Con la llegada de la Segunda República, el Salón Rico de Toledo fue uno de los cientos de bienes protegidos aquel año de 1931. Sin embargo, el buen augurio para los últimos restos del palacio, de origen medieval, acabaría disipándose. El conjunto patrimonial —el edificio y el entorno, el llamado Corral de Don Diego— terminarían el siglo XX como una zona profundamente degradada, abonada al carterismo, el menudeo de droga y la acumulación de basura. Por el camino, el interior de esta “qubba” (una construcción cuadrangular de influencia oriental, coronada por un artesonado) había servido de desahogo para una herrería contigua, y como garaje para un taller mecánico en las décadas de los sesenta y setenta. “Se había perdido la memoria del lugar”, constata el historiador Antonio Perla. Aquella profunda herida está comenzando hoy a restañarse. La recuperación de la zona, a poco más de cien metros de la neurálgica plaza de Zocodover, ha devuelto la vitalidad y la ilusión a un enclave histórico de Toledo que parecía condenado al olvido.Seguir leyendo