El sonido no llegó al cine para embellecerlo, sino para cambiar sus reglas. Hasta 1927, en cada sesión, un pianista miraba la pantalla sin partitura, adivinando el ritmo de los gestos. Con The Jazz Singer, la voz grabada se impuso sobre el piano en directo y marcó el inicio de una nueva etapa donde la sincronía entre imagen y audio se convirtió en requisito técnico y comercial.A partir de ahí, el cine dejó de ser una experiencia visual para convertirse en un sistema completo de reproducción controlada. Las grandes productoras entendieron que el sonido podía dirigir la atención del espectador tanto como la cámara, y que dominarlo era tan importante como iluminar o montar. La industria pasó de registrar imágenes a fabricar mundos cerrados, donde nada sonaba al azar.Hoy, casi un siglo después, el sonido sigue siendo la parte menos visible y más determinante del cine. Su evolución técnica —de Vitaphone a Dolby Atmos— explica tanto la transformación de las salas como la del espectador. Entender esa historia es entender cómo se construye la ilusión moderna del cine.El nacimiento del sonido en el cine (1927–1940)El 6 de octubre de 1927, The Jazz Singer cambió el curso del cine. No fue la primera película con sonido sincronizado, pero sí la primera en demostrar que el público estaba dispuesto a pagar por oír una voz. El sistema Vitaphone, desarrollado por Western Electric y Warner Bros., usaba discos de vinilo sincronizados mecánicamente con el proyector. Era rudimentario y frágil: si el proyector se desviaba unas décimas, la voz y el movimiento quedaban desincronizados. Pero funcionó.El éxito de The Jazz Singer desató una fiebre. En menos de dos años, los estudios de Hollywood desmontaron sus sets para instalar micrófonos fijos, cabinas de aislamiento y cámaras más silenciosas. Los actores de teatro ganaron terreno frente a las estrellas del cine mudo, incapaces de adaptarse a la nueva exigencia: hablar con naturalidad ante un micrófono. El sonido no solo cambió la técnica, sino también el tipo de intérprete que sobrevivía en pantalla.Las primeras grabaciones eran torpes. Los micrófonos de carbón apenas captaban frecuencias agudas, los diálogos sonaban planos y cualquier ruido de fondo arruinaba la toma. Muchos directores detestaban el nuevo formato: sentían que el sonido limitaba el movimiento de cámara y convertía el rodaje en una trampa técnica. Durante años, el cine hablaba, pero no respiraba.Aun así, la transición fue irreversible. En 1930, todas las grandes productoras estadounidenses habían abandonado el cine mudo. Los sistemas ópticos, que grababan el sonido directamente sobre la película mediante una banda de luz modulada, sustituyeron a los discos Vitaphone y mejoraron la sincronización. El sonido dejó de ser un experimento para convertirse en infraestructura industrial.La década cerró con un lenguaje nuevo: diálogos inteligibles, bandas sonoras orquestadas y efectos que ampliaban el espacio fuera de cuadro. El público ya no iba al cine a ver historias, sino a oírlas también. Y a partir de ahí, la competencia tecnológica se volvió tan decisiva como la narrativa.La era del sonido óptico y el dominio de los estudios clásicos (1940–1960)Max Steiner, uno de los primeros compositores estrella de HollywoodDurante los años cuarenta, el sonido ya no era una novedad sino una herramienta madura. Los estudios de Hollywood desarrollaron métodos precisos para grabar, editar y mezclar, controlando cada ruido que salía del proyector. El sistema óptico, basado en una banda de luz grabada junto a la imagen, permitió unificar los procesos: menos fallos, mejor sincronización y una calidad estable en cualquier sala.La estandarización técnica coincidió con la consolidación del “estilo clásico” de Hollywood. Cada plano, cada palabra y cada golpe de música respondían a una lógica narrativa de causa y efecto. El sonido se convirtió en una extensión del montaje: servía para guiar la atención y reforzar emociones sin interferir en la historia. Lo importante no era que el espectador lo notara, sino que lo sintiera sin saber por qué.Las orquestas sinfónicas ganaron protagonismo. Compositores como Max Steiner o Bernard Herrmann transformaron la música en un componente estructural. En paralelo, los ingenieros de sonido perfeccionaron la regrabación —la mezcla final donde se unían diálogos, efectos y música—, un proceso artesanal que definía el carácter sonoro de cada película.En Europa, el avance fue más irregular. Las guerras y las limitaciones económicas ralentizaron la adopción de nuevas tecnologías. Aun así, cineastas como Fritz Lang o Jean Renoir exploraron el sonido como elemento expresivo, no solo funcional. El realismo acústico empezó a tener valor narrativo: el ruido de la calle, las voces distantes, el silencio entre