Newman, doctor de la Iglesia

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San John Henry Newman dejó de respirar a las nueve menos cuarto del 11 de agosto de 1890. Ni tiempo hubo para ungirlo con el viático , que, por otra parte, ya había recibido en octubre de 1888 después de una caída en la que perdió el conocimiento. Su cuerpo fue expuesto en la iglesia del Oratorio de San Felipe Neri en Birmingham y frente a él desfilaron cientos de personas, como cientos fueron deteniéndose silenciosamente al paso del cortejo fúnebre hacia Rednal Park. Muchos hemos seguido congregándose alrededor de su figura y sus textos en los sucesivos episodios que le han conducido hasta su proclamación como doctor de la Iglesia por León XIV: en 2010 se congregó una multitud en la ceremonia de beatificación que el Papa Benedicto XVI quiso celebrar en el mismo lugar de su reposo y, en 2019, el Papa Francisco lo canonizó en una abarrotada plaza de San Pedro. ¿Qué enseña la obra de Newman a los fieles de nuestro tiempo y a las generaciones venideras? Unas cuantas cosas: su hondura en torno al diálogo entre fe y razón, su sentido del desarrollo de la doctrina, su llamada a consultar a los fieles, sus enjundiosas reflexiones sobre la universidad, etcétera; pero aquí quiero hablar de lo que enseña partiendo de su lema cardenalicio: «Cor ad cor loquitur», «El corazón le habla al corazón». Expresa su experiencia religiosa como un diálogo íntimo con Dios que nace del centro más profundo de su persona. Esa frase evoca especialmente el intenso período en que se retiró a Littlemore para discernir su conversión al catolicismo (1845), tiempo de estudio y ascetismo. Además, esas cuatro palabras latinas hablan de cómo el santo ha entrado en amistad espiritual con figuras señeras de la Iglesia y también con muchos fieles atraídos por su biografía y sus escritos, como le gusta subrayar a mi amigo el profesor David Luque, auténtico apasionado del santo doctor. En efecto, Newman continúa hoy enseñándonos qué es nuestro corazón, cómo se mueve y cómo se expresa en la vida cotidiana. Y lo hace con una autoridad que le viene de su propia peripecia vital, como les sucedió a Sócrates, a san Agustín o a santo Tomás Moro. Newman asumió límpidamente el término 'corazón' que el mundo semítico-bíblico utilizó para referirse a la genuina interioridad humana y que fue una categoría importantísima para los padres de la Iglesia a los que el inglés se dedicó en cuerpo y alma. Eso que san Pablo nombró con la palabra 'syneidesis', tomada del mundo helenístico, y que andando el tiempo la teología terminaría denominando 'conciencia moral', distinguiendo entre la 'sindéresis' (conciencia habitual) y la 'conciencia' (conciencia actual); una distinción de la escolástica, por cierto, ajena al 'corpus' newmaniano. En el primer tomo de sus sermones escribió que «Dios nos habla primero en el corazón», y en el tomo siguiente vuelve sobre la misma idea desde la perspectiva de la conciencia: «La conciencia enseguida dirige sus pensamientos a un Ser exterior a sí mismo […]. Así que el ser humano es inmediatamente lanzado fuera de sí mismo por la misma Voz que habla dentro de él». El sabio inglés enseñó que esa voz con que el Señor habla interiormente a la persona genera dinámicas que son como una cartografía del corazón para discernir en el entramado moral de las decisiones que cada día se toman, de manera imperceptible (¡qué honda sintonía con Bergoglio!). Desde ese desarrollo dinámico y formativo de la conciencia, donde participan la psicología, la educación, la teología y la filosofía, hay que leer hoy su 'Carta al duque de Norfolk', e interpretar sus inmortales sentencias: «La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo [para cada uno]», «La autoridad teórica del Papa, lo mismo que su poder en la práctica, se fundamenta en la ley de conciencia y en su sacralidad», o «Si yo pudiese brindar por la religión después de una comida –lo que no es muy indicado hacer–, brindaría por el Papa, pero antes por la conciencia, y luego por el Papa». A esta célebre frase de Newman, Ratzinger apostilló una glosa magistral: «Sin conciencia no habría papado. Todo el poder que posee [el papado] es poder de la conciencia», añadiendo que para Newman el vínculo que asegura la conexión entre la conciencia y la autoridad es la verdad, cuya voz reconoce el sujeto dentro de sí. Benedicto XVI dejó constancia del inmenso valor que para él tuvo la reflexión newmaniana cuando de joven seminarista necesitaba disipar la oscuridad escondida en posturas como las de Eichmann, cuya conciencia era Hitler y le libraba de toda culpabilidad por su activa colaboración en el holocausto nazi. Newman describió la conciencia/corazón con los atributos mesiánicos con que Yahvé dota a sus elegidos : es profeta que anuncia las acciones que debemos llevar a cabo cuando se duda; es rey que manda esas acciones como un acto íntimo de respuesta obediente a lo divino, y es juez que juzga si las acciones se produjeron verdaderamente a la luz de Dios. En las encrucijadas donde hay que elegir entre diferentes posibilidades de acción, la pregunta 'qué debo hacer' es importante, pero no lo son menos preguntas como '¿actúo respetándome?', '¿cómo me afecta lo que decido?', '¿en qué persona me estoy convirtiendo?'. En esas búsquedas íntimas del corazón, Newman intuye que la persona termina conociendo internamente algo más sobre Dios y asimilando «la regla de lo que está bien y lo que no lo está, como una regla que procede de Él», a la vez que disponiéndose servicialmente al encuentro con quien se cruce en el camino; un entrecruzamiento que se hace especialmente intenso en la amistad. En fin, creo que san John Henry Newman es declarado doctor de la Iglesia porque contribuye de una manera innovadora, intensa e iluminada a dar forma al modo en que los cristianos vivimos y entendemos nuestra fe y nuestra vida moral. También porque que el magisterio reciente ha asumido sus principios de manera incuestionable en un lento desarrollo que se remonta a Pablo VI y se consolida con Juan Pablo II al señalar la 'Carta al duque de Norfolk' como uno de los textos de referencia sobre la conciencia moral. Francisco tuvo la finura de incluir en su último escrito, 'Dilexit Nos', una bella alusión a Newman como «gran pensador, [para quien] el lugar del encuentro más hondo consigo mismo y con el Señor no era la lectura o la reflexión, sino el diálogo orante, de corazón a corazón, con Cristo vivo y presente. Por eso encontraba en la Eucaristía el Corazón de Jesucristo vivo, capaz de liberar, de dar sentido a cada momento y de derramar la verdadera paz al ser humano» (26). Y León XIV ha decidido felizmente que el nuevo doctor de la Iglesia sea, además, copatrono de la educación católica junto a santo Tomás de Aquino.