión por la víctima que es.No todo en el planteamiento final resulta igual de sólido. El desenlace, en el que Sam consigue convencer a todos de su inocencia y reaparece como víctima del imitador, puede parecer algo forzado. Cuesta creer que su comunidad acepte sin cuestionar esa versión, por muy intachable que haya sido su reputación. Pero ese desenlace cumple una función simbólica: el mal no solo sobrevive, sino que lo hace protegido por la credulidad y la complacencia del entorno. En la última viñeta, Sam afirma que se calmará “durante un tiempo”. Es una promesa vacía: el lector sabe que volverá a matar.Es posible que Horvath quiera justamente subvertir el modelo clásico de los relatos morales. No hay redención, ni castigo, ni catarsis. Sam no aprende, no evoluciona, no paga por lo que ha hecho. Y ahí radica la perturbación más duradera del cómic: en recordarnos que el mal no siempre es vencido, ni siquiera comprendido. Que puede habitar bajo la superficie de lo cotidiano, en el gesto amable de quien pasa inadvertido.Bajo los árboles donde nadie te ve es, en última instancia, una fábula sin moraleja. Una historia que usa el lenguaje visual de la inocencia para hablar del vacío moral más absoluto. En su aparente dulzura late un horror mucho más real que el de los monstruos sobrenaturales: el del mal banal, cotidiano, que actúa sin pasión ni propósito, y que —como Sam— seguirá existiendo, tarde o temprano, bajo los árboles donde nadie lo ve.____________________________________________________________________________________________   No olvides que puedes seguirnos en Facebook.The post Bajo los árboles donde nadie te ve, de Patrick Horvath appeared first on La piedra de Sísifo.