Estamos viviendo una interesante guerra soterrada en el software empresarial que apenas ocupa titulares, pero que dice mucho más sobre el poder tecnológico que muchos debates ruidosos sobre redes sociales o publicidad. Es la guerra por el control de los datos corporativos, y uno de sus protagonistas más claros es SAP. El gigante alemán, emblema histórico del software europeo, ha optado por una estrategia tan antigua como eficaz: convertir los datos de sus clientes en una jaula dorada y defenderla con contratos, arquitectura técnica y, cuando hace falta, tribunales. El penúltimo episodio es la demanda presentada por la empresa estadounidense o9 Solutions contra SAP en un tribunal federal de Texas. o9 acusa a SAP de apropiación indebida de secretos comerciales tras la contratación de varios ex-directivos de la compañía, que presuntamente descargaron decenas de miles de documentos confidenciales antes de abandonar la empresa, y de que SAP habría utilizado ese material para reforzar su propia oferta de planificación y gestión empresarial basada en inteligencia artificial. La acusación es explícita, detallada y difícil de despachar como una simple disputa laboral, tal y como recoge el propio comunicado de la compañía demandante.Este caso, obviamente, no surge en el vacío. SAP arrastra un largo historial de conflictos legales relacionados con el uso agresivo de información ajena. El precedente más famoso es el litigio con Oracle, que terminó con una condena multimillonaria tras demostrarse que SAP había descargado de forma sistemática software y materiales protegidos por derechos de autor desde los sistemas de soporte de su competidor. No fue un error puntual ni un malentendido técnico, sino una práctica organizada. Pero el problema de fondo no es solo la propiedad intelectual de terceros, sino el modelo de control que SAP ejerce sobre los datos de sus propios clientes. Durante años, múltiples empresas y proveedores complementarios han denunciado que extraer, replicar o analizar datos alojados en sistemas SAP fuera de su ecosistema resulta innecesariamente complejo. No por limitaciones técnicas inevitables, sino por decisiones de diseño y licenciamiento que refuerzan el encierro. Este comportamiento ha llegado incluso al terreno de la competencia. En 2021, la empresa alemana Celonis presentó una denuncia formal ante la autoridad de competencia alemana acusando a SAP de abusar de su posición dominante al restringir el acceso a datos necesarios para herramientas de análisis de procesos, afectando directamente a la capacidad de los clientes para utilizar soluciones alternativas. Lo interesante es que la Unión Europea ha identificado explícitamente este tipo de problemas, al menos sobre el papel. La Data Act, aprobado definitivamente en 2023 y en fase de aplicación progresiva, está orientado de forma clara a escenarios B2B y de servicios en la nube. Su objetivo es reducir el vendor lock-in, facilitar la portabilidad de datos y eliminar barreras contractuales y técnicas que impidan a las empresas acceder y reutilizar los datos que ellas mismas generan. La Data Act obliga a los proveedores a facilitar el cambio de proveedor cloud, limita las cláusulas abusivas y exige interoperabilidad razonable. Es, en teoría, una respuesta directa a modelos basados en el encierro. Pero su eficacia dependerá de algo crucial: de si se aplica con contundencia precisamente en sectores tradicionalmente opacos como el ERP, donde el bloqueo no se produce mediante prohibiciones explícitas, sino a través de dependencias técnicas cuidadosamente diseñadas.Este marco se complementa con la Data Governance Act, que pretende facilitar la reutilización de datos y crear estructuras de confianza para su compartición, y con el Digital Markets Act, que ataca los abusos de poder estructural en mercados digitales, aunque la mayoría de estas normas se diseñaron pensando más bien en plataformas de consumo, no en el núcleo duro del software empresarial. Conviene, además, evitar una lectura simplista. La tentación del cerrojo no es exclusiva de SAP. Oracle ha construido durante décadas un modelo basado en licencias opacas, dependencias técnicas profundas y costes de salida deliberadamente elevados. Salesforce, pese a su narrativa de plataforma moderna y flexible, ha sido criticada por las dificultades reales para extraer grandes volúmenes de datos sin pasar por sus propias APIs y herramientas de pago. Microsoft juega una partida más ambigua, promoviendo estándares abiertos en algunos frentes mientras refuerza dependencias muy claras en otros, especialmente cuando Azure se convierte en el eje del ecosistema. En ese contexto, SAP no es una anomalía aislada, sino un exponente especialmente puro de una lógica compartida por muchos incumbentes: cuanto más crítico es el sistema para el negocio del cliente, mayor es el incentivo para dificultar cualquier forma de salida, combinación o sustitución. El ERP ha sido históricamente el corazón de esa estrategia, y SAP su máximo exponente europeo. Frente a este bloque de actores defensivos ha ido emergiendo otro grupo cuya propuesta de valor se basa explícitamente en lo contrario. Empresas como Snowflake o Databricks han construido su crecimiento alrededor de una idea simple pero potente: los datos pertenecen al cliente, y el proveedor compite por facilitar su uso, no por restringirlo. No son proyectos filantrópicos, sino compañías altamente rentables que demuestran que la apertura puede ser una estrategia de negocio perfectamente viable. En ese mismo eje se sitúa Red Hat, no como excepción romántica, sino como demostración práctica de que el software empresarial puede escalar sin convertir la dependencia en su principal ventaja competitiva. El uso sistemático de código abierto, estándares interoperables y portabilidad real no elimina el poder del proveedor, pero lo somete a una disciplina mucho más sana: la de tener que competir constantemente por el valor que aporta. La irrupción de la inteligencia artificial en la gestión empresarial solo acentúa esta disyuntiva, porque las nuevas herramientas de planificación predictiva, optimización y simulación dependen de un acceso profundo, flexible y continuo a los datos. Para los incumbentes del ERP, permitir ese acceso supone facilitar que terceros creen más valor que ellos mismos. El incentivo, por tanto, no es abrir, sino cerrar; no es interoperar, sino absorber talento, blindar información y litigar cuando alguien se acerca demasiado.SAP no es un caso aislado. Pero tampoco es un actor cualquiera. Es el recordatorio de que el capitalismo de datos no siempre se manifiesta con anuncios personalizados o feeds infinitos. A veces se esconde detrás de pantallas grises, contratos largos y sistemas «críticos» que, poco a poco, dejan de estar bajo el control de quienes los usan. Y la pregunta incómoda es inevitable: si ni siquiera las empresas son realmente dueñas de sus propios datos, ¿quién diablos lo es?