frases.Al final de los cincuenta, el cine había aprendido a dominar su propio ruido. Los estudios sabían cómo construir mundos sonoros cerrados, reproducibles y previsibles. El público ya no pensaba en “películas sonoras”, porque el sonido se había vuelto invisible, parte natural del lenguaje cinematográfico. Hollywood no inventó el sonido, pero antes de que los estudios de grabación de música se hicieran populares sí fueron los primeros en domarlo.La revolución del sonido multicanal (1970–1990)En los años setenta, el sonido dejó de ser un acompañamiento para convertirse en un argumento técnico y creativo. La llegada del sonido estéreo transformó la experiencia del espectador y abrió un nuevo frente de competencia entre estudios. El punto de inflexión llegó en 1977 con Star Wars, que utilizó el sistema Dolby Stereo: cuatro canales grabados ópticamente en una sola tira de película. Por primera vez, el sonido podía moverse dentro de la sala y envolver al público.Dolby no solo aportó más canales, sino también limpieza. Su sistema de reducción de ruido permitió captar detalles antes imposibles: respiraciones, reverberaciones naturales, el eco de una nave pasando sobre la cabeza del espectador. La mezcla se volvió un proceso de diseño. El ingeniero ya no corregía errores: componía paisajes auditivos.En 1979, Apocalypse Now llevó esa idea al límite. Walter Murch, acreditado por primera vez como “diseñador de sonido” –y una de las personas que mejor entiende cómo debe funcionar el sonido en el cine; muy recomendado su libro In the Blink of an Eye, que aborda esta cuestión y la del montaje–, construyó un espacio sonoro tridimensional con helicópteros que giraban por encima del público y transiciones auditivas que narraban lo que la cámara no mostraba. Fue el primer uso real de un sistema 5.1, anterior incluso a su estandarización.Durante los ochenta, la competencia entre Dolby y nuevos sistemas como Ultra Stereo o los primeros prototipos digitales impulsó una carrera por la fidelidad. El sonido dejó de depender solo del ingeniero: también del tipo de altavoz y del modo en que se instalaba en cada sala. El cine empezó a parecerse más a un laboratorio acústico que a un teatro.Cuando terminó la década, el sonido multicanal ya era una marca de prestigio. Los créditos presumían de sistemas Dolby, y las salas usaban esa certificación como reclamo. El público empezó a asociar “buen sonido” con “gran película”. Y desde ese punto, la técnica se volvió parte del espectáculo.Del digital al 3D: Dolby, DTS y el THX de 1983 (1990–2010)A principios de los noventa, el sonido cinematográfico se digitalizó. Batman Vuelve estrenó Dolby Digital en 1992, que codificaba los canales de audio en formato digital sobre la misma película de 35 mm. Un año después, Jurassic Park introdujo DTS, con un sistema de lectura por discos externos que ofrecía más rango dinámico. La guerra entre formatos estaba servida, pero el público solo notaba una cosa: las películas sonaban cada vez más limpias y más grandes.En los noventa, los estudios empezaron a obsesionarse con controlar no solo qué se veía, sino también cómo debía oírse cada película. En 1983, Lucasfilm y JBL colaboraron en el desarrollo del estándar THX, que garantizaba que lo que se escuchaba en una sala coincidía con la intención original del estudio. No era una marca de altavoces, sino de consistencia acústica: una forma de asegurar que el impacto sonoro de Star Wars o Indiana Jones se mantuviera igual en cualquier cine del mundo.A partir de ahí, THX se convirtió en una referencia para toda la industria. Marcas como QSC, Bose o JBL equiparon las salas que aspiraban a esa certificación, y la ingeniería de audio empezó a valorarse tanto como la dirección de fotografía. Por primera vez, el público medio empezó a reconocer logos de sonido igual que los de productoras o distribuidoras.El cambio digital trajo nuevos problemas: sincronización de pistas, degradación de soportes y costes de actualización para las salas pequeñas. Pero también permitió una precisión inédita en mezcla y postproducción. El cine sonoro dejó de ser analógico y pasó a depender de software, interfaces y procesadores digitales, una transición que definió toda la década.A finales de los 2000, con el auge del cine doméstico y los primeros proyectores digitales, la línea entre sala profesional y salón empezó a difuminarse. Los sistemas de audio envolvente ya no eran patrimonio exclusivo del cine. El siguiente paso era hacerlo tridimensionalLa era Atmos y la inmersión total (2010–actualidad)Dolby Atmos es lo último en sonido espacial para cineEl último gran cambio sonoro llegó en 2012 con Brave, la primera película mezclada en Dolby Atmos. El sistema no funcionaba por canales fijos, sino por objetos de audio: cada elemento