Científicos de la Universidad de Stanford descubrieron que no todo el estrés es perjudicial: en dosis breves y controladas, puede fortalecer las defensas del cuerpo. Pero cuando se vuelve constante, destruye ese equilibrio y deja al organismo indefenso. La clave está en aprender a manejarlo y crear hábitos que lo transformen en energía protectora.