La orden de Carlos III fue fulminante: había que quemar todos los cuadros de las Colecciones Reales que mostraran desnudez. Eso incluía algunas de las mejores obras de la historia del arte que hoy se exponen en el Museo del Prado. El relato de cómo se salvaron esos lienzos es impreciso, porque el mandato se firmó en 1762, pero no fue hasta 1795, tres décadas después, cuando el pintor Alejandro de la Cruz, discípulo de Antonio Rafael Mengs (1728-1779), uno de los pintores de mayor reputación de esa época activos en Italia, a quien el Prado dedica ahora —hasta el 1 de marzo— una exposición antológica, contó como su maestro cambió el destino de aquellas piezas.Seguir leyendo