podía moverse libremente en un espacio tridimensional. El resultado era un sonido que ya no solo rodeaba al espectador, sino que lo situaba dentro de la escena.A partir de ahí, todo cambió. Los ingenieros dejaron de pensar en “canales” y empezaron a dibujar trayectorias. El sonido se convirtió en arquitectura, en una forma de ocupar el aire. Los cines adaptaron sus instalaciones con decenas de altavoces suspendidos, mientras las versiones domésticas trataban de mantener la ilusión con menos recursos. DTS:X, Auro-3D o IMAX Enhanced siguieron caminos paralelos, pero Atmos se impuso por pura inercia de mercado.El siguiente paso fue llevar esa experiencia fuera del cine. Las barras de sonido se convirtieron en la forma más directa de acercar ese efecto envolvente al salón. Algunas marcas entendieron el mensaje mejor que otras. JBL, con su historial en salas profesionales, trasladó ese mismo enfoque a su línea doméstica: las nuevas Bar Series, que ya demostraron músculo en la presentación oficial con la Bar 1300 como buque insignia, y que en pruebas como la del JBL Bar 1300, uno de los sistemas más completos de su segmento, dejan claro que la herencia del cine aún pesa en su diseño.El cambio de escala fue rápido. Los servicios de streaming mezclan directamente en Atmos, los televisores integran procesadores específicos y el público medio escucha con la misma tecnología que los técnicos que diseñan el sonido de una superproducción. La frontera entre “cine” y “casa” dejó de tener sentido.Hoy, el sonido no necesita grandes salas ni proyectores de 70 mm para impresionar. Basta con un sistema bien ajustado para entender por qué, casi un siglo después de The Jazz Singer, el verdadero protagonista del cine sigue sin aparecer en pantalla.Cómo se graba el sonido de una películaEl sonido de una película rara vez es el que se oye durante el rodaje. Lo que se captura en el set sirve como base, pero casi siempre se reemplaza o se reconstruye. Si un actor grita bajo la lluvia o en medio de una explosión, lo que escuchas no viene de allí, sino de un estudio semanas después. En este sentido, el cine y la música se parecen mucho.En el rodaje, el objetivo es atrapar las voces limpias. Se usan micrófonos direccionales montados en pértigas —los boom— o lavaliers escondidos bajo la ropa. Todo se graba en equipos externos sincronizados con la cámara. El operador pelea con el viento, los generadores y el ruido del propio equipo. Cualquier sonido fuera de lugar puede arruinar una toma entera.Después llega la reconstrucción. Los pasos, golpes y roces se rehacen en una sala de Foley: guantes con arroz para simular grava, verduras partidas para fracturas, puertas reales para puertas falsas. Luego se añaden efectos imposibles, diseñados a partir de capas, síntesis o grabaciones tratadas. Nada se deja al azar; cada sonido está ahí porque alguien decidió que debía estar.La edición une todas las piezas. Se limpian los diálogos, se ajustan los ambientes y se equilibra todo antes de la mezcla final. En esa última fase se define el espacio: dónde suena cada cosa, cuánto ocupa y qué desaparece. Un plano débil puede ganar vida si suena bien; uno brillante puede hundirse si no se oye nada.El diseñador de sonido es quien mantiene el equilibrio. No solo mezcla, sino que interpreta. Decide qué se oye y qué se borra, qué entra en primer plano y qué queda fuera. Desde Apocalypse Now y Walter Murch, el oficio dejó de ser técnico: ahora también se escribe con el oído. El propio Murch dejó esto paciente alterando un diálogo y el montaje de una secuencia en El paciente inglés que le valió un Óscar.El sonido como memoria emocional del cineVitaphone fue sólo el principio, teniendo en cuenta dónde hemos llegadoEl sonido no acompaña una historia: la fija. Es lo que permanece cuando la imagen se olvida. Un motor que arranca, una respiración contenida, un golpe seco. Fragmentos que regresan sin necesidad de ver nada. El oído recuerda antes que la mente, y por eso el cine nunca ha sido solo visual.Esa huella es lo que mantiene vivas las películas. El sonido convierte una escena en experiencia, y una experiencia en recuerdo. No siempre ganan las más espectaculares, sino las que encontraron una forma reconocible de sonar. Ahí está su verdad: en cómo cada tono, cada silencio o cada eco terminan siendo lo que realmente se queda.Casi un siglo después de The Jazz Singer, la historia del sonido en el cine no trata solo de avances técnicos. Es el relato de cómo aprendimos a escuchar las imágenes, de cómo el oído reemplazó a la vista en la memoria. Todo lo demás —formatos, canales, certificaciones— son solo rastros de esa transformación irreversible.El artículo El sonido en el cine: cómo Hollywood cambió la historia del audio fue publicado originalmente en Andro4all.